Opinión | A babor

La tinaja de Pandora

Pedro Sánchez, presidente del Gobierno, durante la clausura de la XIV edición del foro internacional ‘Spain Investors Day’.

Pedro Sánchez, presidente del Gobierno, durante la clausura de la XIV edición del foro internacional ‘Spain Investors Day’. / DAVID CASTRO

Pandora es hoy el nombre de la quinta luna del planeta Polifemo, en Alfa Centauri: la tierra de los Na’vi y el mundo inexistente donde James Cameron ambientó el ciclo de Avatar, quizá la serie de películas visualmente más poderosas de la historia del cine. Pero antes de existir el cine, era la mitología la que nos narraba las edades del mundo. Uno de los mitos griegos más conocidos nos cuenta que –para vengarse de Prometeo por haber robado y entregado el fuego a los hombres– Zeus casó a la bella Pandora con el hermano de Prometeo, y como regalo de bodas, obsequió a la mujer una tinaja sellada, con la orden de no abrirla jamás de los jamases. Pero Zeus conocía perfectamente la curiosidad de la dama, y pasó muy poco tiempo antes de que Pandora abriera su ánfora, de cuyo interior escaparon desordenadamente todos los males del mundo. Aterrada, Pandora logró cerrarla, cuando apenas quedaba en ella el espíritu de la esperanza –Elpis–, el único bien que los dioses habían incorporado al regalo de Pandora.

Nadie sabe por qué la tinaja se convirtió en caja con el paso de los siglos, pero el mito ha servido para construir sabiduría popular en forma de dichos y refranes: desde «la curiosidad mató al gato», hasta «la esperanza es lo último que se pierde».

Pedro Sánchez ha convertido su reinado en un ejercicio de repetición de abrir y cerrar la caja de Pandora. Cada vez que enfrenta una prueba para su supervivencia, Sánchez abre la tinaja y nos promete que a pesar de la cacofonía de todos los males desatados y revueltos que hay en ella, aún sujeta la esperanza de un futuro mucho mejor que este loco presente. Ayer insistió místicamente en la idea de que sólo él garantiza el futuro. Nos obsequió con una de sus sorprendentes construcciones lingüísticas: calificó el surrealista desastre del pleno de los decretos como una demostración de «gestión inteligente» de su capacidad para «forjar grandes acuerdos», basados en la «empatía de la pluralidad política y la diversidad territorial», como «única vía hacia el progreso». Lo que aguante el papel…

Pero mientras explicaba a potenciales inversores extranjeros la solidez de las instituciones españolas, su Gobierno sucumbía a las exigencias de la venganza y el cambalache: Yolanda Díaz, aún conmocionada por la derrota, dedicó sus primeras e incendiarias reflexiones sobre Podemos a romper definitivamente cualquier posibilidad de entendimiento futuro, mientras el lehendakari Urkullu exigía en Madrid el traspaso de las competencias en inmigración, tras la precipitada entrega a Junts para salvar los decretos. La expedita cesión a Cataluña, después de tres años de resistencia en la negociación de lo mismo con los vascos, provocará una escalada de exigencias. Porque el pleno de los decretos ha demostrado que este Gobierno es capaz de ceder cualquier cosa a cambio de seguir. Y esa lección la han aprendido todos: los vascos, Esquerra, Coalición… basta esperar a que el Gobierno esté en peligro y pedir, y cualquier cosa que se reclame será dada. Es la certeza de que el Gobierno vendería a su madre por un par de días más, lo que ha abierto la tinaja, dejando que los mil males de la política española arramblen incluso con la esperanza rezagada.

A los vascos se les ha dicho desde hace tres años que la cesión que pedían era imposible. A Junts se la han dado, sin importar el impacto que la decisión tenga en el desmantelamiento del Estado. Es un hecho: hace catorce años, el Constitucional sentenciaba que la inmigración es materia reservada con carácter exclusivo al Estado. Fue en la sentencia sobre el Estatuto, que en su artículo 138.1 atribuía a la Generalitat competencias en migración. El tribunal de garantías consideró entonces que el Estatut no podía incorporar aspectos relativos a política de fronteras, a entrada o residencia de extranjeros, que en materia de emigración debía limitarse a cuestiones relativas a asistencia social, educación, sanidad, vivienda o cultura. Y era categórico: si se pretendiese atribuir a la comunidad autónoma las competencias que Junts dice haber pactado, eso sería «claramente inconstitucional». El ministro Ángel Víctor Torres no ve el problema por ningún lado: ha asegurado que la voluntad del Gobierno es avanzar durante este trimestre en la transferencia al Gobierno vasco de las competencias de integración y acogida, «que tienen que ver con la inmigración». Pero incluso esas competencias son intransferibles, sólo podrían ser delegadas, según dice la Constitución…

Entre la caja abierta y la luna belicosa de Pandora, la política española es cada vez más un puro cuento, un trampantojo de mitos y mentiras en 3D. ¿Importa realmente? ¿Preocupa al Gobierno seguir desguazando el Estado, vendiéndolo pedazo a pedazo? ¿Asume alguien el daño que este mercadeo provoca?

Tanto da: la tinaja está ya rota.

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