Opinión | EL RECORTE

La colmena

Un avión saliendo de un aeropuerto.

Un avión saliendo de un aeropuerto. / E. D.

Los estados de alarma son estupendos porque permiten adoptar decisiones extraordinarias contrarias a la libertad. Los gobiernos incluso pueden ordenar a sus ciudadanos que se encierren en sus casas. Ya lo hemos vivido. Dentro de poco veremos la creación de una identidad digital obligatoria, el control de internet, la desaparición del dinero en efectivo… En fin, todos los cambios que nos llevarán hacia una sociedad perfecta en la que el Estado totalitario sabrá todo de cada ciudadano: todos felizmente iguales en la nueva colmena.

Los que gobiernan el mundo están gritando que llega el cambio climático. Que el nivel de los mares va a subir, que el calentamiento global nos come por las patas –incluso aunque la nieve entierre a media Europa– y que el planeta agoniza entre espasmos contaminantes. Hay que hacer algo urgente para salvarlo. ¿Y qué hacemos? Pues, naturalmente, pagar más impuestos. Los ciudadanos que quieran salvar el mundo tienen que comprarse un coche eléctrico, con baterías de litio –uno de los elementos más contaminantes del planeta– que se cargarán con energía producida en grandes centrales térmicas que consumen fueles. Y además tendrán que pagar una larga serie de nuevos impuestos verdes. Y etiquetas identificativas. Y tasas. Y certificados energéticos…

La nueva política dice que «el que contamina paga». Pero es falso. El que contamina no paga si puede repercutirlo en el precio de los bienes y servicios que vende. Es el caso de las compañías aéreas y la nueva fiscalidad a los querosenos de aviación. ¿Alguien tiene alguna duda de que el aumento de los impuestos al combustible acabará reflejado en un aumento del precio de los billetes? Nadie. Ni siquiera un diputado. Así que el sobrecoste lo terminarán pagando los pasajeros. El avión contaminará igual, pero los viajeros pagaremos más.

Los gobiernos europeos causaron el colapso de la economía paralizando a una sociedad en estado de pánico. Luego dispusieron de un crédito de varios billones de euros para salvar las consecuencias de la crisis y eso produjo la mayor inflación que hemos padecido en décadas. ¿Quién lo ha pagado inicialmente? Pues los propios ciudadanos en los precios de los bienes básicos. Los gobiernos, en cambio, han visto como han aumentado de forma espectacular sus niveles de recaudación a través de los impuestos al consumo. Nadie pierde, excepto el último eslabón de la cadena.

Los impuestos verdes no impiden la contaminación. Solo engordan las cuentas. La venta de los derechos de emisión se ha convertido en uno de los mercados más florecientes del mundo. Y mientras nuestros sonrientes y ecológicos políticos sacan pecho y presumen de su contribución a la lucha contra el cambio climático, siguen comprando energía sucia, producida con carbón a países vecinos como Marruecos.

La iglesia de la Calentología cuenta con millones de fieles creyentes que persiguen la herejía de la discrepancia y castigan el negacionismo. El apocalipsis climático no se puede discutir. Es innegociable, porque cuando tenemos miedo dejamos de ser ciudadanos críticos. Y la colmena necesita obediencia.

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