Naufragio

El patrón del 'Pitanxo' mintió: su maniobra errónea hundió el barco

El peritaje judicial culpa a Padín del siniestro y niega un fallo de motor

Los trajes de inmersión estaban caducados

Secuencia de la recreación del naufragio elaborada por los peritos

Secuencia de la recreación del naufragio elaborada por los peritos / INFORME PERICIAL 01/2024

Lara Graña

El Villa de Pitanxo era un pesquero congelador de arrastre de 50 metros de eslora naufragado el 15 de febrero de 2022 en aguas de Terranova, en medio de la noche y durante las maniobras de virada (recogida) del aparejo. También fue un saco de dolor y mentiras, una caja expendedora de euros en la que los marineros hacían de cambio. La estructura en la que 21 hombres, en vez de un medio para buscarse la vida, encontraron su fin. A punto de cumplirse los dos años del siniestro, el más grave para la pesca española desde 1978 (Marbel, en las Cíes), las incógnitas empiezan a disiparse al fin en el mejor escenario posible: el judicial. La pericial encargada por el juez Ismael Moreno de la Audiencia Nacional acaba de hablar con estruendo: el pesquero de Grupo Nores se hundió por la extrema presión a la que el patrón, Juan Enrique Padín Costas, sometió al motor para intentar liberar el aparejo de un embarre (enganche) en el fondo del mar. No hubo fallo súbito del sistema de propulsión. El Pitanxo pudo menos que la obstinación de Padín y su maniobra para salvar en torno a 12 toneladas de pescado que venían en las redes; él fue el único que sería rescatado con el traje de supervivencia (o inmersión) intacto y seco.

El informe no es el mismo que todavía ha de entregar la Comisión de Investigación de Accidentes e Incidentes Marítimos (Ciaim). Este corresponde a Alejandro Iglesias y David Bejarano, designados directamente por el magistrado del Alto Tribunal. Confirma íntegramente el resultado de la investigación realizada por Faro de Vigo, de Prensa Ibérica, y marca una senda clara hacia un procedimiento judicial contra el capitán del pesquero y la armadora, sobre los que pesa ya una acusación de 21 homicidios por imprudencia grave, entre otros delitos. “Se concluye que la causa más probable del hundimiento del buque de pesca Villa de Pitanxo fue un error humano del capitán, por la falta de percepción cabal del riesgo de hundimiento que suponía la maniobra que realizó para librar el embarre del aparejo del fondo marino”. Porque lo hizo “a las bravas”, causando una escora a babor superior a los 30 grados. Así se murió el motor Wärtsilä 9L20, que esputó un tupido humo negro por la chimenea antes de girar por última vez. Pasadas las cuatro de la madrugada. En medio de un temporal.

El patrón –se le ha retirado el pasaporte y tiene que comparecer periódicamente en el juzgado de Cangas do Morrazo– sostuvo en sus declaraciones que ese motor se apagó sin motivo aparente, y sin que el personal de máquinas hubiese sido capaz de arrancarlo. Pero también aquí los peritos son expeditivos y desmienten su versión. “La simple parada del motor propulsor de un buque no basta para que se hunda en cuestión de minutos”. Como analizó este periódico, no existe precedente en el mundo de ningún naufragio de estas características motivado únicamente por la parada del motor principal. Incidió también Padín en que navegaba con normalidad para hacer otra largada de aparejo durante la noche, culpando a la mala suerte y al motor Wärtsila de la desgracia y negando el enganchón de las redes. Pero hasta siete veces menciona el embarre este informe, un hecho certificado por las grabaciones del pecio.

Pasadas las 4:12 UTC, el Pitanxo estaba muy escorado, con la tolva de desperdicios (o trancanil) abierta, así que “se produjo la inundación progresiva del parque de pesca”. Quedó a merced de la entrada constante de agua, con olas espoleadas por el mar de fondo y el viento en superficie. Con unas 200 toneladas ya de pescado congelado en las bodegas, 155.000 litros de gasóleo y otras 1.120 toneladas de peso muerto de la estructura de acero. Ya no había nada que hacer. Salvo evacuar.

A las balsas

Pero, salvo el capitán, nadie sabía lo que había que hacer porque no se hacían ejercicios antes de salir a la mar. “Las probabilidades de abandonar un buque sin peligro y de ser salvados son buenas si los tripulantes saben lo que tienen que hacer”, reza el informe. El marinero Juan Martín Frías, cuando embarcó en el Pitanxo –sin saber a dónde, por lo que pidió a su esposa que le llevara ropa de abrigo–, preguntó por los simulacros. Se le emplazó a que mirara los carteles plastificados de salidas de emergencia que estaban colgados por el barco. Tampoco había asignados trajes de inmersión para cada tripulante –deben adaptarse a la morfología del cuerpo, para ser efectivos y evitar hipotermias– y estaban caducados. El del propio Juan Padín no había sido revisado nunca desde que salió de fábrica: era del año 2001.

No sonó la alarma de evacuación, como terminaría confirmando el sobrino del capitán, Eduardo Rial, y como advirtió el tercer superviviente en todo momento, Samuel Koufie. Lo hizo a viva voz, y tarde. “Se considera factor contribuyente del accidente la demora con la que el capitán dio la orden de abandono de buque a la tripulación –abunda la pericial–, lo que condicionó que pudieran realizar el abandono de forma ordenada y con alguna probabilidad de éxito”. A oscuras, con el barco totalmente inestable, en ropa de aguas o de calle, muchos de los tripulantes estaban enfermos de COVID. Con fiebre, malestar general, dolor de cabeza, escupiendo sangre o con el asma agravada, pese a que Padín declaró a Centro Radio Médico –entidad dependiente del Ministerio de Seguridad Social– que eran todos asintomáticos. Siete de los nueve cadáveres recuperados dieron positivo en los test al llegar a Canadá. Todos murieron de frío; uno de los cuerpos se recuperó amputado.

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