Opinión | EL Soserías

Francisco Sosa Wagner

Dos almas

Ahora nos enteramos de que no es así pues los partidos políticos tienen dos almas y por tanto una vida dividida, la que todos querríamos para escapar de nuestras angosturas

Feijóo, el día de la constitución del Congreso, recibe el aplauso de su grupo parlamentario.

Feijóo, el día de la constitución del Congreso, recibe el aplauso de su grupo parlamentario. / David Castro

Ahora resulta, lo leemos constantemente, que los partidos políticos tienen dos almas: la liberal y la totalitaria; la socialdemócrata y la filogolpista; la populista y la transversal; la trapacera y la rigurosa … y así seguido. A estas (des) organizaciones se les pueden consentir muchas extravagancias, pero esta de las dos almas es ya inasimilable: ¡hasta aquí hemos llegado!

De manera que los demás, usted, lector/a / e, y yo mismo, no disponemos más que de una para ir tirando toda la vida, con ella nos tenemos que arreglar para lo bueno y para lo malo, para los agravios y para los desagravios, para el invierno y para el verano, para los días fastos y para los nefastos … toda la existencia arrastrando esa alma única que nos convierte a la postre en pobres almas de cántaro.

Y lo que es peor, nuestra alma, que sobrevive a los cuerpos, como nos han enseñado las teologías y las teodiceas, vagará por los siglos de los siglos, chamuscándose en medio de las peores torturas o gozando de la presencia divina. Y será en esa alma donde estarán inscritas todas nuestras acciones: desde las mentirijillas hasta la Pascua florida sin comulgar, desde el hurto de un caramelo hasta el saqueo de la tarjeta de crédito de una jubilada. Padecemos el sofoco de nuestra única alma.

Pues bien, vivir atrapados por esta compañera tan pegajosa es duro, pero consolaba que fuera destino compartido. Sin embargo, ahora nos enteramos de que no es así pues los partidos políticos tienen dos almas y por tanto una vida dividida, la que todos querríamos para escapar de nuestras angosturas.

Con una prometen protegernos de los delincuentes, con la otra les indultan y amnistían; con una nos aseguran la unidad de las tierras hispanas, con la otra la subastan al mejor postor por una presidencia; con una proclaman defender a las mujeres indefensas, con la otra ponen en la calle a sus violadores ya encarcelados; con una anuncian la más estricta de las severidades, con la otra pactan las más abyectas abominaciones. …

Adviértanse las diferencias entre los pobres sujetos que somos y la desenvoltura con la que se desempeñan las (des) organizaciones con asiento en el trono parlamentario.

Nosotros, cuando al final de nuestras existencias comparecemos ante el Juez Eterno, tenemos que exhibir nuestra única alma sin escamotear pecadillo por venial que sea, sin poder contrabandear ninguna picardía, a la luz de la Eternidad que – según se afirma– es cegadora.

Lo contrario ocurre con los partidos políticos que acuden al trance postrero con una maleta de doble fondo. Y, con ella en la mano, le preguntan al Supremo Examinador de la Historia:

–¿Qué alma quiere que le enseñe? ¿La de las sinvergonzonerías que he perpetrado o la de la rectitud que he prometido en las campañas electorales?

¡Así, tras la celosía de las dos almas, ya se puede rendir cuentas y salir airoso!

Por todo ello, nada de embelecos de una España plurinacional, lo que queremos es una España de ciudadanos que podamos trapichear con almas bifurcadas. Y hacer con ellas de nuestra capa un sayo.

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