Opinión | Tal cual

Los contratos temporales ‘disfrazados’ de fijos discontinuos

Este gobierno socialcomunista que padecemos, para controlar la opinión pública, sigue al pie de la letra la propaganda goebbeliana del principio de orquestación. Máxime en su parte laboral, cuya ministra responsable –militante del Partido Comunista de España– hace todo lo posible para que la propaganda sobre la evolución de las cifras del paro sea, siempre, un éxito. De hecho, dichas cifras récord –sean estas positivas o negativas, a ellos les da igual– se producen gracias, cómo no, a su reforma laboral y a la mejora de la calidad de los contratos de larga duración.

Para llegar a tal engaño –si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad– se ha de tener claro que sus planteamientos han de converger sobre la misma idea o concepto. Sin fisuras ni dudas. Desde que entró en vigor la nueva reforma laboral resulta que lo que antes era blanco ahora es negro; sí o sí, como la ley Montero. Esta aberración laboral y estadística nos indica que los fijos discontinuos cobran del paro, pero no cuentan como parados. Y lo que antes pudieran ser miles ahora se han convertido en decena de miles.

La nueva reforma laboral estipula que un contrato fijo discontinuo debe tener un carácter estacional, o lo que es lo mismo, contempla posibles periodos de intermitencia de actividad o de inactividad –que lo mismo pueden ser meses, que semanas o incluso días–, pero con las mismas ventajas de un contrato indefinido. Pero, y aquí viene la «trampa», estos contratos no tienen por qué implicar más estabilidad en el empleo. Lo que se demuestra al tener que obligar a los empresarios a echar mano de estos tipos de contratos para llevar a cabo trabajos temporales. ¿Son fijos? Sí. Pero lo pueden ser de corta duración.

El hijo llega a casa todo contento y dice a sus padres: ¡Me han hecho fijo! ¡Qué alegría nos das, hijo! –responde la madre, eufórica. Al fin puedes casarte y comprarte una casa e irte de aquí, queremos decir, independizarte. No, mamá, no es ese tipo de fijeza. La semana que viene me despiden y cobro el paro, pero, oficialmente, no estoy parado; y, para el mes que viene, puede que me llamen otra vez y vuelva a ser fijo. No entendemos nada, hijo –dice la madre, ojiplática. No te preocupes mamás, nadie lo entiende.

Lo más llamativo de los datos relacionados con el paro registrado, del que el Gobierno presume, es que forman una bola de nieve. Los datos estadísticos, donde no cuentan los fijos discontinuos como parados, están provocando un desajuste entre la realidad y el deseo. Es como hacer trampa al solitario. Según el Servicio Público de Empleo (el SEPE de Yolanda Díaz), el paro registrado en España es de 2,9 millones; mientras que para la Fundación de Estudios de Economía Aplicada (FEDEA), los parados efectivos rondan los 3,2 millones. Y esto es así porque los fijos discontinuos han elevado su peso estadístico, en el total del cómputo de los contratos registrados; del 1,2 % al 13%.

Estamos inmersos en un contexto político y laboral complejo, donde las mentiras ya no tienen importancia y la falta de ética y de palabra, menos aún. Se puede decir una cosa y la contraria sin perder la sonrisa. Lo peor es cuando se intenta utilizar el poder para abrirse paso en la política, sumando adeptos, a costa de manipular la información para que los ciudadanos entiendan y comprendan que todo lo que hacen es por tu bien, que no por el suyo.

Esto, antes, ayer mismo, era prevaricar. Ahora, cualquiera sabe.

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