Opinión | retiro lo escrito

Libertad

Leonor y sus padres, el rey Felipe VI y la reina Letizia.

Leonor y sus padres, el rey Felipe VI y la reina Letizia. / EP

El libro ¿República o Monarquía? Libertad (2012) reúne la correspondencia entre Francisco Largo Caballero, Luis Araquistaín e Indalecio Prieto en los años posteriores a la II Guerra Mundial. En ese momento, durante un breve lapso de tiempo, la dictadura franquista parecía condenada. Para los tres socialistas, exiliados en difíciles circunstancias, el régimen de Franco estaba abocado a seguir los pasos finales de nazis y fascistas, y este asunto es uno de los ejes del diálogo epistolar a tres voces. Largo Caballero y Prieto representaba –si se quiere simplificar un poco abusivamente – las dos almas del PSOE. El primero era un revolucionario, el segundo, un reformista. Araquistaín siempre fue largocaballerista pero en sus cartas su autonomía analítica es obvia. Los tres confían en la caída del franquismo y se plantean lo que vendrán después. Y los tres coinciden –con algunos matices y a distintas velocidades– en la misma propuesta: después deben llegar las libertades democráticas a través de un gran acuerdo entre las izquierdas, los republicanos y los monárquicos liberales y antifranquistas. No cierran ninguna fórmula concreta, pero de sus palabras queda muy claro que lo fundamental era consagrar las libertades –elecciones libres, derechos ciudadanos, libertad de expresión– y la forma del Estado era, en cambio, discutible. El dilema entre república o monarquía era falso y el mismo Largo Caballero escribía su respuesta: libertad, libertad, libertad.

La izquierda socialista (y comunista) lo tuvo claro antes que la derecha. El PSOE siempre fue un partido doctrinalmente accidentalista. República o Monarquía eran formas accidentales, lo importante resultaba el contenido –horizontes y límites– de las normas constitucionales en las que se basa la acción política: las libertades, la división de poderes, los derechos ciudadanos, los contrapesos institucionales, el imperio de la ley, la democracia por la que todos los poderes del Estado emanaban del pueblo soberano. Mucho más tarde la derecha –la derecha que defendía los privilegios financieros y económicos ordenados y protegidos por la dictadura–comprendió que, así como la izquierda no podía imponer la república al fallecer Franco, ellos no podían prolongar la dictadura. La derecha franquista admitió la democracia parlamentaria y su constitucionalización y la izquierda admitió prescindir de la república y su patrimonio emocional. Yo creo que fue (en líneas generales) una buena transacción como base de una aceptable transición.

Una treintena de diputados de varios grupos parlamentarios decidió no asistir al juramento de la Constitución por la princesa Leonor de Borbón, heredera de la Corona española. Me da una pereza terrible comentar las estupideces proferidas por los ausentes o por los gabinetes de prensa de sus partidos. Es muy cansino. Tal vez, por su particular necedad, merezca alguna alusión lo de Irene Montero, que proclamó que monarquía y democracia son incompatibles. ¿Esto no es una democracia parlamentaria? ¿Cómo ha llegado Montero al poder? Pero si hasta henos tenido al secretario general del PCE –un individuo no particularmente brillante o hacendoso– como secretario de Estado. ¿A Montero le parece una democracia más sólida Italia, menos enfangada en mierda, menos corrupta, menos ineficiente e ineficaz, con toda la basura moral, la prostitución institucional y el abuso de poder del berlusconismo durante más de una década? ¿Se les antoja chiqueros anacrónicos Suecia, Noruega, Holanda? Vaya usted a saber lo que cabe en esa cabecita. Para transmitir algo que no produzca vergüenza ajena no basta con fruncir el ceño y hablar cabreada (versión Montero) o enarcar las cejas y hablar como un monigote de Barrio Sésamo (versión Yolanda Díaz). Con este elenco político, con una praxis política fundamentada en una polarización furibunda y excluyente, pensar en un jefe del Estado electo –los de la II República no lo fueron por cierto: los elegía el Parlamento– es una pesadilla masoquista. Yo prefiero a Leonor. Y si en vez de ridículos gestos simbólicos las izquierdas exigen y presionan para que la Corona sea regulada por una ley orgánica todavía mejor, mucho mejor.

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