Opinión | Observatorio

Desencanto (II)

Desencanto (II)

Desencanto (II)

A dieciocho días de las elecciones autonómicas y municipales del 28M, publiqué un artículo con este mismo título y en este mismo periódico donde preveía que el partido ganador, el PSOE, quedaría fuera del gobierno autonómico merced a una alianza de los partidos de la derecha (popular y nacionalista), que obtendrían los escaños suficientes para gobernar (con la inestimable ayuda de los pequeños insularistas de la vertiente occidental). Hecho esto realidad, ahora toca desvelar el mar de fondo de lo acontecido, con datos en la mano, y tratar de proyectar los resultados de aquella convocatoria a la nueva en ciernes, reclamada urgentemente por el presidente del gobierno de España, sin duda ante la debacle de la izquierda. Decíamos en aquella ocasión que el desencanto era capaz de explicar la pérdida de electores por parte de este bloque, y reafirmamos ahora que la frustración ante una política económica poco ciudadana de la coalición de izquierda (PSOE y Podemos), tanto en el gobierno de España como en el de Canarias, viene a ser la causa principal. ¿Fracaso, por qué? Porque los millones de esperanzados electores que desde 2015 han venido otorgando el crédito electoral no han recibido lo que reclamaban, que no es otra cosa que un cambio estructural de la economía real, la de las facturas diarias (incluida la del alquiler o la de la hipoteca de la vivienda), la del empleo precario y mal pagado, la de los hijos jóvenes sin proyecto de vida, la de las mujeres que se dejan la piel en trabajos de pena, la de los maridos desempleados mayores de 45 años sin visos de volver a un puesto medianamente digno, la de los pensionistas de menor cuantía. Esa izquierda difusa más allá del PSOE, cainita (Caín mató a su hermano Abel), sectaria (tendente a formar grupúsculos liderados por personajes iluminados), enredosa entre el sí es sí y la diversidad sexual, incompetente, o peor, sin suficiente interés en mejorar las condiciones de vida de la mayoría social, sin perspectiva de ponderación de las prioridades, perdió el tren. Mientras los ciudadanos pasamos horas y horas en las salas de espera, de la sanidad, de la justicia, de los servicios públicos en general, mientras quedamos asombrados con el precio de la cesta de la compra, los gobernantes difusos se enredan en asuntos pueriles que afectan a unos pocos, menos que minoría. Entonces, la postura de una buena proporción de electores de las clases sociales baja y media-baja es dual: unos se abstienen de acudir a las urnas (46% en las municipales canarias últimas), y, otros, en menor proporción, otorgan el voto a Vox. Ambas posturas tienen el mismo sentido y confluyen al mismo resultado: castigar a los gobernantes coalicionados, al precio de conceder el poder a la derecha, incluso a la derecha más rancia. Tal es así que, en algún barrio de clase baja de la ciudad de Las Palmas, entre la mucha abstención y la considerable proporción de votos a Vox, podríamos decir que como resultado efectivo la mitad del barrio optó por este castigo inapelable. Quién lo diría en un municipio que, junto con Telde, había sido, allá por 2015, uno de los de toda España que más capital de votos concedió a Podemos, en cifras relativas.

La emergencia de Vox se palpa en los centros urbanos, más en Gran Canaria que en Tenerife, especialmente en Santa Lucía de Tirajana, Arucas y Las Palmas de Gran Canaria, donde se convirtió en la tercera fuerza electoral, y dejó a mucha distancia a Nueva Canarias y a Unidas Sí Podemos (izquierda difusa). Y no es casualidad que el descontento de las clases bajas y trabajadoras resalte en el municipio sureño, allí donde conviven españoles y extranjeros de decenas de nacionalidades, atraídos por la industria turística. Ese voto suena a malestar o a miedo de que tantos extranjeros sin control, tanta población, tantos demandantes de trabajo y de servicios públicos, acaben por apropiarse los recursos y el espacio de la isla en que se nació. A lo mejor, ese voto es un aviso de que hay que empezar a tomarse en serio una política de control de la población, en un territorio limitado, vulnerable y dependiente como el archipiélago canario.

La rueda del malestar social y de la precariedad laboral sigue girando, y por eso la emergencia de los partidos neofascistas en toda Europa. Estos aprovechan el desencanto, el descontento y la abstención de una gran proporción de electores para hacer su agosto, literal, porque son máquinas institucionales de hacer dinero, supuestos interesados en valores como la patria, la religión, la raza, el orden y la seguridad, la naturaleza entendida como un coto de caza, y la centralidad estatal de un único poder, el de Madrid. Pero son simples posturas y máscaras ideológicas, sin fundamentos ni posibilidad de aplicación en un mundo heterogéneo, avanzado, plural, complejo e interconectado. Con sus frases e ideas primitivas ocultan su sed de dinero y otros recursos públicos, pero ni ellos mismos se creen que la raza o el estado central de Madrid puedan cambiar la multiculturalidad o el estado de las autonomías de España.

Como voto de castigo que es y será, la emergencia de Vox tiene fecha de caducidad y los electores le pasarán factura antes de que pueda poner en práctica sus ideas estrafalarias, si es que sabe cómo ponerlas. Ocurrió un tanto de lo mismo con los fenómenos pseudo-políticos de Ciudadanos y Podemos, que no superaron dos legislaturas, y eso que ambos partidos eran mucho más realistas en sus contenidos programáticos. Ahora, el partido castigado que está a un tris de perder el poder en las inmediatas elecciones del 23J, el PSOE (porque su izquierda difusa está y quedará reducida), tendrá que vérselas con el ciclo de abstención que nos envuelve. Sabemos que la abstención es directamente proporcional a las clases bajas: los pobres se abstienen en más de un 50%, mientras los ricos lo hacen en un 12%. Pero el efecto de la abstención de los pobres es determinante, porque son muchos más, y porque a quien restan es a la izquierda. Convencer a los desencantados, volverlos a ilusionar, movilizarlos para que participen en la elección, tocarles la fibra emocional que no puede basarse solo en el miedo a que viene el lobo feroz, esta es la ardua tarea que tienen por delante, ya mismo, los socialistas.

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