Opinión | El recorte

No me lo quito de encima

Monumento a los Caídos, en la plaza de España, otro de los "símbolos franquistas" incluidos en el catálogo del Gobierno canario.

Monumento a los Caídos, en la plaza de España, otro de los "símbolos franquistas" incluidos en el catálogo del Gobierno canario.

El día en que el dictador Franco murió de viejo en su cama del Palacio de El Pardo –oficialmente el 20 de noviembre de un lejano 1975– pensamos que nos lo habíamos quitado de encima para siempre. Los jóvenes de aquel entonces, después de algún tiempo de acojono, descubrimos que podíamos ser libres. Al cruel dictador, que siguió firmando sentencias de muerte hasta casi estirar la pata, no le habían vencido las huelgas, ni los pocos demócratas que se jugaron la vida desafiando al régimen, sino los años. O sea, el tiempo. Pero también los sucesores designados, que le salieron rana y apostaron inteligentemente por la democracia.

Votamos una Constitución. Hicimos elecciones libres. Se estrenó Opera prima. Las tetas empezaron a salir en las portadas de las revistas. ETA siguió matando. Y hubo un intento de golpe de Estado. La apisonadora de la democracia pudo con todo. Y luego llegó Felipe González, o sea, los rojos, con el cambio en las manos, y este país se transformó en uno de los más prósperos de Europa.

Ha pasado casi medio siglo y resulta que sigo teniendo a Franco hasta en la sopa. Los descendientes de las víctimas de un bando de la guerra civil española, el que perdió, quieren restituir la memoria de los caídos. Es de lo más normal. Pero además quieren borrar los símbolos que les recuerdan al tipo que mantuvo cuarenta años de paz a punta de bayoneta. Y es ahí donde empieza lo discutible.

No soy de los que creen que haya que borrar la historia. Porque si nos ponemos estupendos, habría que meterle la piqueta a muchas infraestructuras que nos costarían un ojo de la cara. Y hay obras artísticas que aunque sean del periodo fascista, o lo que sea, no fueron hechas con mano de obra prisionera, sino por gente con talento dúctil o simplemente superviviente.

Se ha aprobado una ley por la mayoría del Congreso en la que se establece que los símbolos de la dictadura se tienen que ir a tomar viento. Las leyes hay que cumplirlas. Y así entramos en el difuso escenario de definir cuáles son los símbolos que enaltecen la dictadura. Todos los días paso por delante de unos de ellos –los leones del puente de Serrador– y les juro que he pensado más en Franco por culpa de Zapatero o de Sánchez que por esos dos trozos de piedra. Lo que me lleva a pensar si no se debería aplicar la ley a los que están todo el puñetero día paseando la momia del dictador.

Es posible que algún día haya en este país –porque somos de lo que no hay– un gobierno muy de derechas. Uno que cuando llegue a Moncloa decida aprobar una Ley de Memoria Prehistórica, en la que se contemple eliminar el recuerdo de todos los golpistas y personajes execrables de nuestro pasado. O sea, que nos quedaríamos sin historia. Adiós a las calles de los Reyes Católicos, del dictador Primo, de Largo Caballero, de Prieto y de Cristo y la abuela.

Anticipándome a estos devenires me gustaría proponer, humildemente, que vayamos al modelo americano y pongamos números a todas las calles, aboliendo el trastorno de los nombres que cambian con los tiempos. Los números son neutrales y no tienen historia política. Yo, si eso, me pediría vivir en la Calle Trece.

Suscríbete para seguir leyendo