Opinión | Observatorio

Desencanto

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A primera vista es un proceso débil e irrelevante, pero sabemos que el desencanto es tan poderoso, tanto, que es capaz de tumbar gobiernos, armar rebeliones, o cambiar los cimientos de una sociedad. Si no que se lo pregunten a Enmanuel Macron. Y, por supuesto, es capaz de explicarnos la distribución del poder que está por venir. Sí, las elecciones políticas que están al caer van a determinarse por ese concepto dichoso. Por ejemplo, aquí, en la Comunidad Autónoma de Canarias, el desencanto puede generar que gobierne una alianza de partidos, frente al partido ganador, que será el PSOE. (Nada nuevo, ya ocurrió cuando Juan Fernando López Aguilar obtuvo veintiséis parlamentarios, y no gobernó). El desencanto es la pérdida de la motivación, de la ilusión, consecuencia de una expectativa de cambio social que no llega, que no se materializa; es una especie de estado de frustración, la expresión de la apatía o, en un grado mayor, de la indiferencia absoluta, ante un estado de cosas que se vuelve asfixiante para muchas personas. En los tiempos que corren el ahogo principal proviene de la pérdida del poder adquisitivo por la subida de los precios, mientras los salarios se han mantenido tan bajos como siempre, exceptuando el salario mínimo, que se logró, más o menos, dignificar en esta legislatura. ¿Cómo opera el desencanto en los resultados electorales? A través de la abstención, que es uno de los fenómenos sociológicos más determinantes del reparto y obtención del acta de elegido en las listas de los partidos. De forma que, para ser elegido, puede llegar a ser tan decisoria la abstención como los votos emitidos. Una explicación contemporánea del desencanto es que los ciudadanos hemos dejado tantas cosas en manos de los políticos, nos hemos inhibido tanto y diluido el asociacionismo y hasta la «sociedad civil», que acusamos de forma automática a los gobernantes de la culpa de todos los males. Y dado que la política no resuelve los problemas cotidianos, o no satisface las expectativas de las creencias o ideales de los ciudadanos, la gente le da la espalda a la votación electoral y, en general, a la política misma. Es por esto que la abstención en las últimas elecciones autonómicas de 2019 alcanzó un tamaño nunca visto del 47%, dejando de votar 815.227 electores en Canarias. En las votaciones municipales la abstención fue algo menor, pero igualmente decepcionante, se abstuvo el 43% de los llamados a las urnas, casi 700.000 personas en todos los municipios de Canarias. Y más característico es que en esta región la abstención es siempre más alta que el promedio nacional, bastante más alta, en torno a diez puntos porcentuales.

Puede haber muchos tipos de desencanto político, pero el más concluyente para un análisis práctico sobre en qué manos acabará el poder tras la convocatoria de finales de mayo es el que nos permite distinguir entre el desencanto de la izquierda y el desencanto de la derecha. El primero es el más voluminoso y vigente, y afecta a las clases medias y bajas. Proviene del atasco del ascensor social, de la caída de la capacidad adquisitiva, del estrangulamiento de las oportunidades, de la precariedad laboral, y del estado de pobreza relativa para muchos colectivos: trabajadores descualificados, jóvenes, madres sin pareja, desempleados crónicos, mayores con pensiones bajas, enfermos de ansiedad o depresión, etcétera. Estos específicos desencantados de izquierda tuvieron su pico de gloria cuando Podemos, a partir de 2015, alcanzó altos volúmenes de votos. Sin embargo, muchos de esos votos se fueron perdiendo irremediablemente a la vez que aumentaba el culto al líder y se tomaban decisiones estratégicas erróneas en torno a la gestión del poder en España. Así, entre 2015 y 2019 Podemos perdió, en el conjunto nacional, cerca de un millón de votos en las elecciones al Congreso, un 26% de sus adeptos iniciales. En las autonómicas de Canarias, entre 2015 y 2019, perdió aún más: el 42% de sus votantes iniciales. Pero los abstencionistas de izquierda también juegan en contra del PSOE, gente decepcionada con la sobreexposición de Pedro Sánchez, quemada de su gobernación, o quizá harta de su altanería. Y hay muchos otros desencantados en el bloque zurdo: ecologistas, adeptos al yoga y la meditación, pacifistas, feministas, amantes del vino y la fiesta, deportistas, músicos… En todo caso, el momento cumbre del desencanto de izquierda fue en la transición democrática (1975-1981), cuando ante el escenario sombrío de los resultados electorales pro-centristas, el escritor Manuel Vázquez Montalván creó la frase lapidaria, pero vitalista de «Contra Franco vivíamos mejor». En conclusión, toda esa gente de izquierda que no irá a votar para castigar a los que perciben como malos gobernantes solo pueden ser recuperados con llamamientos y movilizaciones in extremis, muchas veces con mensajes emocionales y temerosos, para que la abstención no beneficie tanto a los partidos opositores.

El desencanto de la derecha es más débil y menos extendido en sus filas, para empezar porque matemáticamente la derecha es menos numerosa que la izquierda, si atendemos a la distribución de los ingresos en la pirámide social, y aceptamos que las personas de bajos ingresos tienden a votar a la izquierda, y viceversa. En segundo lugar, las personas con recursos tienen elementos tangibles que defender: propiedades, rentas, crecimiento económico y seguridad, principalmente. Por lo que acuden a las urnas motivadas en su fuero interno. En tercer lugar, hay otro factor que moviliza al bloque de la derecha, y le resta abstención: la percepción de una crisis político-institucional catastrófica e irresoluble, presente o por venir en el corto plazo. Con esta idea en la cabeza, los leales a la derecha se sienten en la obligación de ir a votar para salvar su estatus y el orden social. En todo caso, el escaso desencanto de la derecha se alimenta de matices ideológicos, religiosos, o de coherencia ética que detecta en sus partidos representativos.

Así las cosas, el primer dato a tener en cuenta el 28 de mayo es la participación: si se reduce en relación a la convocatoria anterior de 2019, la izquierda no tendrá opciones para gobernar, porque no logrará alcanzar la mayoría suficiente en los distintos gobiernos en liza; y la derecha, más motivada y movilizada, tendrá el camino expedito para sumar representantes suficientes para formar gobiernos.

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