Opinión | La espiral de la libreta

Olga Merino

La vida, instrucciones para el usuario

Un almacén de Ikea.

Un almacén de Ikea.

El mensajero llama al timbre con el perchero estantería metido en una caja grande, sujeta con flejes y cinta de embalar. Dentro: 9 palitroques cromados, 3 baldas, 2 tornillos de estrella, 12 presillas de plástico, 2 ganchos metálicos, una llave inglesa de la Señorita Pepis y un folleto con dibujitos. Parece pan comido. Música y manos a la obra.

Como carezco del mazo que indican las instrucciones, fijo el primer estante dándole golpecitos con la mano del mortero, pero tras colocar la segunda repisa se vislumbra la contrariedad: el invento se balancea con la terquedad burlona de un tentetieso. A punto estoy de telefonear a Juan Tallón, que el otro día se las vio con una butaca desmontada, también de temperamento rebelde.

Todo aspira a ser armado y todo cojea, sillas, percheros, este sindiós de país, siempre falta o estorba algo: la conspiración de la renquera. Pelota al suelo. Hago un vídeo del descalabro y se lo envío a mi hermano, hijo de ferretero, como una servidora, pero un manitas de pro, quien conjetura que tal vez, solo tal vez, cuando ajuste la tercera balda, la que corona el artefacto, este encontrará el dial de su destino, como Indiana Jones.

Estoy sudando y se ha hecho tardísimo, de manera que continuaré el fin de semana. Pura procrastinación, me digo, la rebequita del fracaso. Le echo la culpa al calor (el bochorno barcelonés es un estado mental). O será la guía de montaje, escrita en un inglés variante dialectal de Cantón. ¿Qué diablos es un caster? La ruedecilla, vale.

Acabo sospechando que se ha urdido una triangulación misteriosa entre la estantería cojitranca, esta columna y la instrucción número tres que Leila Guerriero incluye en su Teoría de la gravedad: «Siéntese en su estudio. Intente escribir. Escriba. Borre. Dígase a sí mismo: Esto está muerto. Dígase: Estoy muerto. Levántese. Vaya a la cocina y haga un té».

Siempre que entra en casa un electrodoméstico nuevo con su guía del usuario –la nevera turca del año pasado o el maldito burro perchero–, me acuerdo de mi amigo José Luis, maño muy sabio, y su teoría respecto de la vida: llegas a este mundo sin manual de instrucciones, y cuando crees intuir un poco de qué va el asunto, pumba, ya estás con el billete de ida para el otro barrio. Eso con suerte.

El supuesto folleto de puesta a punto vital debería aportar alguna certeza, siempre tan escasas, y empezar tal vez así: nazca usted del vientre de su madre, preferiblemente en una familia de posibles. Y berree hasta ponerse morado como una berenjena, porque luego no le dejarán. O no podrá. Y tampoco le servirán las instrucciones de Cortázar para llorar, porque habrá motivos más hondos que el pato cubierto de hormigas. Que esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca.

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