Opinión | La vida periodística y la vida

Una deuda inmensa con Teddy Bautista

Nada más empezar su libro de entrevistas con Teddy Bautista (Conversaciones con Teddy Bautista, Efe Eme), el periodista y musicólogo Luis Lapuente invita a subrayar esta frase que dura más de una página y de la que aquí solo recojo una parte: «Quienes crecimos amando la música en las cinco últimas décadas teníamos una deuda inmensa con Teddy Bautista y sus numerosos afluentes vitales y profesionales: profeta del soul en España al frente de Canarios, autor de Get on your knees, único himno nacional bendecido en la escena northern soul…»

«Una deuda inmensa», eso es lo que tenemos con Teddy los que conocemos su historia, y los que vivimos su largo martirio, la década que vivió, desde 2011, bajo una sospecha inventada por la prensa y animada por los jueces, propuesta por prebostes de las grandes compañías que le disputaban a la Sgae su primacía en la organización de los derechos de autor y que no soportaban el valor que, como profesional, tenía el músico canario para defender los derechos de sus compañeros.

«Una deuda inmensa con Teddy Bautista», pues. A partir de ahí Luis Lapuente, el autor de este descargo de conciencia, entre crónica de las artes y explicación de una vida, explica una de las biografías más generosas que ha tenido la cultura española en estos últimos sesenta años. El propio Teddy explica ese aspecto de su vida con la genuina alegría del músico que inventó un mundo, y se refiere a los otros aspectos de su biografía con la elegancia con la que ha vivido, y subrayado, los peores momentos de su largo peregrinaje, aquellos en los que fue perseguido por delitos que al final quedaron archivados.

De las denuncias, que fueron prolijas, manchadas muchas veces por la ambición de la calumnia, ahora no hay nada, pero quienes las pronunciaron, montaron y divulgaron, nunca tacharon sus propios escritos, igual que los fiscales o los jueces han callado sobre el significado final de sus actuaciones, archivadas para la historia, pero desdibujadas para la memoria cotidiana.

Es esa memoria, distorsionada, la que persiste porque no fue suficientemente marcada por quienes luego han divulgado las sentencias, la que persiste como la parte de arriba del despiste al que llevaron tantos años de una calumnia que no ha sido aliviada por los autores del ruido insistente que quiso eliminar a Teddy de la faz de la buena fama que merece e incluso de la tierra.

El periodismo, tarea a la que yo pertenezco, tampoco ha cumplido con la tarea de desandar las denuncias para explicar el largo martirio de papel (y de radio, y de televisión) por el que ha tenido que pasar el antiguo artífice de Los Canarios… y de la Sgae. El descargo ha sido menor que la carga de caballería pesada que el antiguo habitante de Las Canteras sufrió como un maldito, al tiempo que, como le cuenta a Luis Lapuente, seguía en Boadilla del Monte tratando de ser el músico que no ha parado de reclamar la brújula persistente de su inspiración.

El recuento que hace Luis Lapuente en este libro lleno de sabiduría musical y de entusiasmo por lo vivido es, en este momento, la mejor semblanza que se haya hecho de la vida y de la obra de este grancanario que nunca perdió el acento y de este músico que jamás perdió el pulso que lo ha mantenido al tanto del arte que eligió como si jamás se hubiera dedicado a otra cosa que a componer o a cantar.

Pero esas seis décadas de su música, de su pasión y de su vida, fueron truncadas por un decenio oscuro en el que unos desalmados con poder quisieron trasladar una figura tachada, perseguida, buscada por artes tenebrosas para borrarlo del mapa. Esa también es una deuda que la sociedad, y los periodistas, entre otros muchos, tenemos con la figura de este hombre. Fue denostado como si todas las denuncias fueran basadas en la realidad, como si la Sgae, a la que dedicó la mayor parte de su historia, hubiera sido una ruina y no la floreciente entidad que ayudó a mejorar la vida de los que en España han vivido de los derechos de autor.

Él tampoco ha perdido las ganas de desaparecer tras una partitura mientras la sociedad que lo persiguió se entretenía en imaginarlo como si él hubiera sido aquel que dibujaban. Lo vi muchas veces en ese periodo; vestido a veces como el rockero que fue, oculto tras unas gafas que disimulaban su rabia o su melancolía, regalaba a sus amigos trozos de su sabiduría, la que le ha ido contando a Lapuente con una memoria que parece, ahora, la crónica de una resurrección.

Teddy Bautista había dedicado su vida a los otros y a los suyos, pues los otros eran los músicos, jóvenes o viejos, ricos o desasistidos. Después de una época, que el libro recoge con solvencia y entusiasmo, en que Teddy fue protagonista de su propia obra musical, al frente de Los Canarios y otras bandas que nacieron de su pasión por estar con otros, él asumió el que sería el más arriesgado de los oficios, la dirección o presidencia de la Sociedad General de Autores, en la que generó enormes recursos para sus compañeros de oficio, la música, y para los asociados que tuvieran que ver con las tareas recaudatorias de esa sociedad, hasta que lo que hizo abrió las fauces de las compañías que preferían ser ellas las que se quedaran con el negocio.

De ahí partió una persecución que en un principio fue mediática y que después sería aviesamente judicial, animada por aquellas denuncias de la prensa y otros medios, hasta que, sembrada la sospecha en los sitios adecuados, intervino el poder judicial. En un momento de la lectura del libro, recordando esos episodios que él mismo vivió como si fueran el recuento de lo que hizo otro, mis recuerdos de aquellos momentos de vida me llevaron a subrayar las páginas con esta frase propia: «El enorme desperdicio que fue perseguir a Teddy».

Era como matar a un ruiseñor. Ahí está, ahora, en el libro de Luis Lapuente. Libre, musical, otra vez un muchacho colgado a una guitarra. Él no reclama deuda alguna, pero cuánto le debemos a Teddy Bautista.

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