Opinión | Gentes y asuntos

Ganó El Emir

El emir de Qatar,  Tamim bin Hamad al Thani, y el presidente de la FIFA, Gianni Infantino

El emir de Qatar, Tamim bin Hamad al Thani, y el presidente de la FIFA, Gianni Infantino / Tom Weller/dpa

Un trancazo gripal siempre es una lata aunque te reconforte el triple negativo del test al que me sometí desde los primeros síntomas. Con un fin de semana por medio, vi los epílogos del Mundial más costoso y oscuro de la historia que, tal y como se esperaba, mostró las segundas evidencias de corrupción política en la vistosa vicepresidenta del Parlamento Eva Kaili y su grupo de colaboradores necesarios y bien engrasados y con cargo a Qatar y Marruecos según parece.

El éxito alauita – que sumó a la temprana eliminación de España por Marruecos la mejor clasificación histórica de un equipo árabe – se unió a un resultado que, que fuera cual fuera, colocaría en el centro de la foto al emir Tamin bin Hamad Al Thani que, para eso, se gastó una cantidad insultante desde que compró las voluntades de Blatter y Platini, investigados, destituidos y desprestigiados pero libres del talego; y de sus sucesores Infantino, un trovador de las bondades de la tiranía Qatari, y el inefable Ceferín, al pleno servicio del emirato. Los cuatro ejecutivos no sólo concedieron la organización del XXII Mundial a un país pequeño, de clima tórrido y ausencia total de derechos humanos sino que, para poder realizarlo lo situaron en otoño y para ello interrumpieron, con dos narices, todas las ligas oficiales del planeta.

El domingo se paró el pulso mundial. La vehemencia de Argentina contrastó con la suficiencia, luego caída, de Francia y los medios especializados y generalistas, que dedicaron espacios mínimos a los 6.500 muertos que, según The Guardian, murieron desde 2010 en la construcción de los modernos y suntuosos estados construidos para el evento y a la flagrante y continua vulneración de derechos en la península arábiga. Como dos campeones de armas, Lionel Messi y Kyliam Mbappé, argentino de 35 años y brillante trayectoria el primero; y francés, de 23 el segundo, libraron el duelo decisivo para coronar al vencedor.

Ganó Argentina y Messi, completó su lista de éxitos y, desde el pitido final, llevó la emoción a todos sus compatriotas y a los numerosos simpatizantes del exterior. Mbappé, casi en solitario, vendió cara su derrota. Al Thani no cambió la sonrisa en ningún momento del partido que, con cualquier resultado, era su victoria. Ambos futbolistas militan, con escandalosos salarios en el PSG, un equipo libre de controles por la benevolencia ceferina y la túnica, o chilaba, tan antigua y valiosa como inadecuada, la hubiera lucido cualquiera de sus dos empleados de lujo.

Tras el pitido final y la liturgia a la gloria eterna del emirato, el resto del domingo lo de dediqué a seguir los ecos desgañitados y felices de quienes tienen puestas en el fútbol sus más limpias ilusiones; de quienes sufren o gozan con los resultados; de quienes están pendientes toda la semana de los noventa minutos del equipo de sus amores. Sobre este manto de inocencia que adora a Messi y lo compara con los mejores de la historia, que odia a quienes le disputan su trono y que sueña con la gloria para nombres ajenos, se urden negocios sucios y entran en juego intereses bastardos que tienen más fácil perdón que los delitos de subsistencia de los pobres de la calle.

A no mucho tardar, saldrán las tripas de esta megaempresa económica que creció sobre los sentimientos de una mayoría del pueblo llano. A Eva Kaili la acompañará una corte de secuaces y el currito de la calle se escandalizará, se cabreará sinceramente pero el domingo, ahí está la grandeza y el riesgo del futbol, volverá a la luz de sus amores. Si puede irá al campo, o si no al móvil y la tv y, cuando, llegue la ocasión viajará a un desierto inhóspito luego de haber prescindido de cualquier bien de consumo o primera necesidad.

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