Opinión

Taoro, referente histórico del paisaje canario

Taoro, referente histórico del paisaje canario.

Taoro, referente histórico del paisaje canario. / El Día

Taoro es el nombre geológico de un valle situado en el norte de la isla canaria de Tenerife, que se desparrama entre las cumbres de La Orotava y el océano Atlántico. Taoro, es como Arautapala, una palabra relacionada con el mundo de los guanches aborígenes, el que habitó Tenerife hasta que llegaron los conquistadores españoles a finales del siglo XV. Taoro es el nombre del capítulo XVII de la novela de viajes que editó en 1958 una escritora cubana, Dulce María Loynaz, y tituló Un verano en Tenerife. Dijo que Taoro es un territorio situado entre Acentejo y San Juan de las Ramblas, donde la isla tiene el pecho lleno de flores, todo un lujo de la tierra. Taoro era el nombre del hotel del Puerto de la Cruz, donde se alojó en los cuatro veranos que vino a Tenerife y que en los primeros años del siglo XX, entre 1905 y 1911, llevó el nombre de Kurhaus Humboldt. Quizá por ello no debe extrañar que Dulce María Loynaz, Premio Cervantes en 1992, dejase plasmado en su novela canaria el interés de los guanches por esta tierra y la admiración del sabio Alejandro de Humboldt:

«Cuatro centurias más tarde era todavía tan seductora a los ojos humanos, que un sabio de Germania, al contemplarla, hincó rodilla en tierra y dio gracias al Señor por haber creado tanta hermosura. Aquí veo un grabado en acero donde se reproduce la famosa escena que aún derrite en ternura los corazones tinerfeños. Está el barón de Humboldt, de corazón corto y peluquín, prosternado frente al valle de La Orotava; un paisano lo mira con asombro, mientras sujeta junto al precipicio las bridas de la cabalgadura. Este cuadro preside la gran sala del hotel donde tan gratas veladas pasaríamos», apostilló la dama cubana, admiradora de las alfombras villeras.

Cuando Humboldt subió desde el Atlántico hasta el Pico del Teide (3717 m.), el mayor desnivel de España, le llamó la atención el mar y el volcán, así como los pisos de vegetación con los que se tropezó. Las palmeras y los dragos en la costa, en el piso basal; el fayal brezal en el monteverde; la laurisilva bajo las nubes; el pinar canario y las retamas al final de la cliserie que alcanza las cañadas, con la violeta azul entre la piedra pómez. Se dio cuenta que la fisonomía de las plantas era función de la altitud, del clima y del suelo; que el paisaje del valle era cultural. Primero y abajo, el mar; luego la agricultura y el pueblo-ciudad, más arriba ecosistemas agro-forestales a partir de los mil metros de altitud, con la lluvia horizontal de la panza de burro o mar de nubes; en la cumbre, retamas, y en lo alto, las cañadas, el Teide y sus montañas volcánicas. Todo ello conformando un paisaje singular que dio paso a la primera lección de geobotánica, de fitogeografía. Estas circunstancias me sirvieron en 2004 para conformar la Cantata a la naturaleza, en la que Dulce María Loynaz, la poetisa del agua y la dama de las Américas, subiese desde el mar hasta el Teide, de la mano de Alejandro de Humboldt y de Telesforo Bravo, dos amantes de la geología.

Los tres personajes citados más el ilustrado historiador y naturalista realejero, José Viera y Clavijo, han divulgado de manera especial el paisaje del valle de Taoro, suma de tres municipios en la actualidad, donde la rus in urbe de otro escritor ilustrado, el polifacético profesor francés Sabin Berthelot, completó con agua la relación extrema del paisaje del valle de Taoro. Esa alfombra geológica que tanto le gustó a Humboldt y Loynaz, y se constriñe desde el mar hasta el Teide, entre la ladera de Tigaiga y la de Tamaide, como un paisaje singular canario, verdadero cúmulo de historias que tanto le gustaba definir al profesor universitario, González Vicens.

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