La historia del cartel de “gracias” en una azotea a los pilotos que luchan contra el fuego en Tenerife

Una tinerfeña y sus tres hijos animan a los tripulantes de los cinco hidroaviones con pancartas y banderas cuando pasan sobre su terraza y estos les responden con carantoñas y mensajes en las redes

Vídeo: Médios áereos y terrestres luchan contra el incendio. / Imagen: Los hijos de Guacimara animan a un hidroavión que sobrevuela Santa Cruz de Tenerife para cargar agua.

Vídeo: @AT_Brif / Imagen: E. D.

Daniel Millet

Daniel Millet

Guacimara Fuentes y sus hijos Teo, Irina y Dennis dan las gracias todos los días, mañana y tarde, a los pilotos de los hidroaviones del Grupo 43 del Ejército del Aire desde que el pasado jueves se incorporaron a la lucha titánica contra el fuego en Tenerife. Lo hacen de una forma muy particular: empezaron con un cartel de «gracias» que pintaron ellos mismos en una tela blanca y que despliegan en la azotea del edificio donde viven en Santa Cruz de Tenerife y han ido perfeccionando el agradecimiento con banderas de la Isla, de España y pancartas con otros lemas y dibujos de los niños.  

Los botijos o abejorros, como se conoce popularmente a estos hidroaviones, pasan tan cerca de la azotea, en su vuelo al cercano Puerto de Santa Cruz para cargar agua, que Guacimara y los niños ven hasta las carantoñas que les dedican los miembros de las tripulaciones como respuesta a las muestras de cariño de esta familia chicharrera.

Foto tomada por los pilotos de los hidroaviones de los niños con el cartel de "gracias" en la azotea de Santa Cruz.

Foto tomada por los pilotos de los hidroaviones de los niños con el cartel de "gracias" en la azotea de Santa Cruz. / El Día

No son los únicos tinerfeños que exhiben su gratitud hacia el trabajo de estos corsarios del aire que estos días no paran de sobrevolar la Isla para atacar las llamas. Las muestras se cuentan por centenares en calles, ventanas y otras azoteas pero sí son los que más han tocado el corazón a los pilotos.

Tal es la relación que ha surgido entre la familia de Guacimara y los profesionales de estos apagafuegos del aire que hasta algunas veces avisan a la mujer y a los niños, con los que han contactado a través de las redes sociales y el wasap, de a qué hora van a comenzar  los vuelos y cuándo van a terminar la jornada bien entrada la tarde. «Ha surgido emoción entre nosotros», cuenta Guacimara Fuentes, una chicharrera de 39 años. «De hecho, los niños, mis tres hijos y unos amiguitos, se entusiasman mucho preparando los carteles y ondeando las banderas cada vez que pasan los hidroaviones. Y más cuando los pilotos nos contestan», detalla.

Esta familia y otros muchos tinerfeños agradecen la labor de estos corsarios del aire

No son solo carantoñas. Esta tinerfeña cuenta que a veces pican las luces de las aronaves y otras mueven un poco las alas poco antes de posarse en aguas del muelle principal para coger agua del mar y volver al monte para echársela a las llamas.

Pero la cosa no ha quedado ahí. Una amiga de Guacimara hizo galletas que reproducen los hidroaviones o el escudo del 43 Grupo del Ejército del Aire y se las enviaron a las tripulaciones a la base que han montado en el aeropuerto Tenerife Norte. Uno de los pilotos escribió anoche en su cuenta de Instagram con una foto de las galletas lo siguiente: «Bajar de volar y recibir esto... Canarios, sois los mejores». Incluso otro de los tripulantes les mandó una foto que había hecho desde el hidroavión y donde se ve a los niños salidándolos al lado del cartel.

