Opinión

Intentando comprender tanta violencia

Una columna de humo causada por un bombardeo de Israel sobre una zona urbana de Gaza.

Una columna de humo causada por un bombardeo de Israel sobre una zona urbana de Gaza. / EFE

Ninguna causa puede justificar las barbaridades que Hamás ha cometido contra civiles inocentes en Israel. El terrorismo no puede justificarse en ningún caso aunque puede tratar de explicarse. Por eso, al margen de las muchas tragedias personales que se viven estos días, lo importante es dilucidar por qué ha ocurrido esta tragedia y qué consecuencias tiene.

Palestinos e israelís se llevan mal desde tiempos bíblicos, como recuerda la pelea entre David y Goliat, pero la raíz del problema actual hay que buscarla en la creación del Estado de Israel y la expulsión de los palestinos de sus tierras ancestrales. La intención entonces era crear dos estados, pero fieles a la definición de Abba Eban de no perder ocasión de equivocarse, los palestinos rechazaron el ofrecimiento, desencadenaron una guerra que perdieron y se quedaron sin Estado. Desde entonces, Israel no ha dejado de crecer y los palestinos no han dejado de sufrir, perdiendo guerras y territorios en 1956, en 1967 y en 1973, además de la invasión israelí de Líbano en 1982 y las dos intifadas. Sin mencionar incursiones israelís sobre Gaza, como la de 2014 que causó 2.000 muertos. Y ahora esto.

Israel vencía siempre pero nunca logró el éxito diplomático de ser aceptado con normalidad en su entorno geográfico de Oriente Medio, lo que comenzó a cambiar con los Acuerdos de Abraham que llevaron a Baréin, EAU, Sudán y Marruecos a reconocer a Israel a cambio de regalos de EEUU y sin pensar por un momento en los palestinos, que se sintieron abandonados y alarmados, porque perdían el derecho de veto que hasta ese momento habían tenido sobre las relaciones de Israel con el mundo árabe. El llamado «problema palestino» parecía haber dejado de existir y muchos israelís se lo creyeron (en las últimas cinco campañas electorales nadie ha hablado de la ocupación), sobre todo cuando otros asuntos como la guerra en Ucrania copan la atención mundial y el Gobierno más extremista en la historia de Israel aumentaba el número de asentamientos en los territorios ocupados mientras hablaba abiertamente de anexionarlos. Y ahora, cuando Washington decidió tratar de acercar a Israel y Arabia Saudí, saltaron todas las alarmas palestinas pues el éxito de esa negociación significaría el fin definitivo de su causa. Es ahí, en la ocupación israelí, en la falta de justicia para los palestinos y en el olvido de su causa donde hay que ver el origen del actual estallido de injustificable y ciega violencia terrorista.

Las consecuencias para el mundo son muchas. Los occidentales tachamos lo ocurrido como terrorismo; China, Rusia y los países del Sur Global ven en ello otra muestra del doble rasero occidental, que protesta por la invasión rusa de Ucrania mientras permite la ocupación indefinida de tierras palestinas, conculcando numerosas resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU; Qatar y Arabia Saudí comprenden las reivindicaciones de Hamás, y Teherán se felicita. La Liga Árabe, dividida y con mala conciencia, es inoperante. A Rusia le conviene lo que ocurre, porque distrae la atención mundial de sus barbaridades en Ucrania y puede hacer que acaben en Israel armas que Washington enviaba a Kiev.

En Israel se buscarán responsabilidades por los enormes fallos de seguridad. Lo ocurrido impide que progrese su acercamiento a Riad, aumentará la tensión entre Israel e Irán, dificultará aún más un pacto nuclear con los ayatolás, y vuelve a colocar en el centro de atención la necesidad de encontrar una solución para los palestinos, porque si el problema se cierra nuevamente en falso, como probablemente sucederá, volverá a saltarnos en la cara dentro de cinco o diez años. Por su parte, Israel tiene que decidir si quiere ser un Estado democrático y judío o prefiere mantener a los palestinos en un régimen de ocupación que explica estallidos de violencia terrorista como el actual.

Hamás sabía que Israel reaccionaría con mucha dureza a un ataque que le ha causado más muertos que las dos guerras de 1956 y 1967 juntas. Contaba con ello y lo desea, porque espera que las imágenes de niños sin agua ni comida, sin electricidad en hospitales atestados, harán que la opinión pública mundial se distancie de Israel y le exija mesura. No le importa que la gente sufra y por eso se opone a que se abran corredores humanitarios. Y todavía dispone de la baza de los rehenes. Porque también piensa que el sufrimiento quizás logre extender la revuelta a Cisjordania y Líbano.

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