Opinión | El recorte

La empresa que fue jueves

El exasesor de José Luis Ábalos, Koldo García, a su salida de la Audiencia Nacional el 22 de febrero.

El exasesor de José Luis Ábalos, Koldo García, a su salida de la Audiencia Nacional el 22 de febrero. / EP

De los creadores de «Me he gastado cuatro millones en unas mascarillas más falsas que Judas», se ha presentado ahora la nueva película, candidata al Oscar Puente de Plata, «He contratado con una empresa que no existe», con guión de Chesterton. El anterior Gobierno progresista de Canarias, el del pacto de las Flores Mustias, concedió un contrato de compra de material sanitario por un millón trescientos mil euros a una empresa que el día de la adjudicación no existía legalmente, aunque sí existía físicamente. Era, pues, una empresa cuántica que era y no era al mismo tiempo. Fue una adjudicación precognitiva.

Alguien debería decirle al ministro Torres, que es un verdadero Ángel, que en casi todas las ocasiones es mucho mejor ponerse una vez colorado que cien morado. Desde el principio de la turbulenta historia de las compras de mascarillas, de los Ábalos, los Koldos, los novios, los hermanos y los cuñados listos, se veía venir que en Canarias habría tomate. Que digo tomate, toda una ensalada. Porque se pagaron cuatro millones por unas mascarillas fake. Porque se firmaron contratos con empresas que no estaban calificadas para vender a la administración. Y porque, en general, se cometieron chapuzas que han causado un quebranto de al menos diez millones de euros que los canarios tendrán que pagar de su propio bolsillo, porque no se pueden justificar ante Europa. O sea, que no se pueden pagar con dinero de Bruselas porque allí no se andan con chiquitas y si les metes un pufo te acuerdas hasta del primer biberón.

Los socialistas, en su momento, gestionaron con eficacia la primera crisis de los tapapabocas. Primero hicieron eso, tapar la boca de la Audiencia de Cuentas, que tenía un informe en donde les lavaba la cara a los gestores de compras durante la pandemia. Luego intentaron dormir el partido, sabiendo que la sociedad tiene memoria de pez y el asunto se olvidaría rápidamente. Y así fue. Pero llegó lo de Koldo y todo saltó por los aires porque los grandes tiburones de la prensa madrileña acudieron al olor de la sangre y empezaron las dentelladas mediáticas.

Fue el momento en que Torres y su equipo debieron haber convocado a los medios y ofrecer un balance detallado de su gestión. Contar las empresas que les engañaron, las compras que salieron rana, el dinero irremediablemente perdido. El momento de pedir excusas porque las prisas son malas consejeras y les llevaron a meter la pata, aunque nunca metieran la mano. Tendrían que haberse puesto una dolorosa vacuna que les supondría un aluvión de críticas, pero que pondría las cartas boca arriba de una vez y para siempre.

No haberlo hecho les ha conducido hasta hoy. Este serial en el que cada semana aparece un nuevo capítulo aún más increíble que el anterior. Pantallazos de llamadas o mensajes en los que salen aludidos –que no implicados– altos cargos del entorno del anterior presidente. Empresas pantallas de empresarios dedicados a los coches, al fútbol o a los fertilizantes, que acabaron vendiendo material sanitario. Contratos con compañías aéreas sin aviones que fletaban a otras por importes millonarios. Un totum revolutum que hace sentir a los ciudadanos como cuando un cernícalo entra en un palomar.

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