Opinión

Aciertividad

La Condesa de Hong Kong fue el último largometraje que dirigió Charles Chaplin, y también contiene sus últimas –y breves– apariciones en pantalla. Es una comedia sofisticada y de enredo que se deja ver muy bien, aunque no esté entre lo más destacado de las carreras de sus protagonistas, Marlon Brando, y Sophia Loren. Hace días vi un fragmento de una entrevista de la Loren, espléndida ya en su madurez, quien contaba cómo había sido su relación con Chaplin.

A preguntas del entrevistador, recordaba una anécdota vivida con el genio, que reproduzco: «Hay una cosa que no me gusta de usted», me dijo. Le pregunté cuál era y me respondió: «Que usted siempre dice que sí, nunca sabe cómo decir que no». Entonces pensé: Puede que esta maravillosa persona tenga razón. Yo no sé decir no. «Ese es un terrible error en una persona, porque si no eres capaz de decir que no, gastarás tu tiempo en hacer cosas que no quieres hacer, no podrás organizar tu día y no podrás hacer ese día lo que deseas, porque estarás siempre a disposición de otras personas; nunca mirarás por ti mismo, siempre estarás satisfaciendo a todo el mundo, básicamente». Aquellas eran las palabras que recordaba la actriz, quien terminaba agregando, muy seria: Ahora lo hago. Ya tengo cincuenta años y he aprendido a decir no, así es.

Dichosa ella. Me queda tiempo para llegar a esos cincuenta años y no sé decir que no. Lo malo de hacer favores todo el día es que nunca puedes parar de hacerlos, nunca es suficiente para las demás personas ni para ti. Terminas cediendo, haciendo lo que el otro quiere, como el que busca una aprobación continuada, dando un sí tras otro a cualquier petición, desde la más tonta a la más importante, incluso ese trabajo que haces «porque si no, nadie lo hará» y solo por el hecho de ser incapaz de quedar mal. Está muy de moda eso de dar tu mejor versión, y no es una mala costumbre, pero supone vivir en eterno estado de disposición. Hasta que llega el momento en que te niegas, y tal vez lo haces de la peor manera posible. Ese día escuchas otra vez: «Chico, qué te cuesta, por qué no haces tal o cual, por qué no vienes un ratito solamente». Te indignas, pero acabas cediendo. O peor, revientas y exiges que te dejen vivir. Si revientas internamente, te provocas una úlcera, y si sale la lava del volcán al exterior, ahí dejas de tener la razón por tus malas maneras. Todo mal. Como decía antes, ese problemilla que acarrea el andar siempre haciendo favores y gastando tu tiempo en cosas que no te apetece hacer, sólo por agradar.

Asertividad es la palabra de marras. Me cuesta hasta recordar cómo se dice. Esa capacidad de expresar tu opinión serenamente, con respeto y de la forma más adecuada, sin importunar a tus interlocutores. Proviene del latín vulgar essere, que sencillamente significa ser. Sé tú mismo, otra moda como la de dar tu mejor versión. Lo que pasa es que alguno se toma el ser asertivo como un ejercicio de manifestar tu opinión y que el otro la digiera. Cómo se queda luego el receptor ya nos da más o menos igual, que a fin de cuentas se trata de ser felices y si nos llevamos a alguien por delante, qué le vamos a hacer si ha habido daños colaterales (la búsqueda de la felicidad, otra moda que merece artículo aparte). Reconozco que soy tremendamente imperfecto y muy mal equilibrista de mis propios sentimientos: Entre dar mi mejor versión, ser yo mismo, ser feliz y expresar mi opinión sin daños colaterales, suelo escoger el camino erróneo.

Podríamos hasta plantearnos empezar a hablar de aciertividad, que derivaría del latín assere, acertar. Lo que cambia todo por una letra. Antes de haber creado la palabra ya me veo incapaz de acertar con la exposición de mis opiniones y sentimientos. Por cierto, la Condesa de Hong Kong resultaba ser una polizona rusa que se colaba en un barco huyendo de la prostitución, se casaba por conveniencia con un señor para cambiar de nacionalidad y terminaba nadando hacia una playa para huir de un montón de trolas. ¿Le hubiese ayudado ser más asertiva o aciertiva? Qué más da. Igualmente termina liada con el rico, que para algo era una comedia romántica.

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