Opinión | El recorte

El camino a la violencia

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez,

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, / Eduardo Parra - Europa Press

Lo primero siempre son los gritos. Las voces y las amenazas. Las acusaciones indignadas y las defensas ofendidas. Así empezó todo cuando la España republicana. Los monárquicos que querían que volviera el antiguo régimen. Los socialistas que deseaban cargarse la república para imponer la dictadura del proletariado. La vieja derechona que defendía una España de curas y camisas viejas. Los anarquistas que soñaban con destruirlo todo compulsivamente. Los comunistas que ansiaban una revolución. Los catalanes que exigían la independencia… Gritos y más gritos que agrietaban y debilitaban la recién nacida República Española de la que todos eran enamorados enemigos.

Después de los gritos vino la violencia. Los asesinatos. La pólvora y el plomo. Y después el golpe de Estado. Y después, como si fuera una consecuencia lógica, un parto esperado y gestado por el desorden y la inseguridad, vino la guerra.

Hoy a los diputados y senadores de las Cortes españolas solo les faltan las pistolas para liquidarse mutuamente. A falta de armamento ya se retan desde la tribuna. «A que no bajas y me dices eso aquí a la cara» le dijo un senador popular a uno que le llamó «sinvergüenza». Como pasa en los colegios o en los jardines de infancia, pero con adultos en vez de niños.

Lenta e inexorablemente la vida pública se desliza hacia el precipicio. Ante los ojos de la gente todo parece un estercolero y todos parecen iguales. Quien quiere destacar en medio de la basura debe convertirse necesariamente en un extremista o en un macarra para llamar la atención. Los medios de comunicación son corresponsables y colaborades necesarios de este despropósito. La munición que ha venido a sustituir a las balas en un inacabable tiroteo de titulares sangrientos, excesivos, escandalosos, en un país desacreditado.

Las dentelladas de las pirañas políticas ya no respetan los límites estrictos de la vida pública. La familia también es comestible. Y la vida privada si se le puede dar un enganchón moral. Los secretos del Estado sobre la intimidad de los ciudadanos se revelan públicamente cuando conviene y de la policía patriótica hemos pasado a la fiscalía psicótica. A los ministros imprudentes y temerarios. A la guerra de trincheras en donde cualquier puede morir y cualquiera puede matar.

Pedro Sánchez dice que con él volverá la concordia a este país. O es un sarcasmo o se refiere al barco que naufragó encallado. En el corto periodo en que ha gobernado el resucitado líder socialista este país se ha convertido en una olla a a presión a punto de explotar. Nunca ha estado la sociedad más dividida. Jamás ha existido tal peligro de ruptura del modelo de Estado por la vía de la fuerza. Y es imposible encontrar otro periodo en nuestra historia, salvo el periodo anterior a la guerra civil, en donde se haya respirado un clima tan tóxico y venenoso, tan lleno de odio y de extremismos, como el que vivimos ahora de forma cotidiana desde los más humildes ayuntamientos hasta las alturas del Congreso de los Diputados. Todas las historias en España siempre acaban mal. Lo que es original es que esta haya empezado de la peor forma posible.

Suscríbete para seguir leyendo