Opinión | Curva a la izquierda

“Tiempo de enamorar”

Mangos

Mangos

Septiembre de higos y moras. Y frambuesas y uvas y mangos. La cosecha remata la estación. Cada verano, el amor corre y recorre todos y cada uno de los rincones del mundo. En las islas, más. Playas que acarician, baten y acurrucan deseos. El amor marida con el mar. Impulsos de difícil control. Ilusiones que nacen sin fecha de caducidad en la esperanza de renovarse al año siguiente. La montaña y los árboles acarician cada atardecer, cada noche y en secreto, a los seres noctámbulos. A los búhos y murciélagos. A los perenquenes que se activan con la luna. A las parejas que sucumben a las pasiones sin compasión de la falta de años. Las que tallaron sus corazones en los troncos que el fuego robó. Y a las otras, más serenas y maduras pero igual de apasionadas. El corazón y los ojos no envejecen. Esa es la realidad.

La brisa perfuma el aire y en los ojos de los enamorados, tan exultantes, se ven brillar las aristas del paraíso. En estos tiempos de estrépitos y desasosiegos, hay que celebrar el amor. Saltar. Cogerse de las manos y esperar al rayo verde deseando que no llegue nunca. Disfrutar de la complicidad entre los amantes que no dejan de querer, de quererse. Recorrer los pasillos de palacio buscando el hueco y el instante en el que furtivamente besarse. Tan cerca y tan lejos. Mirar al castillo y soñarte.

Enamorarse es el verbo: transitivo, intransitivo y pronominal. Hay amores que sólo duran un mes. Otros llegan hasta el final del verano. Y hay amores para toda una vida: los imposibles. Pero no nos dejemos llevar por la literatura. También hay amores posibles y duraderos. Siento una enorme ternura por los mayores que aún se besan en los labios. Esos que dicen que no pueden vivir sin él o sin ella. Por los que mantienen intacta la esencia del cariño: la estima profunda. Con el tiempo, el amor es amistad: amigos para siempre, como la rumba.

No busques el amor. Viene solo. Llega cuando menos te lo esperas. En cualquier momento y a cualquier edad. En la juventud, el amor arde, como fuego rojo carmesí o anaranjado. Incandescente, chispeante, saltarín. Los jóvenes deberían mirar menos a sus teléfonos móviles y mirarse más a los ojos. Abrazarse, y que no suenen las alarmas de ninguna red social. Ni mensajes ni historias que no cuentan nada. Hay quien se quedó toda la vida colgado de los brazos de un abrazo. Otros aún sueñan con los poemas que alguien les escribió. Quizás el último poema sea un verbo: enamorarse. Quién sabe. “La entregué mi corazón, pero ella quería mi alma”.

Feliz domingo.

adebernar@yahoo.es

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