Opinión | Curva a la izquierda
Baladas de soledad
Hoy, precisamente hoy, mientras escribo estas líneas, miles de sevillistas esperan angustiados llegar a los penaltis. Empatizo rápidamente con ellos. Así no hay quien escriba. O sí. Un reto que te pone la sangre cuesta abajo del brazo de la incertidumbre. Más nervioso que don Quijote en un parque eólico ¿Por qué me gustará tanto el fútbol, Dios? En fin, a lo que iba, que ganó el Sevilla ¡Olé! Enhorabuena. Retomo el hilo para opinar de un asunto que ni duerme ni perdona. Un asunto que atrae la debilidad hacia la perdición por el tortuoso camino de la desidia.
Me refiero a los que lamen sus heridas a cámara lenta con rayas en céntricos portales y picos en lejanos descampados. A la viuda que regala sus tardes sin luz al bingo. Al adolescente que entrega su privacidad a Instagram. Al empresario que esnifa histeria después de la siesta. Al que olvidó en una esquina lo que era el sexo con amor. Al chaval que cada viernes sale en manada a beber lo que sea. Lo más barato. A los que llevan a rajatabla el tanto tienes tanto vales. De otras tantas y otros tantos que, en el fondo y en la superficie, saben que han empeñado sus vidas por perseguir un deseo artificialmente creado por ellos mismos.
La adicción es la trampa de un mal que nos convence de que no existe. Un truco subliminal que lleva cada día a millones de personas a creer, de forma individual, que vencerán a una estafa tan pegada a la condición humana como es la búsqueda de la felicidad. No se engañen, ser adicto es mentirse a uno mismo. Aún estando convencido de ser el más listo de la clase. Nunca un fraude tuvo tan escaso recorrido ni sombra tan alargada.
En pocas ocasiones se ha cantado a las adicciones con tanto acierto como Joan Baptista Humet en la inolvidable Clara, Agárrate fuerte María de Los Secretos o Princesa de Joaquín Sabina. Acordes que gritan auxilio y yacen en las conciencias mientras existieron. Todas esas fábulas tienen denominador y moraleja comunes: da igual el sendero o la autopista que te llevó hasta allí, perderás la batalla hasta que no aceptes lo que te tocó vivir.
Qué fácil es engañar. Nos ofrecieron un producto defectuoso pero tuneado. Lo descubrimos y lo aceptamos. Lo probamos, nos gustó, lo incorporamos a lo cotidiano y lo convertimos en necesario. Estamos enganchados. De poco nos sirve remar y remar hacia la playa del arrepentimiento. No hay timón.
Llámese dinero, poder, internet, drogas, fanatismo, alcohol, apuestas, promiscuidad, violencia, consumismo. Baladas de soledades compartidas, que al fin y al cabo son las más dolorosas.
Qué paradoja la doble condición de víctima y verdugo. Entre todos hemos puesto trompetas a los cantos de sirena y escrito manuales sobre cómo tirar una vida por la borda. Así que, esta es la letra, díganme qué música le pongo. Una que comprometa. No vale mirar hacia otro lado.
Ni siquiera el amor, en cualquiera de sus vertientes, es bueno como adicción. Hoy, sin embargo, no lo tengan en cuenta: amen, quieran, den, valoren, disfruten, sientan, compartan, abracen, sueñen y besen. Y, si pueden, extiéndanlo al resto del año.
Feliz domingo.
adebernar@yahoo.es
PD A mi padre que hoy hubiera cumplido ciento un años. Me sigues haciendo falta. Aún me parece mentira.
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