Relatos de la capital | Siglos XIX-XX

Tenerife, lugar idóneo para recobrar la salud pulmonar

El fotógrafo inglés George Graham Toler cuenta como fue su viaje a la isla

Puerto de Santa Cruz, 1875.  | | E.D.

Puerto de Santa Cruz, 1875. | | E.D. / José Manuel Ledesma Alonso

José Manuel Ledesma Alonso

Esta es la descripción de su llegada y un viaje por la Isla del fotógrafo inglés George Graham Toler:

«Al llegar al puerto de Santa Cruz de Tenerife los viajeros teníamos que permanecer en el barco, fondeado en la bahía, hasta que fuéramos interrogados por el oficial de salud, quien subía a bordo para hacernos algunas preguntas mientras nos rellenaba la patente de sanidad, sin la cual no nos permitían desembarcar. Para facilitar este papeleo, los agentes de los hoteles ingleses, que también habían subido a bordo, hacían de intérpretes de las autoridades sanitarias; luego, recogían el equipaje de sus clientes y los llevaban en botes hasta el desembarcadero y, desde allí, al hotel.

Los que viajábamos por nuestra cuenta teníamos que coger alguno de los botes que se habían acercado al vapor, pagando una peseta por el traslado hasta el embarcadero. Sin embargo, si subían más de cinco personas sólo se pagaban 75 céntimos. Los niños menores de 12 años pagaban la mitad. Si el desembarco se realizaba por la noche, el traslado costaba 1,25 pesetas. Por el acarreo de cada baúl o maleta nos cobraban 50 céntimos (media peseta).

Al llegar al desembarcadero nos encontramos con una multitud de chiquillos peleándose por ser los primeros en recogernos las maletas y llevárnoslas hasta el hotel. En este puerto sentí el inmenso alivio que suponía la ausencia del control de aduanas. Los viajeros que veníamos enfermos y los que iban a subir al Pico del Teide nos quedamos a dormir en Santa Cruz de Tenerife, donde había tres inmuebles: el Hotel Inglés, en la calle Comenge nº 11 (San Francisco), propiedad del señor Camacho; la Fonda Francesa, en la plaza de La Constitución (La Candelaria), la preferida por su buena comida y su menor precio; y la Fonda Española, en la plaza de la Constitución (actual La Candelaria).

El traslado hasta el Valle de La Orotava lo hicimos en ómnibus, un coche de 12 asientos tirado por cuatro mulas o caballos. Tenía la estación principal en la trasera de la plaza de las verduras o recova vieja, junto al Teatro. La gente de aquí lo llama coche de hora, aunque sólo había dos salidas diarias.

George Graham Toler | | E.D.

George Graham Toler | | E.D. / José Manuel Ledesma Alonso

El interior del coche estaba reservado a las señoras, mientras que los hombres viajábamos en la tabla del pescante –asiento delantero junto al cochero– apoyando los pies en la vara guardia –férreo listón en el que se sujetaban los tirantes de las bestias–. En casos extremos, el techo del coche también servía de acomodo para el regazo de los viajeros.

El viaje era pintoresco y no exento de riesgo. Se tardaba unas seis horas en realizarlo pues paraba en todas las casas de postas existentes, para que los viajeros y el cochero pudieran reponer fuerzas mientras los criados cambiaban las bestias de tiro.

La primera parada obligatoria se hacía en La Cuesta y la segunda, en el Fielato de La Laguna, donde al viajero se le daba la oportunidad de comer algo y visitar la ciudad. La tercera parada era en Tacoronte y la cuarta y última tenía lugar en la Fonda de Doña María, en La Matanza, donde degustamos una excelente comida, regada por un magnifico vino de esta zona de la Isla.

Aquí, los que por razones de escala de su barco tenían que regresar a Santa Cruz, lo hacían con la satisfacción de haber visto el Teide en toda su extensión, mientras que los que habíamos venido a gozar del benéfico clima para sanarnos continuábamos hasta la estación del Ramal, donde cogíamos la diligencia hasta el Puerto de la Orotava (Puerto de La Cruz). Recientemente, la empresa Camacho ha puesto unos carruajes para cuatro personas, con todas las comodidades, para los viajeros más exigentes y acaudalados.

George Graham Toler (Londres, 1850 – Puerto de la Cruz, Tenerife, 1929). Hijo único de una familia acomodada inglesa, llegó a Tenerife a la edad de 39 años para restablecerse de su enfermedad pulmonar. Lo hizo influenciado por la lectura de la Guía para Forasteros, de Alfred Samler Brown, que mencionaba los lugares apropiados para sanar estos males. El estado natural en el que vivió, primero en Madre del Agua (Granadilla) y luego, en la Cañada de la Grieta (Teide), hizo que recobrara pronto la salud. En agradecimiento, construiría el refugio de Altavista, a 3.270 metros de altitud, donándolo al Ayuntamiento de La Orotava, el 30 de mayo de 1926. Mejorado de sus problemas respiratorios y en compañía de un arriero, en cuya mula cargaba su máquina fotográfica, recorrió toda la Isla dedicándose a captar la naturaleza y el paisaje insular, aún desconocido turísticamente, realizando 94 positivos en papel y 36 negativos en placas de cristal, los cuales enviaría a Londres para que su agente, Chas D. Doar, hiciese las primeras tarjetas postales con vistas de Tenerife, que serían una original promoción turística. Su cámara también inmortalizó la llegada de Alfonso XIII al muelle de Santa Cruz en 1906.

Posteriormente residiría en el Hotel Hespérides de La Orotava, donde conoció a la joven aristócrata María del Carmen Monteverde y Lugo, siendo muy curioso el enlace matrimonial de un protestante de 42 años con una joven católica de 17 años, por lo que tuvo que hacer una declaración jurada ante notario renegando de su anterior confesión y bautizándose en la parroquia matriz de Nuestra Señora de La Concepción de La Orotava.