El arquetipo del antihéroe

Cátedra edita las memorias de Emilio Gutiérrez Caba, rostro asociado al mejor cine español desde los años sesenta

Emilio Gutiérrez Caba, a la izquierda, en unfotograma de ‘Nueve cartas a Berta’ (Basilio Martín Patiño, 1965).

Emilio Gutiérrez Caba, a la izquierda, en unfotograma de ‘Nueve cartas a Berta’ (Basilio Martín Patiño, 1965). / La Provincia.

La presencia recurrente de Emilio Gutiérrez Caba (Valladolid, 81 años) en las pantallas españolas desde su lejano debut en 1963 en Como dos gotas de agua, del cineasta argentino Luis Cesar Amadori, y con las populares Pili y Mili como compañeras de reparto, hasta su última intervención en Fenómenas (2022), bajo la batuta de Carlos Theron, constituye el síntoma más elocuente de una de las carreras actorales más prolongadas, versátiles y estables del cine español de las últimas seis décadas.

De ahí que la lectura de las memorias del actor, que la editorial Cátedra ha publicado en su colección Signo e Imagen, nos hayan aportado aspectos muy reveladores sobre ese largo periodo de la historia de nuestra industria en el que, entre otros grandes acontecimientos, pudimos asistir al nacimiento del llamado Nuevo Cine Español, movimiento que nos rescató del escenario de mediocridad moral y artística en el que nos recluyó la dictadura franquista durante décadas y que propiciaría, entre otros filmes memorables, Nueve cartas a Berta (1965), escrito y dirigido por Basilio Martín Patino, cuyo reparto compartió, a sus 23 años, con Elsa Baeza, Antonio Casas y Mari Carrillo, figurando en el equipo técnico el gran José Luis Alcaine como director de fotografía.

Con esta película, que fue distinguida aquel año con la Concha de Plata en el Festival de San Sebastián, el actor obtuvo su primer gran éxito profesional «no solo porque quien escribió el guion y quien la dirigió pertenecía a una generación nacida ya durante la guerra o poco después de terminar sino también porque el tema que abordaba, la forma en que la rodaron y los presupuestos que se manejaban estaban situados en las antípodas del cine convencional que se venía filmando en España por aquellos años, aunque en él no faltaron nunca honrosas excepciones. Lorenzo, el personaje que interpreto, es de esos que asisten mudos a los sucesos que se desarrollan a su alrededor sin abandonar por ello su mundo interior, en el que se refugia para huir de la realidad aplastante que le rodea. Se aferra a las cartas que escribe a Berta para intentar escapar de la mediocridad de aquel mundo provinciano al que ha vuelto y del que no parece que pueda salir porque le falta valor, porque proviene de una familia tradicional, conservadora, a la que quiere pero de la que le gustaría alejarse».

Inmediatamente después de su participación en Nueve cartas a Berta, Emilio se incorpora al cast de La caza, dirigida por Carlos Saura, otra de las obras maestras surgidas al calor del Nuevo Cine Español, escrita por Angelino Fons y el propio Saura que recibiría, entre otros muchos galardones, el Oso de plata a la Mejor dirección en la Berlinale. En esta ocasión le acompañaban cuatro veteranas figuras del cine nacional: Ismael Merlo, Alfredo Mayo, José Mará Prada y Fernando Sánchez Polack, un sólido cuarteto de intérpretes que escenificaba la violencia latente en una generación de españoles profundamente marcada por los fantasmas de la contienda civil frente a una España que aguardaba su relevo encarnada por el joven Gutiérrez Caba, hermano a la sazón de otras dos excelentes actrices de teatro y de cine en el ámbito nacional: Irene y Julia Gutiérrez Caba.

«Su filmación se llevó a cabo desde mediados de julio hasta mediados de agosto de aquel caluroso verano de 1965, ya que en las semanas que duró el rodaje, cuatro en total, no cayó ni una gota de agua en aquel paraje donde filmábamos; no vimos ni una nubecilla en el cielo, nada; solo imperaba un sol abrasador que se convirtió en nuestra principal obsesión. El coto de caza donde sentamos nuestros reales estaba situado entre la carretera nacional IV, Madrid-Andalucía, y una carretera secundaria que corre paralela a la nacional por la parte baja desde Ciempozuelos arrancando en el puente que atraviesa el Jarama».

La localización, como se puede apreciar solo viendo la película, era de una desolación desesperante: una raquítica vegetación grisácea emergía de una tierra caliza, polvorienta y seca que representaba perfectamente el tenso clima de violencia interior que se respiraba entre los cinco personajes que protagonizaron este soberbio drama sobre la España de los sesenta. Posiblemente, Gutiérrez Caba no volvería a participar en su larga carrera ante las cámaras en un reparto tan vivo e inquietante como el que reunió Saura para esta película, considerada, y con razón, como uno de los títulos antológicos de la historia de nuestro cine.

A años luz, por ejemplo, de Los guardiamarinas (1966), ¿Qué hacemos con los hijos? (1967), Los chicos del Preu (1967), Hasta que el matrimonio nos separe (1976) o Vota a Gundisalvo (1977), películas de bajo presupuesto y de escasas pretensiones artísticas que protagonizó a las órdenes de Pedro Lazaga, o de otras tantas dirigidas por Mariano Ozores, Francisco Lara, Rafael Gil, Pedro Masó, Alfonso Paso o Pedro Mario Herrero, en su extensa filmografía se cuentan trabajos de gran calado como lo son Las bicicletas son para el verano (1983), de Jaime Chávarri; La petición (1976), de Pilar Miró; El sacerdote (1978), de Eloy de la Iglesia; La colmena (1982), de Mario Camus; ¿Qué he hecho yo para merecer esto? (1984), de Pedro Almodóvar; Réquiem por un campesino español (1985), de Francesc Betriu; Werther (1986), de Pilar Miró; La guerra de los locos (1986), de Manuel Matji; Boca a boca (1995), de Manuel Gómez Pereira; El hombre de las mil caras (2015), de Alberto Rodríguez o El árbol de la sangre (2017), de Julio Medem, la mayor parte de los cuales discurren como brillantes ejercicios de exploración crítica de la realidad social, política e histórica de la España del siglo XX.