Opinión | Editorial

Arquitectura para conservar y para los desafíos de la época

Panorámica del Parque Marítimo César Manrique, con el Auditorio de Tenerife al fondo.

Panorámica del Parque Marítimo César Manrique, con el Auditorio de Tenerife al fondo. / Andrés Gutiérrez

El poder regenerador de la arquitectura está más que prescrito y comprobado a lo largo y ancho del planeta, ya sea con hitos que son de trascendencia para el negocio turístico, como por su influencia para atraer y relanzar iniciativas en zonas deprimidas. Canarias puede presumir sin titubeo de ambas facetas. Tiene cascos urbanos producto del proceso de colonización de la Conquista; también referencias del primer desarrollo turístico; no faltan núcleos forjados a partir de la influencia de la arquitectura moderna, y están los iconos realizados entre los ochenta y noventa del pasado siglo en el contexto de la competitividad por aumentar el número de visitantes.

Una herramienta tan versátil debe recibir, por tanto, todos los mimos y cuidados posibles. La arquitectura levantada para castellanizar las Islas, con la emersión de barrios ordenados a partir de calles y casas pareadas, constituye una riqueza patrimonial sin parangón, no suficientemente bien calibrada por las administraciones en alguna ocasión.

La excepcionalidad arquitectónica debe contar con la protección necesaria. La aprobación de los inventarios por los ayuntamientos o cabildos es imprescindible, pero también lo es mantener la vigilancia necesaria para que la originalidad de los elementos perviva y la estética no desaparezca de manera definitiva y traumática. Una legislación diáfana, sin solapamientos, no sólo contribuye a respetar el valor patrimonial del inmueble, sino a filtrar con rigor las reformas de las que depende la supervivencia estructural del edificio en cuestión.

El patrimonio arquitectónico de Canarias, como cualquier otro, está afectado por el envejecimiento, la dispersión de la propiedad o por la falta de capacidad económica para afrontar los gastos de mantenimiento. Corresponde a las administraciones explorar todas las vías para evitar situaciones gravosas o ruinas irreversibles, sea a través de la exención de impuestos o con ofertas en el planeamiento para cambios de uso, dígase hotelero o restauración.

La mayoría de los municipios canarios con cascos históricos trabajan en esta dirección, facilitando la reactivación de viejas casonas y dando luz verde a nuevos negocios. El tejido económico de los barrios florece gracias a intervenciones arquitectónicas cuidadas que recuperan el pasado, pero sin obviar innovaciones como las terrazas en azoteas con piscina incluida. La tendencia, sin embargo, plantea retos tan complejos como la turistificación de los barrios. Pero ese es otro debate.

La protección del estilo no puede dejar atrás las edificaciones levantadas a lo largo del siglo XX, a las que también se le debe dotar de instrumentos de amparo tan válidos como los que disponen las casas modernistas o neoclásicas. Los legados de Miguel Martín o Marrero Regalado deben contar con un marco de respetabilidad, pero también los de Manuel de la Peña, César Manrique, Fernando Higueras, José Sánchez Murcia, José Blasco, Domingo Pisaca y Burgado o Fermín Suárez Valido, así como los de Salvador Fábregas, Pedro Verdugo, Félix Juan Bordes y Agustín Juárez, entre otros de una larga nómina.

Tenerife y Gran Canaria disponen desde finales del siglo pasado de equipamientos de revalorización arquitectónica con alto poder para regenerar zonas en declive, y generar de paso nuevos puntos de atracción. Piezas de Herzog & de Meuron, Tusquets, Sáenz de Oiza o Calatrava cumplen el cometido de reactivar la cultura e irradiar sinergias a su alrededor. El entusiasmo de las instituciones por la arquitectura icónica tuvo su momento de inflexión con la crisis de 2008 y las nuevas condiciones de sostenibilidad impuestas para las cuentas públicas. Una ralentización, sin embargo, que ha llevado a los arquitectos y a la arquitectura a un reencuentro con los problemas de los individuos y su hábitat, más allá del seguidismo por levantar iconos espectaculares.

El efecto Guggenheim, materializado en Bilbao por Frank O. Gehry y su museo, no sólo no es exportable a cualquier ciudad, sino que el paso del tiempo ha abierto otras preocupaciones que están en todas las agendas de los organismos internaciones, y que tienen su reflejo a escala local. Paisaje, materiales, reciclaje, salud, movilidad, contaminación, integración social, perspectiva de género, accesibilidad, zonas verdes, teletrabajo, cambio climático, ahorro energético, ruido... Son los retos a los que se enfrenta ahora mismo la arquitectura, particularmente en el Archipiélago canario, donde su condición de territorio insular conlleva la toma en consideración de una serie de factores diferenciales.

El proyecto adquiere, más que nunca, una dimensión extraordinaria en las Islas. La arquitectura tiene una importante vertiente patrimonial, el cuidado en la conservación y transformación del bien histórico. Pero no es el único, insistimos. La formación de la disciplina que se imparte en las universidades isleñas debe estar a la altura de los retos de las ciudades del Archipiélago, así como el reciclaje y atención de los profesionales a las tendencias de futuro, sin obviar algunas tan urgentes como la carestía y la falta de vivienda para jóvenes. No se trata de soslayar inquietudes estéticas, felizmente unidas a la arquitectura desde que se conoce como tal. Pero resulta evidente que la época marca el paso con desafíos en los que el saber debe dar todo de sí y más.

Suscríbete para seguir leyendo