Opinión | A babor

Del negro de Bañolas al ministro descolonizador

El negro: ocurrió a finales del siglo pasado, cuando el médico Alphonse Arselín, concejal socialista de Cambrils, de origen haitiano, se encontró en el Museo Darder de Bañolas –una de las ciudades de la independentista Girona– con el cadáver de un hombre de raza negra expuesto al público. Se trataba de un varón de etnia presumiblemente san, disecado por Jules y Édouard Verreaux, dos hermanos franceses, que lo enviaron a Europa para ser exhibido. La macabra figura fue comprada en 1916 por el museo de Bañolas, convirtiéndose en la pieza más famosa de su gabinete de curiosidades científicas. Y en el museo siguió expuesto hasta que Arcelín lo vio por primera vez y pidió al alcalde de Bañolas la retirada inmediata del negro y su devolución a tierras africanas. En su viaje de retorno a Botswana participaron desde el secretario general de la Unesco, Federico Mayor Zaragoza, hasta el secretario general de Naciones Unidas, Kofi Annan. El asunto fue muy debatido en la OUA y en la ONU, hasta que en marzo de 1997, se retiró de la exposición. La gente de Bañolas protestó por la retirada, y en el pueblo se recogieron miles de firmas exigiendo que el bosquimano no fuera devuelto a África. Sorprendentemente, la posición de los bañolinos fue respaldada por algunos museos internacionales, que consideraron el asunto de la devolución un precedente peligroso: podía provocar más reclamaciones de restos humanos –especialmente arqueológicos– que tuvieran que ser devueltos a sus lugares de origen.

En el año 2000, privado del taparrabos, la lanza, la piel y careta que portaba en Bañolas, el cuerpo fue remitido al Museo Nacional de Antropología de Madrid, donde eliminaron todo aditamento taxidermico –el relleno, los ojos, el pelo– y alguno natural, como los genitales o toda la piel. Lo que quedó después de esa terapia –el cráneo y los huesos– acabó siendo finalmente enviado a Botsuana en octubre de 2007, y enterrado en el parque nacional de Tsolofelo como un héroe nacional en una ceremonia que contó con la presencia de representantes españoles, de la OUA y del generalato del país.

El ministro: Pedro Sánchez ha nombrado ya hasta cinco ministros de Cultura: Màxim Huerta, José Guirao, José Manuel Rodríguez Uribes, Miquel Iceta y este último, Ernest Urtasun, ninguno de ellos de ilustre recuerdo, pero todos portadores de un buen catálogo de ocurrencias. La mejor sin duda, la del ministro de Sumar, que tomó posesión presentando su idea de El Prado Extendido, un absurdo propósito de trocear la colección de pintura de El Prado y repartirla por otros museos españoles. Ni siquiera tuvo la oportunidad de explicar por cuáles, pero a una pregunta parlamentaria del PP ya dejó claro que las colecciones de nuestra pinacoteca nacional no van a ser sometidas a examen. Tras esa primera metedura de gamba, el ministro lo ha intentado de nuevo con una propuesta de descolonización de los museos españoles, cuyo objetivo sería devolver las obras de arte que les robamos a las sociedades indígenas del Imperio. Podría esperarse del ministro que reclamará la obra española en poder de museos extranjeros –sería más razonable– pero aquí hay que desprenderse de cualquier rasgo colonial, abusador, patriarcal o lo que sea. El ministro se pasa tres pueblos de bueno. O de tonto. Ha abierto la caja de Pandora, y –como era de esperar– más con carácter interno que internacional. En Canarias, sin ir más lejos, ya hay voces que reclaman la devolución de las momias, empezando por la del Museo Arqueológico Nacional, una vieja (y tan vieja) reivindicación. Algún imbécil más papista incluso que Urtasun ha pedido que la momia se nos devuelva para «enterrarla en señal de respeto», cristianamente, vamos… sin caer en la cuenta de que enterrar los restos de un guanche sería una imposición cultural y religiosa. Los guanches no enterraban a sus momias.

La descolonización: y es que esto de la descolonización de los restos tiene sus riesgos. Hace cinco años, el escritor Frank Westerman descubrió que el bosquimano de Bañolas no era bosquimano, sino hotentote, es decir, de una tribu de la actual Sudáfrica. Vaya chasco. No sé si alguien pedirá desenterrar sus pobres restos nuevamente con honores militares y trasladarlo al cementerio de Ciudad del Cabo. Pudiera ser. Si hace falta presencia española yo propongo que manden al ministro. Y que se quede por allí, que no vuelva.

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