La historia de Miguel Hernández y las primeras fotos del accidente aéreo de Los Rodeos: "Yo las hice y me quitaron el carrete"

El fotógrafo relata el episodio más amargo de su trayectoria profesional coincidiendo con la donación de parte de su archivo al Ayuntamiento de El Rosario

Miguel Hernández posa ante el Ayuntamiento de El Rosario.

Miguel Hernández posa ante el Ayuntamiento de El Rosario. / Carsten W. Lauritsen

«Me estaba duchando y mi madre tocó en la puerta del baño. Me preguntó que si me había pasado algo porque había oído un ruido muy grande. Entonces subió a la azotea, desde donde se veía toda la pista del aeropuerto, bajó y me dijo: ‘¡Corre, Miguel, corre; es un accidente!’. Cogí la cámara y, cuando estaba como a unos 200 o 300 metros, hubo una gran explosión. Fue como si me hubiesen dado un golpe seco de aire con un secador. Me tiró para atrás. Pero me levanté y llegué hasta el lugar. Hice fotos en las que se veía a un señor al que le faltaban las piernas con un maletín en la mano, al piloto quemado de espaldas…».

El entrecomillado anterior es el relato que hace el fotógrafo Miguel Hernández (La Laguna, 1958) sobre sus vivencias en el desastre de Los Rodeos, el 27 de marzo de 1977. La mayor catástrofe de la historia de la aviación comercial fue también, en un plano personal, el episodio más marcador de su trayectoria profesional. Lo que vio y sintió aquella tarde fue trascendente, pero también lo que ocurrió con las fotografías que asegura que realizó. Sostiene Hernández que le confiscaron la cámara y el carrete y que desapareció este último, y que después las imágenes se publicaron en multitud de medios de comunicación sin su nombre. Se refiere a las fotos más difundidas del siniestro. «Aparecieron en Time, en revistas como Zoom, en Interviú, en todos los medios...», enumera.

Miguel, por entonces un muchacho de 18 años, vivía en la calle Cabildo, en las inmediaciones de lo que es hoy la zona de naves y el campo de fútbol del barrio de El Coromoto. Es este un enclave situado sorprendentemente cerca del ahora denominado Aeropuerto de Tenerife Norte-Ciudad de La Laguna. Se podría decir que está a pie de pista. Además, el lugar carecía de vallado en el momento de los hechos. Así es que solo tuvo que salir del baño, vestirse a la carrera, cruzar una canalización de agua y empezar a fotografiar la tragedia con su cámara Zenit E.

«En un momento dado, un guarda jurado, que tenía un fusil, fue a dar conmigo y me dijo que le entregase la cámara», rememora. «Al principio yo no quise, pero me la quitó y se la dio a un camión de bomberos y me dijeron que en unos días pasase por Tráfico en el aeropuerto para recogerla», asevera. «Me volví a mi casa y conté lo que había pasado, y estuve fatal por el olor a carne quemada, que jamás se me olvidará», añade.

Según afirma, pasados los días volvió a por la máquina fotográfica y consiguió recuperarla, pero no estaba el carrete. Había perdido aquellas instantáneas de los momentos iniciales del siniestro. Miguel trabajaba como camarero en el Real Club de Golf de Tenerife, en Tacoronte. «Comenté allí lo ocurrido, cómo lo viví y qué fue lo que fotografié. Era presidente del Club Rodolfo Machado von Tschusi, que también presidió la CEOE en Tenerife», detalla. Poco después, y ya tratando de olvidar lo sucedido, recibió una llamada desde Londres que multiplicaría su disgusto. Al otro lado del hilo telefónico estaba Machado, que había visto publicadas en la capital inglesa las imágenes que él le había descrito.

«Yo hice las primeras fotos de los jumbos, me quitaron el carrete y jamás han salido con firma ninguna», sintetiza este profesional, que también admite que no cuenta con pruebas determinantes. «Si algún día esto se descubre, se deben mirar los negativos. Yo digo que es marca Valca y hasta la posición que es», afirma. «Siempre he dicho lo siguiente: el día que a mí me vengan con las fotos o me enseñen el negativo y me digan que es Agfa, Kodak o lo que sea, entonces yo pediré disculpas públicas», insiste.

Donación de su archivo. Miguel Hernández recorre los callejones de su memoria y acaba en aquel recuerdo amargo del accidente de Los Rodeos al analizar su trayectoria profesional. Recientemente ha decidido donar al Ayuntamiento de El Rosario sus fotos del municipio y será el comisario de la exposición titulada Crónicas de un pueblo, que se desarrollará el próximo verano en el marco de las fiestas en honor de Nuestra Señora de La Esperanza. «Son personas que posaron voluntariamente y a las que quiero rendir mi pequeño homenaje», apunta sobre los protagonistas de la muestra un fotógrafo que, aunque nacido y criado en La Laguna, se considera rosariero de adopción. Lleva décadas residiendo en el centro de La Esperanza, ha tenido allí el estudio Fototienda Zoom y trabajó durante largo tiempo para el Consistorio.

