Opinión

¿Estás ardiendo? Te aguantas

Archivo - Un termómetro indica una temperatura de 40ºC durante la cuarta ola de calor del verano, a 22 de agosto de 2023, en Valencia, Comunidad Valenciana (España). Valencia estará en alerta amarilla por temperaturas máximas durante la jornada de hoy, en

Archivo - Un termómetro indica una temperatura de 40ºC durante la cuarta ola de calor del verano, a 22 de agosto de 2023, en Valencia, Comunidad Valenciana (España). Valencia estará en alerta amarilla por temperaturas máximas durante la jornada de hoy, en / Jorge Gil - Europa Press - Archivo

Normalicé el sofoco y el frío cuando iba al instituto. Ni siquiera me planteaba que hubiese alternativa a tiritar algunos días en clase, a pesar de llevar varias chaquetas, y que otros me sudasen la frente, las piernas y la espalda, estando quieta en la silla, con mi pantalón corto y mangas de asillas. Pensaba, con total sinceridad, que no había remedio. En invierno había que ingeniárselas para coger el bolígrafo con dolor en las manos porque con guantes no podía escribir. En verano, aguantar seis horas con la silla empegostada, llena de sudor.

Las más listas se llevaban una manta-bufanda o construían un abanico improvisado con folios arrancados de la libreta. Escuchaban la clase arropadas como viejas en su sofá cuando hacía pelete. Se hacían un moño y se echaban aire en la cara, desesperadas, cuando nos ahogábamos de pura calima con solo respirar. Había profes que veían en eso una enorme falta de respeto. Algunos, incluso, nos prohibían beber agua en clase. Espero que esa restricción haya quedado en el pasado (acabé bachillerato en 2018, no fue hace tantos años).

Esta semana, el Gobierno de Canarias ha cancelado las clases, por primera vez, por la ola de calor. Ya hemos vivido olas de calor horrorosas antes, pero las temperaturas han llegado este año a tal punto que la gente ha empezado a desmayarse en el aula (no es una llamada de atención, es la crisis climática manifestándose). Pero ya les digo que, antes de llegar a ese extremo, la situación se venía anunciando insostenible.

Todo el mundo tiene que hacer frente al calor, sí. No lo niego. Pero no es lo mismo estar con treinta personas en un aula mal ventilada y paredes viejas, durante seis horas al día, que trabajar en un recinto con aire acondicionado. Peor aún cuando se trata de niñas y niños, que son más vulnerables que las personas adultas. Y añado, esperando que esto no siga siendo así, que hace algunos años había centros en los que todavía practicaban la iniciación al autoritarismo para ir al baño. Si no estaba permitido ir a mear, porque había que aprender a controlar los esfínteres, ni tampoco a cambiarse la compresa, porque eso ni siquiera se contemplaba, imagínense si alguien pedía ir al baño para lavarse la cara, quitarse el sudor de los sobacos, despejarse la nariz taponada, coger un poco de aire.

Nunca tuve una cancha cubierta, en mi etapa escolar, desde los seis años hasta los 17. Supongo que serán lujos que un centro público no se puede permitir. Si hacía mucho sol, nos freíamos (el suelo era piche negro). Si hacía mucho frío, nos congelábamos. Y ya, si llovía, había que meterse en la aglomeración y conformarse con un pequeño huequito en el hall.

A menudo paso cerca de mi antiguo colegio, en el que estuve de los seis a los once, y todavía no tiene su cancha cubierta. Llevan más de diez años protestando para que la construyan, pero nada. A lo mejor, como las niñas y niños no pueden votar, no interesa demasiado que tengan un techo.

Mi instituto tampoco tiene cancha cubierta. Todos los años hacíamos una carrera solidaria que contaba como nota para Educación física. Varias veces se suspendió por lluvias, pero no recuerdo que nunca la pospusieran por calor. Y si no corrías, aunque fuera por asma (mi caso concreto), directamente te bajaban la nota.

La cancelación de las clases por la ola de calor me ha pillado por sorpresa. Los desmayos, no demasiado. Si algo saco en claro, son dos cosas. Primero, que las instituciones deben adoptar ya mismo medidas para adaptarse al cambio climático. Segundo, las niñas y niños no pueden quedarse fuera. Hasta ahora han soportado estas condiciones, llegando a normalizarlas, por un solo motivo: edadismo. Pero ya va siendo hora de pensar que los menores de edad son personas.

Suscríbete para seguir leyendo