Opinión | El recorte

Contra el porno

Contra el porno

Contra el porno / E. D.

Una de las primeras luces de la libertad, en aquella España que salía de la dictadura, fueron las portadas de revistas eróticas que empezaron a florecer en los quioscos de todo el país. El franquismo fue una noche tenebrosa de sotanas y pecados, con generaciones de niños educados en el terror al demonio y a las tentaciones de la carne explicitadas en un Catecismo que había que memoriarse a hostias. La democracia llegó en los editoriales de los periódicos, pero también en las tetas de Susana Estrada o de Nadiuska en Interviu. Y en la explosión de películas donde el sexo salía de las catacumbas de cuarenta años de represión.

España fue un país donde la gente hacía excursiones a Perpigñán para ver la mitificada película de El último tango en París. Donde los jóvenes se pintaban bigotes para colarse en los cines en las películas para mayores de dieciocho años, con la esperanza de ver la sombra del esbozo del reflejo de un desnudo en un espejo. Pero en pocos años de libertad, como suele ocurrir en todas partes, el común de los mortales terminó metabolizando la pornografía como algo normal y hasta cierto punto irrelevante.

Para que algo se convierta en un oscuro objeto del deseo no existe mejor método que prohibirlo. Los gobiernos, paternalistas, creen que son los dueños de las vidas de sus ciudadanos y los guardianes de una moral que quieren imponer a través de las leyes. Unos creen que el alcohol es el demonio y hacen una Ley Seca. Otros piensan que la pornografía es depravación y pretenden alejarla de los jóvenes. O que el tabaco es una droga que mata, e impiden o dificultan su venta.

Los Estados siguen cobrando cada año miles de millones por la venta de drogas legales. Unas las prescriben gente con bata blanca que recetan productos fabricados por poderosos laboratorios farmacéuticos. Otras se venden en los bares y restaurantes, desde el vino a los licores. Los gobernantes cobran impuestos con una mano y con la otra pretender lavar sus conciencias aconsejándonos sobre cómo consumir sustancias nocivas, que ahora amplían al territorio de la bollería o los azúcares. Pero durante muchos años el Estado español tuvo el monopolio de la venta del mismo tabaco que hoy se considera veneno. El camello era justo el que hoy nos quiere salvar.

Ahora, los vientos salvíficos de los guardianes de la nueva moral, que saben mejor que cada uno de nosotros lo que más nos conviene, traen el propósito de obligar a los consumidores de pornografía identificarse en las redes –a saber cómo– para verificar que son mayores de edad. Volvemos a las puertas de los cines franquistas; la vida es circular, pero no inocente. El proyecto a medio plazo es acabar con la libertad de internet. Quieren tenernos identificados cuando compremos (de ahí que piensen eliminar el dinero físico), cuando viajemos o cuando nos movamos por las redes. Quieren tener estrechamente controladas a las ovejas.

La pornografía más dañina, socialmente hablando, es la política de ahora mismo. Pero esa no la van a prohibir. Seguiremos viendo sin censura como se las xxxxx en los plenos del Congreso.

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