Opinión | Un carrusel vacío

Marina Casado

Walt Disney, congelado

Walt Disney, congelado

Walt Disney, congelado

Disney cumple 100 años. Aunque el centenario oficial fue el pasado 16 de octubre, la celebración se extenderá en todo lo que resta de 2023. También llegará a Canarias en forma de un espectáculo de proyecciones y bandas sonoras de las películas: «Magia y sinfonía», que tendrá lugar el 15 de diciembre en Gran Canaria y el 16 en Tenerife. En Madrid se instaló una exposición temporal en Nuevos Ministerios que no pude visitar debido al tremendo éxito que supuso: al intentarlo, el guardia de la puerta me informó de que había una cola de tres horas y se cerraría antes de que todo el mundo pudiera entrar.

Cuando fundó la empresa en 1923, Walt Disney no se imaginaría que iba a convertirse en una de las personas más famosas del mundo, protagonizando incluso una leyenda que asegura que permanece criogenizado desde su muerte en 1966, en espera de que la ciencia avance lo suficiente. La compañía ha desmentido esta hipótesis en numerosas ocasiones y ha asegurado que su cuerpo fue incinerado y sus cenizas enterradas en el cementerio de Forest Lawn en Glendale, California. Pero, si Elvis Presley está vivito y coleando en Hawái, según las teorías conspiratorias más clásicas, ¿por qué no iba a permanecer congelado el bueno de Walt?

En realidad, el verdadero origen de su éxito, el ratón Mickey Mouse, no vio la luz hasta 1928, en un cortometraje titulado Steamboat Willie. Hay dos curiosidades en torno a este personaje que siempre me han llamado la atención: la primera es que su nombre original no fue «Mickey», sino «Mortimer», pero la esposa de Walt Disney sugirió con acierto la modificación. La segunda es que, inicialmente, fue el propio Disney quien prestó su voz –esa voz de falsete que todos recordamos– al personaje.

Sorprende pensar en cuántas generaciones de niños han disfrutado con el ratón antropomórfico, que ya se ha hecho un hueco definitivo en la historia. Los niños de los noventa no solo nos emocionábamos con las películas de la época, como La Sirenita o El Rey León, o con series animadas como La banda del patio, sino que los clásicos también formaban parte de nuestro día a día: La Cenicienta, Los Aristogatos, Pinocho, La Bella Durmiente... Filmes estrenados en décadas anteriores que devorábamos con la misma ilusión.

No encuentro esa «flexibilidad temporal» en los niños de ahora, lo cual me conduce a pensar que han cambiado más las cosas en los últimos veinte años que entre la década de los sesenta y la de los noventa, desde el punto de vista de la animación, o tal vez que se han vuelto más cerrados. Muchos de mis alumnos adolescentes no han visto Blancanieves ni El Libro de la Selva. Ahora los clásicos son Cars y Monstruos S. A. Desde la asociación con Pixar y su posterior adquisición, ha habido un giro en Disney. Y aunque sigo conmoviéndome con Toy Story y admito el acierto de otras producciones como Up, no me acaba de convencer el absoluto monopolio de la animación por ordenador. Resulta muy llamativo desde un punto de vista estético, pero también lo es el colorido de La Bella Durmiente o Pinocho. En mi opinión, no se debería haber abandonado del todo la técnica anterior: podrían convivir ambas y aprovecharse de la evolución tecnológica. Desde Tiana y el sapo (2009), no recuerdo que se haya vuelto a estrenar una a la antigua usanza. Al final, se ha conseguido que muchos niños contemporáneos renieguen de la animación clásica de dos dimensiones, y eso es una pena.

A lo largo de este siglo, The Walt Disney Company ha continuado aumentando su poderío económico, como demuestran sus últimas adquisiciones: Pixar en 2006, Marvel en 2009, Lucasfilm en 2012… Sin embargo, creo que ha perdido creatividad. De vez en cuando aparecen producciones conmovedoras, como Coco (2017), pero, en general, hay una misteriosa predilección por los animales que bailan y las historias ligeras. Sé que esta opinión mía es tremendamente impopular, que «debería modernizarme» y todo eso. Peor llevo el asunto de los «live action», es decir, de las películas con actores «de carne y hueso» basadas en los clásicos de siempre. Se apoderan de los personajes, de la estética y de las canciones, pero introducen giros que persiguen la corrección política y corrompen la esencia. No hablo de la famosa polémica de la Sirenita negra, sino, por ejemplo, del hecho de que Dumbo ya no sufra Delirium Tremens porque, claro, ¿cómo iba a emborracharse delante de los espectadores infantiles? Y entonces, los célebres elefantes rosas surgen de… ¡pompas de jabón!

¿Dónde ha quedado la creatividad, la valentía? Verdaderamente, Disney está congelado, pero no de la forma que creíamos...

Suscríbete para seguir leyendo