Opinión

Juan Jesús González Afonso

Nubarrones en el futuro de La Palma vaciada

Labores de prevención en los montes de La Palma

Labores de prevención en los montes de La Palma / El Día

En los últimos 40 años los municipios palmeros que van desde Barranco Seco hasta Las Tricias-Puntallana, Los Sauces, Barlovento y Garafía han dispuesto del mayor caudal de agua del archipiélago, fruto fundamentalmente –y pese al retroceso de Marcos y Cordero– de la presencia de manantiales y del trabajo en las galerías en épocas de austeridad. Esa labor se hizo pensando fundamentalmente en la ampliación de zonas de regadío, sobre todo en nuevas sorribas en zonas de costa, en las necesidades de la población y, en general, en una cultura agraria que, como sabemos, se encuentra en franco retroceso.

En este sentido, este esfuerzo y capitalización de la producción y almacenamiento de agua hizo posible que desde Martín Luis-Puntallana hasta La Fajana de Franceses-Garafía se sorribarran más de 1.000 hectáreas con tierra de cultivo destinadas al regadío. Y esto ha sido así hasta nuestros días y muy pocos espacios o manchas de abandono se observan. Contrasta, sin embargo, esta situación con la de cultivos fundamentales más de medianías como es el de la papa.

Efectivamente, independientemente de las consecuencias de una primavera verdaderamente seca –que se hubiera podido sobrellevar mejor con redes de riego adecuadas–, la realidad es que hemos pasado de centenares de hectáreas plantadas hace unas décadas (más de 180 en Puntallana y en Los Sauces, algo menos en Barlovento y cerca de 200 en Garafía) a apenas una veintena, quizás, en todo ese noreste de La Palma en este año en el que, desgraciadamente, comeremos papas de muchas partes del mundo (Egipto, Israel, Reino Unido…) pero pocas de aquí. Y eso es fundamental para nosotros no sólo porque se trata de un alimento básico para los canarios sino por su importancia en la rotación de cultivos (pastos para el ganado) y lo que ha aportado siempre en el control de riesgos forestales, limitando la rápida propagación de incendios. Más hectáreas de cultivo equivalen a menos riesgo forestal. Esas matemáticas no fallan.

Y no existen verdaderamente datos que nos hagan pensar que ese abandono de las medianías, con un suelo productivo con más agua que nunca (hasta ahora), continuará empobreciendo y vaciándose en medio de una descapitalización humana del territorio casi continua.

Puntallana, donde el proceso ha sido menos intenso por la cercanía de la capitalidad insular y zonas dormitorio de Tenagua, ha perdido unos 200 habitantes desde los años cincuenta del pasado siglo. Los Sauces ha pasado de 7.113 en la década de los sesenta a algo más de 4.200 en la actualidad, mientras que Barlovento ha perdido más de 1.000 personas de los 3.193 que tuvo en 1950. Sangría mucho mayor ha sido la ocurrida en Garafía, donde se ha pasado de 5.196 personas en la década de los cincuenta a menos de 2.000 hoy en día. Es decir, hablamos de pérdidas de más del 50% de la población en algunos casos, algo que nos debe hacer reflexionar.

Estamos ante los pueblos más ricos en agua de Canarias, donde los cambios de secano a regadío fueron de los más importantes junto con el Valle de Aridane –hoy día afectado por la catástrofe volcánica–, pese a los problemas y a los cientos de miles de pipas que hemos perdido entre noviembre del pasado año y finales de febrero, que son meses especialmente lluviosos donde prácticamente no se regó, pero buena parte del agua de las galerías corrió barranco abajo por falta de depósitos, fundamentalmente por encontrarse por debajo de la cota de la Laguna de Barlovento y carecer de sistemas de bombeo y así poder ser aprovechada.

En La Palma del alisio, la que comprende desde montaña Los Vaqueros en Garafía a Samagallo en Puntallana, donde el nivel de depósitos, galerías y manantiales es tan importante, resulta ser que el riego en las medianías es complementario y necesario en años con primaveras secas como esta última dado que el nivel de precipitaciones ha sido habitualmente suficiente de cara a mantener determinados cultivos más exigentes. Es por eso que con políticas adecuadas nos encontraríamos con la posibilidad de autoabastecimiento e incluso de exportación. Sin embargo, nos vemos con la dura realidad de estar consumiendo papas de Egipto en la propia Garafía, cosa ciertamente inimaginable hace unas décadas.

Hablamos de más de 1.000 hectáreas de regadío en el noreste palmero, una riqueza que además permite llevar agua hasta las plataneras de Fuencaliente y abastecer a buena parte del noroeste (Puntagorda y Tijarafe). Esa riqueza se enfrenta hoy a nuevos retos que quizás son más difíciles de afrontar de cara a la protección del recurso para el sector primario.

Imaginemos que la propiedad del agua se está desperdigando a razón, en algunos casos, de un litro por minuto –que viene a representar 525m3 al año– a precios disparatados con los que la agricultura no puede competir. Entre 15.000-20.000 euros se están llegando a pagar por el derecho a ese litro por minuto, en muchos casos, no para regar sino para llenar piscinas.

Y en una coyuntura donde estamos hablando de urbanizaciones turísticas y practicar golf en la que fuera la mejor zona agroganadera de Las Breñas, exigimos algún planteamiento de manera urgente para que ese esfuerzo por la supervivencia que representó la captación del agua pueda estar al alcance de los que aún se empeñan, contra viento y marea, en mantener las tierras productivas en los tiempos del kilómetro cero y el cambio climático.

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