Todo empezó como una novelería y también una forma de combatir el nerviosismo. «Desde el primer momento hemos seguido las noticias del incendio con enorme preocupación y tristeza, y cuando empezamos a escuchar las pasadas de los aviones decidimos subir a la azotea para animarlos de alguna manera, para agradecerles el enorme esfuerzo y el gran trabajo que están haciendo. No pensamos que la cosa llegara a más pero al final se ha creado un buen rollo con estos profesionales», narra Guacimara.

Tienen alma de piratas buenos y algunas tibias y calaveras con casco en el pecho. Se les conoce como los corsarios del aire porque, como aquellos piratas que actuaban con patente de corso de las autoridades, los aviones anfibios del Grupo 43 de las Fuerzas Aéreas pueden saltarse algunas normas en su lucha contra los incendios forestales. La urgencia de sus misiones les permite improvisar planes de vuelo, sobrevolar zonas pobladas o acercarse demasiado al suelo.

Uno de los hidroaviones del Grupo 43 carga agua en el Puerto de Santa Cruz para luego descargarla sobre las llamas.

Uno de los hidroaviones del Grupo 43 carga agua en el Puerto de Santa Cruz para luego descargarla sobre las llamas. / MARIA PISACA

Este escuadrón, cuyo lema es «¡Apaga y vámonos!», ya conquistó el corazón de los santacruceros el año pasado con sus vuelos sobre los edificios y el ruido característico de sus motores en otro incendio forestal, no tan grave como el actual, declarado en el municipio de Los Realejos.

Cinco aparatos se han unido esta vez a la dura batalla contra un incendio en la Corona Forestal de Tenerife que ha sido declarado por las autoridades el más devastador y voraz de los últimos 40 años en Canarias. Dos proceden del destacamento de Málaga, uno de la base principal de Torrejón de Ardoz (Madrid), otro del destacamento de Zaragoza y el quinto, de Santiago de Compostela.

Los cinco 'abejorros' proceden de Málaga, Madrid, Zaragoza y Santiago

Las permanentes pasadas de estos pájaros amarillos de barriga roja cerca de tejados y torres, con una periodicidad de unos 25-30 minutos desde primera hora hasta las últimas luces del día, obligan a levantar la mirada a los chicharreros, que cada vez que los oyen y los ven regresar se sorprenden de la habilidad de sus pilotos.

Son capaces de rellenar su carga de seis toneladas de agua salada a escasos metros de los barcos de Naviera Armas y Fred Olsen que, simplemente, ven llegar y marcharse a estos corsarios del aire en aterrizajes que duran muy poco, entre 10 y 12 segundos. Su lema y el extraoficial, «donde pongo el ojo, mojo», caracterizan la peculiar misión de estos aviones de fabricación canadiense cuya capacidad de carga útil es de entre 5.500 y 6.000 litros.

Teo, de tres años, Irina, de siete, y Dennis, de 11, están atentos cada vez que vuelve el rugir de los botijos. Suben a la parte superior del edificio de casa, en plena plaza de la Candelaria de Santa Cruz de Tenerife, les mandan ánimos y se vuelven con cierta resignación, comenta su madre, porque eso significa que el incendio se ha apagado.

Guacimara está muy agradecida con el cariño que los pequeños y ella han recibido de estos expertos en apagar fuegos que para muchos isleños son unos héroes. Precisa, sin embargo, que no tampoco quiere molestarlos. «Ha surgido la magia pero también sabemos que están muy centrados en su duro trabajo y no queremos causarles molestias», deja claro.

Los tripulantes quieren conocer a esta familia cuando acabe su labor en el incendio

Pero los integrantes del 43 Grupo que han venido a Tenerife quieren conocerlos. «Nos han comentado que cuando acabe este desastre tienen muchas ganas de salurdarnos, en especial a los niños, a los que han cogido mucho cariño. Ojalá esto acabe lo más pronto posible para estrecharles la mano y darles las gracias personalmente, no desde un cartel», asegura Guacimara, para concluir: «Está claro que el hecho de que dejen de volar significará que el fuego está controlado. Pero por otro lado también los echaremos un poco de menos».

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