Opinión | Retiro lo escrito

Un tinerfeño desterrado en el siglo XXI

El alcalde, Luis Yeray Gutiérrez, durante la firma de los convenios.

El alcalde, Luis Yeray Gutiérrez, durante la firma de los convenios. / E. D.

De verdad, todas esas cosas locas en los últimos días del año, esta terrible clase política soltando gansadas maravillosas. Por ejemplo, María Fernández, directora general de Transportes, coordinadora de CC de Gran Canaria y excandidata a la presidencia del Cabildo, donde, fijatetú, no está: «Nos hemos dejado la piel para que el transporte público siga siendo gratuito en Canarias». Me alarmé extraordinariamente hasta que pude comprobar que Fernández seguía luciendo su piel tersa sobre su magnífico esqueleto. ¿Dejarse la piel? ¿Pero de qué habla esta señora? Luis Yeray Gutiérrez, alcalde de La Laguna: «Hemos sustituido el cemento por la recuperación de los entornos naturales». ¿Ya no usan cemento en La Laguna? ¿Lo han sustituido por una mezcla de caña y verodes? «Sustituiremos el ladrillo y el cemento por la recuperación de los entornos». Escuchar las reflexiones en torno al entorno del señor Gutiérrez es agotador. Van por un nuevo Plan General de Ordenación, una vez desechado el de José Alberto Díaz, y abandonado cualquier intento, pese a sus promesas tronantes, por parte de Santiago Pérez, que ahora canta boleros de amor perdido encerrado en un sótano. Al parecer el modelo urbano de La Laguna lo va a definir un señor que se llama Salvador Rueda, pero las cosas de palacio, por supuesto, van despacio. Como escribió otro Salvador Rueda hace tiempo, «quiero cuando yo muera, Patria Mía,/ que formen con mi cráneo una maceta/ y de sus ojos por la doble grieta/ eches la tierra que tus flores cría…» Hay cosas peores, por supuesto, como Jennifer Miranda, que no va a tolerar que los taxistas de su municipio no sigan manteniendo su monopolio –solo compartido por los taxistas de San Miguel de Abona– sobre los pasajeros del aeropuerto Reina Sofía-Tenerife Sur. Si los ingleses y alemanes no encuentran taxis, que tengan paciencia, que los excelentísimos señores taxistas de Abona son los únicos que saben llegar en óptimas condiciones a un paraje tan apartado y potencialmente letal como el aeropuerto internacional tinerfeño.

Sí, lo admito, de esta desazón malhumorada tiene la culpa la noticia atroz que encuentro en el blog de Eduardo García Rojas: el fallecimiento del historiador José Manuel Castellano Gil, ocurrido hace ya varias semanas. Castellano Gil fue la víctima de una mezquina y vergonzosa persecución (política y periodística) en el Tenerife del siglo XXI. Un viejo dicho de la profesión en esta ínsula barataria reza que lo que ocurre a partir de Güímar no existe. Pero no es exactamente así. A veces tampoco existe lo que ocurre aquí mismo. Castellano consiguió el doctorado en Historia por la Universidad de La Laguna con premio extraordinario. En mala hora lo convencieron para que se integrase en el Museo de la Historia, dependiente del Cabildo Insular. Apenas empezaba a mejorar su organización –con el objetivo de alcanzar unos estándares museológicos admisibles– cuando una consejera del Cabildo de Tenerife le declaró la guerra. Recuerdo la infinita perplejidad del historiador ante una embestida tan brutal. Al principio no entendía absolutamente nada. Y después le costó comprender que solo se trataba de la demencial voluntad de imponer grotescamente su poder personal –y también vicario– en un museo que la doña creía que era tan suyo como cualquiera de los retretes de su chalet. Castellano respondió como una persona decente y un profesional competente: se defendió con argumentos, informes, consultas. Fue inútil. Un periodista gordinflas, para congraciarse con la consejera y su marido y seguir sacándoles cuartos, se lanzó a una campaña de acoso salvaje, ruin, canallesca. Castellano debió dimitir. Enfermó de cáncer y lo superó. Se marchó a Ecuador. Siguió escribiendo y publicando libros, impartió clases en varias universidades hasta obtener una plaza docente en propiedad, recibió galardones académicos. Hace algunos años fue designado miembro de la Academia Nacional de Historia de Ecuador. Todo eso lo ganó Castellano y lo perdió Canarias gracias a la acción coordinada de tres marranos impunes. Conviene no olvidarlo. José Manuel Castellano, un exiliado tinerfeño en el siglo XXI.

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