Opinión | SANGRE DE DRAGO

Te invito a una macedonia

Siempre es más lo que nos une que lo que nos separa. Esta certeza hace referencia a nuestra condición de seres humanos, pero es válida para cualquier iniciativa que seamos capaces de realizar. Siempre es más lo que nos vincula que lo que nos distancia. Hay un efecto comunión inserto en las sociedades que convierte la pluralidad en sinfonía de posibilidades.

Es cierto que entre los tonos graves y los altos la distancia es clara, pero somos capaces de usar el contrapunto y generar armonía con las polifónicas diferencias entre nosotros. Incluso las diferencias políticas que nacen de ideologías diferentes se vinculan en el fin de mejorar la vida de las personas. Por eso es por lo que no hay que desoír la llamada al diálogo, al consenso, al acuerdo.

Desde el 18 hasta el 25 de enero, todos los años, se celebra la semana de oración por la unidad de los cristianos. A este movimiento espiritual y secular se le llama ecumenismo. La unidad es una realidad siempre en construcción, en todas las dimensiones de nuestra vida. Es inevitable precisamente por el hecho de la pluralidad. Lo que no es un hecho es adquirir el pluralismo como actitud. Esa actitud que reconoce al diferente y respeta su peculiaridad, pero que genera puentes de diálogo en el que seamos capaces de escucharnos y construir juntos.

Nadie se sumará a un movimiento ecuménico, de reconciliación y reconstrucción de la comunión perdida por los avatares de la historia, si no se cree que es más lo que nos une que lo que nos separa. Y esa certeza anida en la mayoría de los corazones, aunque en su realización concreta encontremos dificultades numerosas, algunas con apariencia de insalvables.

No hace mucho una buena amiga usó como modelo simbólico de la comunión la macedonia, ese postre tan común y sencillo que recoge el sabor de diferentes frutas que, sin abandonar su sabor propio, entre todas construye una realidad nueva y extraordinaria. No se trata de dejar de ser yo, sino de construir juntos un nosotros. Y el camino es el diálogo.

Cuando un plátano está a gusto con su aroma y su potasio, pero desprecia la fibra de la manzana, considerando que es una fruta con poca glucosa y despreciable, la macedonia no será tal. Porque cada fruta es necesaria. El agridulce de la naranja, el toque tropical de piña, incluso la sencillez escondida de la uva. Cada uno de nosotros no debe dejar de dar su propio tono y sabor al conjunto, sabiendo que todos somos necesarios, y recordando que el conjunto es más que cada parte. El Papa Francisco nos lo ha repetido infinidad de veces: «El todo es superior que las partes».

El todo de la comunión de los discípulos de Jesús de Nazaret será el objetivo de este octavario. Qué bueno sería que comenzáramos por incluir en el nuestro del Padrenuestro a todos los bautizados, sean de cualquier confesión cristiana que sea; a todos los creyentes, sean de cualquier religión que sean; a cualquier persona, creyente o no creyente, porque es más lo que nos une que lo que nos separa.

Aceptar la crítica, aceptar el desacuerdo, aceptar la diferencia, claro que sí; pero aceptar la complementariedad, aceptar la pluralidad, aceptar la rica y polifónica capacidad de convertir el mundo en una extraordinaria macedonia humana, también.

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