Pleno del Parlamento de Canarias | A vista de guirre

Nicasio Galván y la Escuela de Salamanca

Vox solicita garbosamente frenar de una vez por todas las migraciones de origen africano que llegan a las costas canarias

Alfonso González Jerez

Alfonso González Jerez

Por encima de comparecencias, interpelaciones y mociones –sin duda interesantes, apasionantes, imprescindibles– la sesión plenaria de ayer estaba signada por una proposición no de ley de Vox en la que solicitaba garbosamente frenar de una vez por todas las migraciones de origen africano que llegan a las costas canarias en cayucos y pateras. Pero como Vox ya lleva meses entre nosotros se sabe más o menos lo que ocurriría. A la izquierda –ahora mismo no sé me ocurre otra expresión– Vox le pone. Tienen que contenerse –como dijo su señoría Luis Campos– para no perder los papeles e impulsarse desde la tribuna de oradores sobre los escaños de los ultraderechistas, que son cuatro y –la verdad– ninguno de ellos bronquistas. Ante los voxistas las izquierdas tuercen el gesto, nublan la frente, entrecierran los ojos, parecen a punto de escupir o dar la vida por la libertad de los pueblos. La épica antifascista da vidilla porque luchas contra la maldad químicamente pura, sin mezcla de bien alguno, y el mero desprecio parece un acto heroico. Para descalificar a la extremaderecha es más útil el humor, la burla y la parodia. Pero no hay manera.

Por supuesto, el discurso de Nicasio Galván fue una colección de lugares comunes reaccionarios con un núcleo muy claro: los negros no deben llegar a Canarias ni para ser expulsados. Para enmascarar la crueldad racista se adorna y perfuma la xenofobia con lacrimógenas acusaciones a esas terribles mafias que trafican con seres humanos o con llamadas a que los menores de edad deben volver con sus padres, porque la situación óptima para cualquier niño es que esté con sus padres, aunque les peguen palizas o estén muertos de un balazo, lo que hacen algunos para eludir sus responsabilidades. Deberíamos hacer reformas para blindar las fronteras europeas y aumentar los recursos militares del continente. Cada uno en su casa y dios en todos los tanques, vino a decir el portavoz de Vox, que reclamó como referencias ideológicas para la nueva Europa el pensamiento griego, el pensamiento romano y la escuela de Salamanca, porque a un hombre como Galván no le vas a pedir que llegue hasta Descartes. Lo cierto es que los partidos que apoyan al Gobierno se dirigieron a Galván como a un pesado que insiste incansablemente en sus boberías, sin que faltara algún que otro latigazo retórico. Nira Fierro, en cambio, habló según su estilo habitual, como si fuera una fiscal en los juicios de Nuremberg. Nadie le recordó a Vox –tal vez porque ya se ha hecho una y otra vez– que la inmensa mayoría de los migrantes que se instalan y domicilian en Canarias son europeos y latinoamericanos, y que las islas del año 2050 –no digamos a finales de siglo– serán muy distintas social y culturalmente. Ninguno de nosotros estará aquí en el año 2100 pero estoy convencido de que si pudiéramos echar un vistazo no reconoceríamos como propios a los canarios del siglo XXII. En todo caso Galván debería recordar una actitud religiosa y ética propia de los salmantinos y que asumió Francisco de Vitoria: se puede hacer el mal aunque se conozca a Dios y se puede hacer el bien, aunque se les desconozca.

La Escuela de Salamanca, a finales del siglo XVI, reformuló el concepto de Derecho Natural. Los indígenas americanos no eran subhombres o tontainas aniñados, sino hijos de dios con derechos, como el derecho a la propiedad, el de rechazar la conversión por la fuerza o el de poder dirigirse a las autoridades. Para Francisco Suárez y sus compañeros salmantinos el señor Galván sería considerado un carca despiadado y redicho y le hubieran mandado como penitencia a rezar, sin ninguna eficacia, dos padres nuestros, un avemaría y la tabla de gimnasia de Santiago Abascal.