Opinión

Alemania, el nuevo enfermo de Europa

Protestas de agricultores en Alemania

Protestas de agricultores en Alemania / Europa Press/Contacto/Alexander Pohl

Al igual que le pasó al Reino Unido en los años sesenta y setenta del siglo pasado, Alemania, motor económico del continente, se ha convertido en el nuevo «enfermo» de Europa.

Los datos económicos lo dicen todo: una contracción del 0,3 por ciento en el último trimestre del año pasado tras un estancamiento en los tres meses anteriores, alta inflación y elevados costes de la energía, que afectan tanto a los hogares como a la industria.

La tradicional competitividad de las exportaciones alemanas se basaba en muy buena medida en el bajo coste del gas natural que llegaba abundante al país de la Rusia de Vladimir Putin.

Estados Unidos acabó con esa ventaja por cuanto obligó a Alemania a renunciar al gas ruso para sancionar así al Kremin por su invasión ilegal de Ucrania.

Nunca se ha aclarado, porque no interesa, si Estados Unidos fue realmente el país que dinamitó los gasoductos ruso-germanos (Nordstream) del Báltico por los que ese gas llegaba a Alemania.

El Gobierno del canciller Olaf Scholz ni siquiera se atrevió a protestar por ese atentado terrorista supuestamente perpetrado por su aliado transatlántico y que obligó a Alemania a importar gas licuado de EEUU y otros países a precios cuatro veces más alto que el ruso.

Las consecuencias están cada vez más claras: la economía germana fue la que peor se comportó en Europa el año pasado; todo ello por culpa de los costos más elevados de la energía y una menor demanda del fundamental mercado chino.

Alemania renunció también totalmente a lo que quedaba de industria nuclear en un intento de acelerar la transición hacia las energías limpias, principal preocupación de los Verdes, en el Gobierno de coalición.

Pero todo ello ha aumentado el precio que pagan los hogares por su calefacción, lo que, sumado al notable incremento de los precios al consumo y a la retirada de las subvenciones al diesel en un sector clave como la agricultura, está provocando fuertes protestas.

A las huelgas en los ferrocarriles alemanes, que hace tiempo dejaron de ser un modelo de funcionamiento, se suman las manifestaciones de los agricultores, que han llenado con sus camiones las principales arterias de la capital.

El descontento social se traduce en la fortísima caída de popularidad de la coalición de socialdemócratas, verdes y liberales y un espectacular aumento del partido de la ultraderecha Alternativa para Alemania, que decuplica, sobre todo en el este del país, el voto socialdemócrata.

Muchos ciudadanos no aciertan a comprender cómo es que, con un canciller socialdemócrata al frente del Gobierno, se recortan los beneficios sociales mientras se refuerza el presupuesto militar con el pretexto de la supuesta amenaza rusa y el Gobierno sigue enviando armas y dinero a Ucrania para una guerra sin fin.

Todo esto es algo que se venía venir y que algunos habíamos ya pronosticado hace tiempo, pero, al igual que ocurre con los de otros países, el Gobierno de Berlín está cada vez más desconectado de las preocupaciones de los ciudadanos. Y así le va.