Opinión | El recorte

Juegos florales

Pedro Martín

Pedro Martín / Carsten W. Lauritsen

La torre del Cabildo de Tenerife elevó a los cielos, esta semana, ardientes pavesas de una hoguera de frivolidad. Antiguamente, cuando la política era un asunto serio, hecha por gente sensata, el poder cambiaba de manos sin mucha alharaca. Lo normal. En el circo mediático de hoy todo es más complicado.

Pedro Martín, presidente electo del Cabildo, al ser el cabeza de la lista más votada, decidió robar una pequeña cuota de protagonismo postrero. Tomó posesión de su cargo para anunciar, al final de su discurso de aceptación, que renunciaba a la cosa calamitosa. Estaba en su derecho a hacerlo. Y de esta forma le negaba a la oposición que le quitaran con una moción de censura.

La explicación, no pedida, fue que intentaba facilitar el tránsito de poderes. O sea, un harakiri utilitario y generoso. Tinta de calamar para envolver una ocurrencia. Martín tiene todo el derecho del mundo para intentar ahorrarse tomar una cucharada de aceite de ricino en forma de censura por parte de la oposición. Pero la política, a pesar de los pesares, no debería perder el poco aire de dignidad que le queda. Las instituciones públicas no deberían ser un parchís para que los partidos jueguen a ver quién es el más listo de la clase. El tiempo que se pierde en las zancadillas que se ponen los unos a los otros y los otros a los unos es un tiempo que están robando en las tareas de ocuparse de los problemas de los ciudadanos.

A la oposición, que le escuchaba, le entró un frior. Empezaron a imaginar fantasmas. Una estratagema para que la presidencia recayera en la segunda de la lista socialista, Berta Pérez. ¿Y qué pasaría si a Berta Pérez le diera también por dimitir y se tuviera que volver a convocar otro pleno para nombrar presidente al tercero de la lista? ¿Y qué pasaría si todos los consejeros socialistas hicieran lo mismo? ¡Qué espectáculo tan grandioso nos hemos perdido!

Pero no. Al dimitir Pedro Martín los partidos podrán presentar candidatos a la presidencia en un pleno que ya está convocado para la próxima semana. Rosa Dávila saldrá elegida presidenta con los votos de CC y PP. ¿Y entonces a qué todo este espectáculo? Pues la maniobra del PSOE ha impedido que se gastara el derecho de los consejeros populares a votar una moción de censura. Y ahí queda eso. Por si acaso en el futuro pudieran plantearse una censura a Dávila. Ya ven. Juegos malabares. Ahora solo queda que Rosa Dávila, una vez nombrada presidenta, pida a los grupos que la votaron, CC y PP, que le presenten una automoción de censura para hacerla dimitir. Y que después la vuelvan a elegir en otro pleno. Si se lo proponen de aquí a julio del 2027 da tiempo de hacer todas estas frivolidades y muchas más. Incluso la de ir toda la corporación al túnel de Erjos para darse la mano a través de un agujero negro.

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