Pasión por la fotografía. «Mi interés por la fotografía surgió en 1971, coincidiendo con la erupción del volcán Teneguía», sitúa el kilómetro cero de su vinculación con esta disciplina. Estaba en el colegio y el padre de un compañero suyo que se dedicaba a la venta de productos fotográficos llevó una instantánea de aquel acontecimiento natural en la isla de La Palma. «A raíz de eso empecé a interesarme por la fotografía, pero, como éramos una familia humilde, no tenía para comprar una cámara», continúa. Un golpe de suerte se cruzó en su camino: «Poníamos una quiniela de fútbol entre toda la clase y, tras el reparto del premio, nos tocaron 200 pesetas a cada uno». Pudo hacerse con una Kodak Fiesta y su afición siguió in crescendo. Vinieron después algunos cursos por correspondencia. «Todos los meses me enviaban los productos químicos y un libro de instrucciones sobre cómo prepararlos. Mis primeros procesos de revelado los hacía en la cocina de mi madre con cuatro platos soperos de la marca Duralex y de noche, para que fuese a oscuras», recuerda. El siguiente paso, el de conseguir una ampliadora, se le hacía inalcanzable. «La solución fue una lata de aceite de cinco litros y una cámara fotográfica antigua que estaba ya rota, que la puse debajo como lente de la ampliadora», explica.

La hostelería. La economía familiar lo obligó a ponerse a trabajar en otras ocupaciones. Paradójicamente, fue un capítulo laboral que lo alejó y al mismo tiempo lo acercó al campo fotográfico. Y es que, ya con un salario en el bolsillo, pudo comprarse por 1.000 pesetas aquella cámara Zenit E que usaría en Los Rodeos. «Con ella iba a los bailes de los pueblos, a las verbenas, a las fiestas populares y me ofrecía como fotógrafo, revelaba en blanco y negro y me ganaba mi durito», relata. La práctica le daba tablas e iba aprendiendo nuevas técnicas como podía. «Revista de fotografía que había, revista que compraba», señala. Durante su etapa como camarero en el Real Club de Golf hacía fotos para el archivo de esta entidad, para una revista especializada y para medios locales. Algo parecido ocurrió en su siguiente empleo. «De allí me fui a trabajar como director del Departamento de Vehículos de Ocasión de Autensa Renault y de lo que se hacía de fotografía me seguía encargando yo», expone. Finalmente, ya en los años 90, decidió dar el paso y dedicarse profesionalmente a su verdadera pasión.

Los estudios. Miguel Hernández abrió un primer estudio en su barrio, en El Coromoto. Posteriormente puso la vista en otros horizontes empresariales. «Me di cuenta de que aquí, en La Esperanza, y en el municipio de El Rosario en su conjunto, no había nada, ni siquiera dónde hacer una fotocopia», indica. Y optó por mantener el local de La Laguna y poner en marcha el de La Esperanza, para después lanzarse con un tercero en el Centro Comercial Elcano, en Radazul Bajo. Eran otros tiempos. Más adelante, la irrupción de la fotografía digital lo obligó a ir dando pasos atrás. Cerró primero el de La Laguna, después el de Radazul y se quedó con el del casco esperancero, que tuvo abierto 25 años.

Medios de comunicación. Este profesional de la fotografía realizaba trabajos para el Ayuntamiento de El Rosario y también colaboró con diferentes periódicos, como La Tarde, Diario de Avisos, La Gaceta de Canarias, La Opinión de Tenerife y EL DÍA. Cuando mira atrás se acuerda de una época en la que hacía las copias de las fotos realizadas para el Consistorio y tenía que ir periódico por periódico repartiéndolas. Entre los principales hechos en los que estuvo presente recuerda, además del accidente de los jumbos, el incendio forestal de los años 90 que afectó al monte de La Esperanza. «Aunque siempre en todas las fiestas y en todo aparece una anécdota, algo especial...», opina. «En los años que llevo en la fotografía se me han llegado a saltar las lágrimas cuando me he dado cuenta de que he estado en el bautizo, la primera comunión, la boda y el bautizo del hijo», agrega. El balance que obtiene es positivo:_«Han sido 30 años de todo: de sentimientos, de trabajo y de algo importantísimo, como son todos esos amigos y esas personas que se me quedan en el cajón de los recuerdos».