Opinión

Míriam Rodríguez

El Médano de los días perfectos

Playa central de El Médano.

Playa central de El Médano. / María Pisaca

Hirayama sonríe a la vida cada mañana al salir de su casa, disfruta del amanecer de camino a su trabajo. A la hora del desayuno, saca su cámara analógica y fotografía los pulmones verdes que rodean los baños públicos de Tokio y que limpia, meticulosamente, a ojos de ciudadanos para los que resulta invisible. Vive solo; no habla con nadie. Lee antes de dormir, se despierta con el balanceo de la escoba del barrendero de su calle y riega sus plantas con suma delicadeza.

El protagonista de esta maravillosa película llamada Perfect Days es feliz. Disfruta de las pequeñas cosas de una vida demasiada rutinaria para una sociedad hiperconectada y adicta al like. La obra, finalista en los recientes Premios Oscar –dentro de la categoría de mejor película extranjera–, reflexiona sobre la vida sencilla en medio de una gran ciudad.

Y a mí me asaltan los recuerdos: aquella época en la que se escuchaba música en una cinta de casete, en la que la felicidad residía en sentir la arena en los pies y el mar al fondo. Intercambiar cromos, lanzar boliches, aprender en montar en bici y buscar amigos escondidos en los rincones de la plaza de El Médano.

El Médano de nuestros recuerdos se lo ha llevado el viento. Kilométricas colas de vehículos en busca de aparcamiento. Viviendas de ladrillos de oro...

La vida sencilla de nuestra infancia. Con cazuelas y pescado frito de la pescadería de mi tía Tona –la mujer más buena y sencilla que he conocido nunca–. Aquel Médano de las pizzas del Marazul, los calamares de Pastora en La Naútica, los abrazos de Fátima, la del bar Mario y las consejos de Orestila. Las tardes en el campo de fútbol recitando poesía al árbitro. Las galas de la reina en septiembre, el mes en el que se recuperaba el sosiego con el regreso de los «rusos» –como llamamos los barqueros y barqueras a los de Santa Cruz de Tenerife– a la capital.

Esa tregua ya no existe. El Médano de nuestros recuerdos se lo ha llevado el viento. Kilométricas colas de vehículos en busca de aparcamiento. Viviendas de ladrillos de oro: una playa secuestrada por hamacas y ni un rincón a solas para escuchar la brisa, sentir el mar y fotografiar las olas.

¿Es el progreso?

Ante este nuevo Médano, me pregunto: ¿es el progreso? O quizá... ¿descontrol político y económico? Juzguen ustedes. El debate es largo y necesario. Yo solo sé que desde que abandoné la butaca del cine aquel sábado, cada mañana, de camino al trabajo, sintonizo la banda sonora que acompaña a Hirayama en su rutina diaria. Admiro su capacidad para crear una burbuja de sosiego en medio de los neones, la tecnología y el consumismo de una vertiginosa capital. Busco en esas canciones regresar a esos días perfecto del Médano de mi infancia.