Opinión | El recorte

Los iconos de hoy

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. / Eduardo Parra - Europa Press

Una joven y alborozada periodista, rendida admiradora de Pedro Sánchez, ese novio que toda madre catalana quisiera para su hija, le gritó al presidente ante las cámaras de Televisión Española: «Eres un icono, presi,¡te queremos!». Un icono es una pintura religiosa de las iglesias cristianas orientales así que hay que andarse con cuidado porque Sánchez empieza a trascender de lo humano a lo divino. Como quien dice, de Emilio Tucci al Ecce Homo sin hacer escala.

El presidente estuvo en la entrega de los Premios Goya en Valladolid. Un poco más abajo la película triste era el velatorio de dos guardias civiles asesinados por unos narcotraficantes, pero en la noche del cine español estaban a lo suyo. O sea, hablar mal unos de otros por los pasillos, conseguir que haya más subvenciones e ir incinerando uno tras otro a los directores depredadores de mujeres.

A Sánchez no le preguntaron por esas cosas, ni por el velatorio. sino por si le había gustado La sociedad de la nieve, esa película de Bayona sobre la tragedia de Los Andes. Aseguró que le había encantado. Lógico, porque bien mirado el trasfondo de la cinta, que es una historia de supervivencia y de canibalismo, es como la crónica política en España. Una especie de biografía de la democracia más reciente, con líderes difuntos y masticados trozo a trozo. Sánchez en la alfombra roja –por la que lleva caminando gozosamente desde hace tiempo– debió pensar por un momento, con nostalgia, en el joven y altanero Albert Rivera de sonrosadas carnes; en Inés Arrimadas, algo dura de tragar y hasta en su otrora querido Pablo, que incluso hecho al punto no fue imbatible.

Pero sí hubo una pregunta insólita en esa noche de premios. La que le hicieron al actor José Coronado sobre la presencia de políticos de Vox entre el público. El tipo respondió un lacónico «¿Y qué quieres que te diga?». Es una curiosa disimetría. Nadie, nunca, ha considerado noticia la presencia de un político comunista en una gala del cine español. Luego aparece un facha domesticado y deviene una especie de estupor. En la vieja Europa el populismo comunista no necesita bicarbonato, porque se digiere sin problema. La fachosfera, en cambio, conduce a la exaltación editorial de la alarma. Tiene peor prensa. Pero igual deberíamos ser más equitativos con el histriónico Milei y el dictador bolivariano Maduro. Por citar solo dos ejemplos: uno de tanta noticia y otro de tanto silencio.

«Ya no se permite la neutralidad» se lamentaba Baroja en los albores del tiempo en que en este país nos dedicábamos a matarnos. Andrés Trapiello (Las armas y las letras, gracias amigo) lo cita para reflexionar sobre aquella época y concluir que en esa España había que ser obligatoriamente «o fascista para conquistar el mundo o comunista para salvarlo. Se había acabado el tiempo para poder vivirlo». El pasado se parece cada vez más a nuestro futuro. Los populismos opuestos florecen otra vez en esta nueva primavera de la desesperación que busca salvadores milagrosos. O sea, cirujanos de hierro. O sea, iconos.

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