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Michael Mann choca en Venecia con su 'Ferrari'

Es evidente que Mann considera a Ferrari un hombre fascinante, pero el retrato que la película hace de él no da suficientes motivos para creerle; y el resto de personajes, incluida la torturada esposa que interpreta Penélope Cruz, son meros esbozos

Adam Driver y Michael Mann, en la presentación de ’Ferrari’ en la Mostra de Venecia.

Adam Driver y Michael Mann, en la presentación de ’Ferrari’ en la Mostra de Venecia. / REUTERS

Nando Salvà

Asegura Michael Mann que llevar a la pantalla la vida del magnate automovilístico Enzo Ferrari que ha sido su empeño durante tres décadas o, en otras palabras, desde antes de dirigir películas tan apabullantes como ‘Heat’ y ‘Collateral’. Y por eso resulta difícil de entender que ‘Ferrari’, que ha presentado a competición en la Mostra de Venecia y que supone la culminación de un proyecto tan aparentemente personal para el ya octogenario director, sea una película incapaz de transmitir personalidad, energía y pasión.

En ella, Mann se centra en un solo año de la vida del empresario, 1957, “en el que colisionaron muchos de los conflictos que en buena medida marcaron su vida: su compañía estaba al borde de la bancarrota, su hijo acababa de morir, y su matrimonio estaba al borde de la destrucción”, ha explicado al director en rueda de prensa; a su lado permanecía Adam Driver, protagonista de la película, que se las ha arreglado para participar en su presentación en el festival a pesar de las huelgas que han parado Hollywood -el Sindicato de Actores le ha dado permiso para ello, puesto que ‘Ferrari’ es una producción independiente no vinculada al lobi de productores estadounidenses-, y que ha usado una de sus intervenciones para criticar la actitud de compañías como Netflix y Amazon en el conflicto. 

Es evidente que Mann considera a Ferrari un hombre fascinante, pero el retrato que la película hace de él no da suficientes motivos para creerle; y el resto de personajes, incluida la torturada esposa que interpreta Penélope Cruz -que no ha viajado a la Mostra por “motivos personales”-, son meros esbozos. Esa simpleza psicológica es uno de los motivos por lo que ‘Ferrari’ avanza tan convencional y apática; el otro es que, pese a que su director es un artista extraordinariamente dotado para la narración visual, no ofrece ni una idea de puesta en escena ni un hallazgo formal, ni siquiera en las sucesivas secuencias de carreras de coches que el metraje incluye. Desde hoy, que Mann tenga previsto dirigir ‘Heat 2’ no parece muy buena idea.

El vampiro Pinochet

La nueva ficción de Pablo Larraín, que también compite por el León de Oro, es a la vez más interesante y más decepcionante. Después de todo, ha llegado a la Mostra envuelta de expectativas, por dos motivos. El primero es que, en ella, el cineasta chileno vuelve a explorar el pasado traumático de su país, y todas sus obras anteriores sobre el asunto -’Tony Manero’, ‘Post Mortem’, ‘No’, ‘El club’ y ‘Neruda’- deslumbran por su inventiva y su capacidad para perturbar; el segundo, que se construye sobre una ocurrencia absolutamente brillante.

Concretamente, ‘El Conde’ imagina al dictador Augusto Pinochet como un vampiro que, tras pasar vivo más de 250 años y mientras sigue matando a su pueblo -su muerte en 2006 fue un montaje-, ha decidido que quiere morir; está cansado de que el pueblo chileno lo trate de ladrón, y de ser un cajero automático para su mujer y los cinco gañanes que tiene por hijos. “Pinochet nunca se enfrentó a la justicia y esa impunidad lo hizo eterno, lo convirtió en un vampiro”, ha asegurado Larraín hoy para explicar su premisa, poco antes de comparar a ese tirano con otro dictador, Francisco Franco: “Comparten el placer por la maldad y la poca inteligencia; fueron bufones de otros grupos de poder que quisieron ponerlos ahí o apoyarlos”.

El problema es que esa ocurrencia inicial es, durante buena parte del metraje -hasta que entra en escena otra ocurrencia de la que aquí no se pueden dar detalles- todo cuanto ‘El Conde’ es capaz de ofrecer y, mientras la estira sin llegar a extraerle todas sus posibilidades satíricas, avanza tan rápida como falta de dirección y propósito, manejando a los personajes como si fueran actores de un grupo de teatro de colegio que improvisan escena a escena. Precisamente ahora que se cumplen 50 años del golpe de Estado contra Salvador Allende, y considerando que Chile no ha llegado a rendir cuentas con su pasado, es una pena que una película con un director y una idea de partida como esos no hinque el diente más a fondo en el asunto.

Luc Besson, al límite

Justo igual que ‘El Conde’, la nueva película de Luc Besson habla de la destrucción física y psicológica que los hombres monstruosos pueden llegar a causar y, también como ella, para ello se sirve de una premisa francamente demencial; la diferencia, eso sí, es que ‘DogMan’ sí saca tanto partido a la suya como requiere para funcionar. El cine del francés está lleno de historias absurdas, pero pocas lo son tanto como la que cuenta esta mezcla de parábola religiosa, cuento macabro y puro chiste, situada entre ‘El silencio de los corderos’, ‘The Equalizer’, ‘Las aventuras de Priscilla, reina del desierto’ y ‘La patrulla canina’, y protagonizada por una suerte de ángel exterminador postrado en una silla de ruedas que pasa la vida o bien cuidando de sus docenas de perros -que lo ayudan tanto en sus labores de justiciero como en las de delincuente- bien sobre el escenario de un cabaret ‘drag’ imitando a Edith Piaf y Marlene Dietrich. 

Sobre el papel, pues, ‘DogMan’ es una película abocada al ridículo, pero lo cierto es que resulta difícil resistirse a ella tanto por la convicción con la que ese material argumental es manejado por Besson -cuya aparición en la Mostra de momento no ha generado la controversia esperada a pesar de que siguen planeando sobre él acusaciones de abusos sexuales- como sobre todo por la milagrosa capacidad del actor Caleb Landry Jones para poner en pie un personaje imposible. Dicho esto, su presencia en la competición por el León de Oro es un disparate.