Opinión

El tricornio

Una mujer, agente de la Guardia Civil, con el tricornio y el uniforme junto a compañeros.

Una mujer, agente de la Guardia Civil, con el tricornio y el uniforme junto a compañeros.

Todo un símbolo de autoridad y poder es un sombrero que se empezó a utilizar hacia 1859, solo 14 años después de crearse la Guardia Civil, el 28 de marzo de 1844, por el militar Francisco Javier Girón y Ezpeleta de las Casas y Enrile, II duque de Ahumada y V marqués de las Amarillas, fundador y primer Director General de la Guardia Civil, muy interesado en que el nuevo cuerpo tuviera un aspecto severo, sí, pero elegante y vistoso. La motivación para crearlo fue evitar los problemas de seguridad en zonas rurales de España, y de hecho el Himno del Cuerpo dice que «por ti cultivan la tierra, la Patria goza de calma». Existían los Institutos de Carabineros (9 de marzo de 1829) y de la Guardia Civil (28 de marzo de 1844), hasta que el 15 de marzo de 1940 se unifican en un cuerpo militarizado con la denominación Guardia Civil.

Y digo esto porque el jueves, en la celebración de la Patrona de la Guardia Civil en la plaza de Candelaria, Tenerife, todo un acierto, el nuevo general jefe de la Guardia Civil de Canarias, Juan Hernández Mosquera, me sorprendió gratamente con su alocución sobre los orígenes y evolución del tricornio, todo un símbolo que identifica no solo a la Guardia Civil, también a España, ofreciendo uno de gala a la alcaldesa, María Concepción Brito, en agradecimiento al apoyo recibido para tan solemne acto por el Ayuntamiento.

El primer modelo de sombrero de la Guardia Civil se ha ido modificando en su forma y medidas para hacerlo cada vez más operativo y acorde a sus funciones hasta el momento actual, pero sin perder su prestancia e identidad. Cierto es que alguna que otra autoridad política ha pretendido sustituirlo, pero la resistencia interna lo ha impedido, manteniéndose para los guardias que prestan servicio en embajadas y edificios públicos, en la seguridad de aeropuertos y en actos y desfiles.

Siempre me llamaron la atención varias prendas que veía usar a mi padre, Mateo González Álvarez, guardia civil, en los más de veinte años que desde que nací viví en casas cuarteles del cuerpo. El tricornio, junto con la guerrera, me encantaba ponérmelos de niño, a escondida,s mientras soñaba con ser guardia, y la capa la sigo llevando impregnada en la retina porque se la ponía mi padre la noche de Reyes Magos. De la pistola me dijo varias veces muy claro que, bajo ningún concepto, la podía tocar. Pero el subfusil no solo lo acaricié, lo disparé. En aquella época los guardias iban a ejercicios de tiro, y no solo mi padre, también otros llevaban a sus hijos a presenciarlos; recuerdo bien en Los Llanos de Aridane, toda una fiesta para mí.

Debía tener unos 14o 15 años, y tanto insistí, que mi padre me explicó en el barranco de Las Angustias, con un subfusil sin fuego real, cómo usarlo. Me coloqué con las piernas en posición, bien sujetas contra el suelo, apreté fuertemente el subfusil contra mi hombro derecho, fijé el objetivo, apreté el gatillo… y me lanzó para atrás. Oí las risas de los guardias que, bien preparados detrás de mí, me cogieron y abrazaron. Aquel abrazo y la protección que sentí lo llevo dentro de mí para toda la vida. Y es que los guardias, quizá por lo durísima que para ellos era la vida, sentían auténtica adoración por sus hijos. Éramos una familia. Pasado el tiempo, pregunté a mi padre: «¿Por qué me llevaste al tiro? Para que me dejaras tranquilo porque no parabas de pedírmelo», me dijo.

Mis padres, naturales de la isla de La Palma, tras casarse, fueron a vivir a una casita terrera de una habitación en la playa de Puente Mayorga, San Roque, Cádiz, frente al Peñón de Gibraltar, junto a la casa cuartel de la Guardia Civil, y ambas siguen en pie. La matrona, nada más nacer, me bañó con agua del mar. Luego, mi hermano Juan nació en la casa cuartel de Cortes de la Frontera, en Málaga. Después vivimos en una vieja casona de la playa de Gran Tarajal, en Fuerteventura, en cuyo patio penetraba el mar. De ahí pasamos a una casa terrera con tejado en Tijarafe, La Palma, que se mojaba con la lluvia. Luego fuimos a Granadilla, en cuya casa cuartel nació mi hermana María Isabel. El siguiente destino fue la casa cuartel de Los Llanos de Aridane, en La Palma. Cuando terminé la carrera de Medicina en Cádiz, por cierto, con alguna beca de la Guardia Civil, mi padre pasó a la Comandancia de Santa Cruz de Tenerife y vivíamos en El Cardonal. Tras su jubilación trabajó de conserje de Correos y Telégrafos de la plaza de España. Hoy, mirando hacia atrás, me siento muy feliz de haber vivido tantas experiencias gracias a mis padres, mis hermanos y la Guardia Civil.

Suscríbete para seguir leyendo