Opinión | Sangre de Drago

«El peor enemigo de la democracia»

Zimbabue. La lucha por la democracia

Zimbabue. La lucha por la democracia

La sociedad es una forma de convivencia humana. No es la única, pues el ser humano ya ha vivido en cuevas, en la selva, en su tribu y en lucha con otras familias tribales. La sociedad es una forma de vida en relación que exige una voluntad de fraternidad, de ayuda mutua, de solidaridad. Una sociedad no es un mero grupo humano. Se estructuran para servir, de alguna manera, al bien de todos sus miembros. Se autoadministran, se ordenan, se organizan.

Entre las múltiples formas en las que se ha organizado el gobierno de una determinada sociedad, la democracia ha obtenido la máxima puntuación en el examen final. Pocos serán los que duden de que la forma en la que los miembros deciden el presente y el futuro de su organización social es la menos mala de las posibles formas de organizar el Estado.

Aun habiendo organizaciones democráticas de la forma de organización de la sociedad, los límites y las normas están presentes. Porque para garantizar la libertad personal se debe respetar la libertad ajena y, cuando menos, ese límite es inevitable. Una democracia sin normas no es nada. Así como una sociedad sin solidaridad y corresponsabilidad en el bien de todos, tampoco.

Entre los actuales peligros que se perciben en la organización democrática de nuestras sociedades, hay uno que se va introduciendo como un virus. Me refiero a la actitud populista que convierte al otro en enemigo, y que genera rechazo y enfrentamientos. Los discursos del resentimiento, el estímulo de la crispación, el olvido de la dimensión fraterna que debe estar presente en el fundamento de cualquier convivencia social.

Se nos ha introducido de tal modo que ya no son los extremos conceptuales los que forman parte de esta metodología discursiva, sino que, en todo lugar, en cualquier ámbito, el discurso del resentimiento y del odio se hace presente como si no hubiera otra forma mejor de subrayar la propia identidad.

No hay mayor intolerante que el que se jacta de serlo de forma única. Nadie es tan tolerante como nosotros y nuestro grupo de apoyo. Nadie es tan solidario como nosotros. Y frente a este nosotros, los otros son elementos que deben ser eliminados del horizonte. Líneas rojas, amarillas o verdades que separan y enfrentan limitando el diálogo y la colaboración de distintos. No hay peor enemigo de la democracia.

Precisamente porque elimina del horizonte la libertad y la fraternidad sociales. Porque olvida que no solo hay un camino para alcanzar una meta. Los itinerarios de vía única son totalitarios. Todos han de recorrer el mismo camino, de la misma forma, en el mismo tiempo. Y cuando no hay alternativas, el atasco es impresionante. La meta es la que debe ser compartida por todos, y luego cada cual utilizarán, teniendo en cuanta su ritmo, el camino que considere oportuno. Respetando las normas de la convivencia y del tráfico entre vías, consciente de la meta común.

Me da miedo escuchar los discursos sociales y políticos, tribales y selváticos, que están formando parte de nuestros representantes públicos. Con mucha facilidad se desenfunda la espada de la palabra hiriente y de la descalificación fácil. Y después de esta espada pueden llegar otras que, como ha ocurrido en otros tiempos, llenan de sangre el suelo que pisamos.

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