Opinión | Gentes y asuntos

O Rei Pelé

Death of Brazilian soccer legend Pele

Death of Brazilian soccer legend Pele / UESLEI MARCELINO

Una lápida lacónica –nombre y balance de vida y un apodo sin cuestión, O Rei– cerraron un debate perverso y mercantil planteado, entre otras argucias, durante el oscuro Mundial del Emir. Desde ahora, nadie, con un mínimo de información, decencia y cordura, planteará la indefinible superioridad entre el otoñal y habilidoso Lionel Messi, campeón al fin con Argentina, y el primaveral y explosivo Kyliam Mbappé, subcampeón con Francia. Y, por supuesto, nadie con dos dedos de frente y cuarto kilo de recato debatirá si el pequeño y crecido rosarino ha sido el mejor futbolista de todos los tiempos.

La muerte, tan cruel como liberadora, zanjó para hoy y los tiempos futuros una incógnita innecesaria que se planteó por el exagerado patriotismo argentino que sube y baja a sus héroes como caprichos del viento. En un desfile de pena y gloria fue acompañado por una legión inquieta y colorista que hizo de la música popular un salmo fúnebre inolvidable y, después, cumplido el protocolo presidencial, fue trasladado en impresionante cortejo del campo de sus triunfos, hasta el Memorial Necrópole Ecuménica, el cementerio más alto del mundo, cercano y con vistas al estadio del Santos, donde creció su gloria imparable. Allí, y previa parada en la casa natal, que aun habita en su limbo seráfico su centenaria madre, descansa para los siglos, Edson Arantes do Nascimento (1940-2022), el más grande futbolista de todos los tiempos.

Mientras se consumaba el costoso montaje de Qatar, la coronación –con túnica, chilaba o negligee, llámenla como quieran– del supuesto «mejor jugador de todos los tiempos», Pelé, un chico de favela que ganó su primer mundial con diecisiete años, luchaba por su vida en un hospital brasileño. Las incidencias de su peor combate se encubrieron con las burdas tropelías, las groseras conveniencias, las comisiones descaradas, los abusos y silencios cómplice en el atropello sistemático de los derechos humanos. Pero todos los atropellos, los silencios, las malolientes faramallas con las que se distrajo, o se quiso distraer, del escándalo mollar, y las desafinadas y estentóreas celebraciones con las que se coronó a un supuesto sucesor del más grande, quedaron arrumbados por una necrológica que conmovió al mundo. Canarios en su rincón, que cubrió casi dos décadas en la parrilla de TVE, me permitió evocar paisajes y biografías de paisanos notables que brillaron, en tiempos en los que la publicidad era más pobre, corta y limpia que en estas horas, cuando los rostros habituales de programas en emisoras públicas y privadas proclaman las excelencias de ropa interior, dentríficos y supuestos liberadores del peligroso colesterol.

Evoco una inolvidable grabación del tinerfeño Luis Molowny, El Mangas, acaso el futbolista de mayor proyección nacido en Canarias y un ídolo sin cuestión para mi padre que tuvo oportunidad de conocerle durante el rodaje. Pese al laconismo del imaginativo interior y del entrenador talismán que el Real Madrid utilizaba, con éxito asegurado, en horas difíciles se sintió cómodo y habló de lo humano y lo divino, mentó a las estrellas pasadas y coetáneas y a las promesas que emergían en los animados noventa. «No puedo decir un solo nombre; así que te tiene que conformar con dos: Pelé, el más grande y el de mejor trayectoria; y Alfredo Di Stéfano. Detrás de estos dos, vienen una lista de futbolistas inteligentes; grandes armadores de juego; ratadores increíbles; pícaros y oportunistas que, a falta de otras condiciones, rendían a los marcadores más duros...»

Luis Molowny, que brilló por su inteligencia y visión del juego, valoraba la fuerza, la entrega física y la capacidad para resolver, «con dos un partido atravesado. rte más noble del tinglado. Amante de la técnica y el buen estilo, Molowny valoraba también, y con la mejor nota, a los jugadores con buen físico capaces de resolver un partido. «Ndie puede dudar de la calidad técnica de Pelé; de su dominio del balón, de eliminar en dos metros cuadrados a dos adversarios. Pero, tampoco, le vi perder una carrera de treinta metros o un sprint de cinco. Representa, como i, la técnica que sólo tienen unos pocos elegidos y el fondo físico de anatomías privilegiadas». «Para mí, elección no resulta nada fácil, el mejor jugador de todos los tiempos ha sido Pelé. Desde su retirada en 1977 no ha aparecido ningún jugador con sus condiciones; con su inteligencia, con su capacidad de liderazgo. No era sólo un malabarista, un mago con el balón, era un rompedor que remataba fenomenalmente de cabeza, que defendía en una barrera e iniciaba un contraataque mortal. Fue, sin ninguna duda, el creador del fútbol tal y como lo conocemos hoy».

Rodábamos la entrevista en el Bernabeu y parecía obligada la mención. ¿Y Di Stéfano? «También son palabras mayores. Alfredo fue un jugador total, con una capacidad de sacrificio y facultades notables. De algún modo, fue un precedente del astro brasileiro y dejó una huella imborrable en el Real Madrid y se echó, cada vez que fue necesario, el equipo a su espaldas. Pelé hacía eso pero, además, en cada partido, dejaba una genialidad para el recuerdo. No hubo ninguno mejor ni, sinceramente, creo que lo veamos. «Los reyes no abundan, pese a la publicidad».

En la muerte y el duelo por un deportista que encarnó valores poco usuales en el mercantilismo que todo lo mueve, salgo hooligans obtusos y fanáticos que tapan su pasión con pretextos patrióticos, la muerte de Pelé O Rei canceló todos los debates y por justicia y buen gusto mentar posibles sucesores es lisa y llanamente hacer una nómina de ambiciosos sucesores con casi todo, desde la honradez y el respeto al deporte, por demostrar.

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