Canarismos

La procesión va por dentro

El pasado día 5 de agosto se celebró la procesión de la Virgen de Las Nieves en Taganana.

El pasado día 5 de agosto se celebró la procesión de la Virgen de Las Nieves en Taganana. / Andrés Gutiérrez

Luis Rivero

Luis Rivero

Por ignotas razones el ser humano a veces se muestra reacio a manifestar el dolor y el sufrimiento que le afligen el alma, como si se desatara de una especie de mecanismo de defensa frente a lo que creemos nos hace vulnerables ante los demás. Esta frase proverbial de uso actual en castellano la podemos escuchar a menudo en las islas como parte de ese repertorio fraseológico incorporado desde otros dominios lingüísticos. Se emplea de manera autorreferencial (en ocasiones con donaire) por quien, no obstante soportar un sentimiento de dolor, angustia o tristeza, se empeña en mostrarse aparentemente indiferente ante el sufrimiento, pero reconoce que «la procesión va por dentro», es decir, que el pesar se lleva «dentro» aunque no lo parezca. También puede referirse a una tercera persona, dicho por alguien cercano que sabe que aquella no está atravesando un buen momento, aunque en apariencia se muestre calma («la procesión la lleva por dentro», se suele escuchar en estos casos). Es creencia popular la que relaciona ciertos órganos físicos o corporales o las funciones fisiológicas que estos desempeñan para definir determinadas emociones y sentimientos. En tal sentido, el corazón, v.gr., suele relacionarse con la sede que aloja los sentimientos, y esto tiene que ver con el «dentro» al que se refiere la locución: «va por dentro», en el sentido de que está «dentro de nosotros», «en nuestra alma, en nuestro corazón». Así pues, la frase «la procesión va por dentro» expresa metafóricamente el sentir pena, dolor, inquietud, tristeza…, bajo una aparente serenidad que oculta cualquier emoción negativa. «Procesión» deriva de la voz latina procedere (proceder), processio –onis que significa: ‘acción de adelantarse’, ‘salida solemne’, lo que se identifica con un cortejo, generalmente de significación religiosa, de cierta solemnidad y pompa. Hay quienes han visto el posible origen de la metáfora que da soporte a este dicho en las procesiones de Semana Santa que a causa de las inclemencias meteorológicas no podían salir y se celebraban en el interior de la iglesia. Otros lo ven como una referencia a la ostentación o exhibición pública de la fe de quienes la demuestran saliendo en procesión frente a otros que la viven interior e íntimamente.

Creemos que la «procesión» se asocia a la idea que encierra la expresión arcaica: «procesión de disciplinantes» [lo que parece usual en tiempos pasados a tenor del empleo que de ella hace Cervantes en el Quijote: «Advierta, mal haya yo, que aquélla es procesión de diciplinantes, y que aquella señora que llevan sobre la peana es la imagen benditísima de la Virgen sin mancilla» (Quijote, I-LII)]. «Disciplinante» es la persona que se disciplina públicamente en las procesiones de Semana Santa. El verbo «disciplinar» significa ‘azotar, dar disciplinazos por mortificación o por castigo’. «Disciplinazo» se le llama al golpe dado con las «disciplinas», que es ‘un instrumento hecho ordinariamente de cáñamo, con varios ramales cuyos extremos son más gruesos y se usan para la autoflagelación del penitente’. Frente a este acto de exhibicionismo masoquista con revestimiento litúrgico —por así decirlo— surge la expresión «va por dentro» que quiere decir que no se ve ni se exhibe. Actitud que se predica de quien se muestra reservado y pudoroso y, por tanto, vive sus «creencias» en la intimidad, en el interior del templo o en el «templo interior» (que, según algunos, es el lugar de «com-templación»). De manera que el sufrimiento, la mortificación, la penitencia, la disciplina —por recurrir al término de origen— se pueden mostrar públicamente en procesión o invertir el recorrido y hacerlo, dicho figuradamente, «por/desde dentro» en intimidad o en soledad, sin hacer ostentación de las propias creencias. Y así se explica —creemos— esta metáfora de evidente inspiración religiosa que sirve para expresar cuando alguien se encuentra en una situación difícil pero disimula o no exterioriza el sufrimiento que le embarga, ofreciendo una imagen de normalidad, incluso de aparente confort. En fin, como se suele decir, «haciendo de tripas corazón».