Opinión

Mitos

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Creamos mitos como creamos utopías, con el fin de tener una meta probablemente inalcanzable pero perseguible. Creamos mitos para tener algo a lo que aspirar, conscientes de que jamás seremos como ellos son, pero deseosos de parecernos lo más posible, de acercarnos cuanto más mejor a su figura. Encarnan la perfección, pero en realidad, lo que encarnan es el deseo que tenemos todos de ser mejores, de ser perfectos.

Los mitos no tienen autor conocido, por eso son de todos, y aunque son inabarcables, en realidad son siempre el mismo. Para Joseph Campbell, quizás el mayor estudioso en este campo, con varias obras imprescindibles, como El héroe de las mil caras, el mito es siempre la misma historia de forma variable y, sin embargo, maravillosamente constante.

Cada mito nos dirige una mirada hacia la explicación de algún asunto humano trascendente. Pertenecen a la necesidad humana de explicar el mundo, no solo en lo referente a cómo se formó, sino también en lo relativo a su orden social. De ahí la constante necesidad de reinterpretación y actualización del mito con el fin de hacerse inteligible al nuevo mundo, a la nueva civilización en la que se le instala y se le da vigencia.

Intentemos una definición formal: Un mito se basa en la actuación paradigmática de seres extraordinarios. Y es ahí, en lo paradigmático, donde radica la cuestión. Exigimos a nuestros mitos, en tanto que los hemos convertido en seres extraordinarios, una conducta intachable, pura, inmaculada, aquella de la que nosotros, pobres mortales, no somos capaces ni de lejos. Y cuando eso no sucede, caemos en la decepción y luego en la cancelación. Ahora resulta que Picasso no era buena persona, era un maltratador, Quevedo (el escritor, no ese que dice que canta) era un misógino, entre otras cosas… Y así todo seguido hasta llegar a Rafael Nadal, que de pronto es un vendido. Ese chico, al que todos hubiéramos querido tener como hijo, como hermano, como yerno, de repente defrauda nuestra adoración firmando un contrato con Arabia Saudí para ser embajador del tenis de ese país, un país que encarcela a mujeres por unos tuits, la tercera dictadura del mundo en ejecuciones…

Exigimos al mito lo que nosotros somos incapaces de hacer desde nuestra situación de esclavos. Les demandamos la rebeldía, la integridad, la firmeza que necesitaríamos para romper las cadenas que nos atenazan. Olvidamos que para construir un mito hace falta un ser humano. Y que el mito no se autoconstruye, lo creamos nosotros y generalmente sin pedir permiso. No es justo que, cuando le descubrimos una flaqueza humana, carguemos contra él para derribarlo, como si nos hubiera estafado. Nos hemos estafado a nosotros mismos, como casi siempre, pero echándole la culpa a otro, como casi siempre.