Opinión | A BABOR

Real demolición

Condenan a RTVE por el desplazamiento de los cámaras de MasterChef.

Condenan a RTVE por el desplazamiento de los cámaras de MasterChef.

Hace un par de días, mientras discutía en antena sobre la presión fiscal en Canarias, la Primera de RTVE coló en su programa político de varietés mañaneras las declaraciones del autor de un libro de los periodistas José María Olmo y David Fernández en el que –entre otros asuntos– se contaba que el rey Juan Carlos había tenido una hija secreta con una aristócrata. La noticia –un chisme de dudosa enjundia y menor trascendencia– se convirtió en noticia reiterada en la mañana catódica de la televisión pública al menos tres veces en el espacio máximo de media hora, tiempo máximo que estuve enfrentado obligatoriamente al televisor en el estudio de la radio. Tras tal exhibición de celo informativo, es poco probable que ni un sólo espectador mañanero de la tele pudiera haber evitado quedarse con la idea perfectamente grabada en su cabeza, de que el rey Juan Carlos, trapisondista ilustre y dado de siempre a la juerga privada, es padre secreto de una aristócrata a la que la Casa Real habría atendido con displicencia y recursos para ocultar al personal su verdadera filiación.

Pocos países del mundo permitirían a su televisión pública difundir alegremente falsedades como esta historia de la bastarda real, menos si el mismo día, la Casa Real desmentía el chisme, y lo hacían también –poco después– el principal protagonista de la noticia y la señora aludida, bastante enfadada por cierto, de que su señor padre y su señora madre hubieran sido inmisericordemente puestos a caer de un ciervo.

La contundencia de la negación de todos los interesados hace sospechar que la televisión la pifió dando altavoz a la inminente publicación de un libro sobre el supuesto imperio económico de Juan Carlos y sus reales rijosidades. Por supuesto, lo de menos es que la noticia sea falsa o auténtica: ha sido reproducida por todos los medios de este país, públicos y privados. Ya es bastante conque estas historias falsas aparezcan reproducidas en los medios de comunicación privados –incluso en los que se denominan a sí mismos serios–, en la prensa couché y en las tertulias del corazón, retroalimentando la especie para que los medios puedan jugar a Fuenteovejuna y hablar de informaciones filtradas por distintos medios, cuando todas tienen el mismo exacto origen: un libro filibustero preparado para resultar papel de escándalo.

Hoy se discute mucho sobre el daño en la reputación de cada cual que pueden provocar noticias no contrastadas, sobre todo si son aventadas con mayor exposición de la que resultaría lógica, incluso si la noticia fuera cierta. Las mañanas de la televisión pública se han convertido en un hervidero de noticias reales (o falsas, según para quien), en las que cualquier meneo del rey padre es convertido en asunto de nacional trascendencia. La tarea de demolición social emprendida por la tele pública contra la parte más achicharrada de la monarquía española –el rey Juan Carlos– es un acto de malvada estupidez que tiene poco que ver con el cumplimiento de la misión de informar a los ciudadanos. El seguimiento de las andanzas del rey en el exilio, del rey en la entronización de su lejano pariente Carlos, del rey hace una semana navegando en Sanxenxo, del rey de vuelta a Abu Dabi o del rey cobijando con una estrella de las variedades o dejando preñada a una condesa hace medio siglo, se han convertido en un clásico matutino, destinado básicamente no a deteriorar la imagen de un rey ya amortizado, sino la de la institución monárquica, que es hoy la que encarna –por mandato constitucional– nuestra democracia y asume nuestra jefatura del Estado.

La cosa es que la mentira se desenvuelve cada vez con mayor facilidad, gracia y general regocijo por los medios de comunicación, sin que nadie diga esta boca es mía para ponerle freno. Si aventuras una queja, una reclamación de probidad ante la ignominia que supone aventar informaciones privadas sin fuente autorizada, o fiable, o sin siquiera contrastarlas con los afectados, si pones cara de asco ante la fanfarria, se te acusa de lacayo del poder. ¿Pero de qué poder hablan? No hay ya poderío alguno en ese anciano expulsado de su corte por el Gobierno de su hijo, liquidado socialmente por todos sus antiguos adulones y convertido en el rey de los ladrones, sin haber sufrido condena alguna. Juan Carlos es aún portada en los medios, porque cada patada en el trasero que él recibe –merecida o no– es una patada vicaria en la testa que todavía hoy porta la corona.

Este país adora las mentiras, las aplaude y se divierte con ellas. Este país destruye todo lo que puede ser destruido. Y después se lo toma a coña.

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