Opinión

Wladimiro Rodríguez Brito y Juan Jesús González

Paco Martínez Soria y La Palma

La Palma.

La Palma. / E. D.

La imagen, ya en el recuerdo, de las cajas de cartón con frutas y papas amarradas con sogas en las cintas transportadoras del aeropuerto de Los Rodeos de esos vuelos procedentes de La Palma nos recuerdan mucho aquellas escenas de Paco Martínez Soria llegando a Madrid con las gallinas en un cesto y perdido entre los semáforos de la capital. Y sí, tiene su gracia y ya hoy en día forma parte del recuerdo, hasta el punto de que algún despistado que lo haga –transportar cajas– se puede encontrar con varias sorpresas. Una de ellas que ya ese equipaje peculiar no sale por la misma cinta que las bonitas maletas con ruedas sino por otras donde van los transportines con los perros.

Y sí, era fácilmente distinguible el avión que procedía de La Palma por eso y también porque La Palma fue un referente en lo que tiene que ver con una cultura agrícola de regadío que hizo posible que muchos jóvenes, gracias al sacrificio, pero también al valor que se le dio a la producción agraria en su momento, pudieran acudir a Tenerife y titularse en la Universidad de La Laguna en unos porcentajes significativamente altos con respecto a otras islas o comarcas dentro de la misma isla de Tenerife.

Sí, es una realidad que hoy podríamos decir que se ha llegado a invertir y mucha de esa juventud palmera definitivamente parece haberle dado la espalda al sector primario y, como en otros tantos lugares, prefieren un trabajo en el sector servicios por muy precario que pueda llegar a ser o por muchas dificultades que puedan encontrar en los entornos urbanos en lo que puede ser calidad de vida, alquileres y demás.

Estamos hablando de una clara desvinculación entre el mundo rural y el urbano que estamos pagando ahora con el abandono y los riesgos de todo tipo que ello representa. Y no sólo por alejarnos cada día más de la autosuficiencia alimentaria –España es el mayor importador de cereal ucraniano después de China–, el tan cacareado kilómetro cero y demás, sino también en forma de claro riesgo para nuestros espacios naturales y entornos urbanos por la posibilidad de incendios más agresivos y descontrolados. Esto está directamente relacionado con la cada vez mayor dependencia de fertilizantes químicos o forrajes y piensos foráneos para nuestra escasa cabaña ganadera.

Gran parte de los hijos o nietos de quienes hace tres o cuatro décadas llenaban las cajas de los Martínez Soria palmeros de frutas y papas ya le han dado la espalda definitivamente a esas tierras. Hoy ya no hay ni quien pode un almendrero, de tal forma que los almendrados se amasan fundamentalmente con almendra californiana. Eso sí, la fiesta del almendro de aquí y de allá siguen siendo un completo éxito, pero las papas arrugadas vienen del Reino Unido y Chipre y el gofio que vendemos como uno de los productos típicos de nuestra gastronomía se muele con grano de allende de los mares también.

Ni almendros, ni higueras y ya prácticamente sin tuneras, que tan fundamentales resultaron para matar el hambre tanto humana como animal en otros tiempos. Ahora les cayó la plaga de la cochinilla mexicana y ni eso es tema de conversación para nadie cuando en La Palma casi que desaparecieron y en Tenerife llevamos el mismo camino.

La Palma fue una isla de una arraigada cultura agraria y vamos camino de acabar con todo eso. Ya ni un pensionista se atreve a sembrar un saco de papas porque tiene que andarse con ojo y declararlo, dado que la Hacienda Pública le puede caer arriba. En cambio, si todo está abandonado, nadie lo andará molestando con nada. ¡Y que no se nos ocurra ir a echarle una mano a nadie, como toda la vida, en las labores del campo porque la inspección de trabajo está al acecho!

En torno al 30% de la población trabajaba en el sector primario. No se trata de idealizarlo en ningún modo y no es deseable ni tiene sentido hoy en día dicho porcentaje, pero haberlo dejado en el 3% mientras se nos llena la boca con el kilómetro cero o la huella de carbono no sólo no es progresista, sino que podría suponer una verdadera temeridad, al menos, mientras los humanos sintamos la necesidad de comer con cierto grado de seguridad y garantía. Se trata de la devaluación social y económica de todo lo que representaba la cultura agraria llevada a unos extremos ciertamente arriesgados, por decirlo suavemente.

Fue quizás éste el comienzo de la España vaciada que en La Palma y en otras islas y comarcas se ha manifestado de otra forma, básicamente con una desvinculación de lo rural motivada por muchos factores, entre ellos los económicos porque hemos apostado por la comida barata y no por lo cercano y lo saludable. Esto último hubiera requerido garantizar unos precios mínimos a nuestros campesinos y no parecemos muy dispuestos a apostar por ello. Esta situación ha llegado al extremo de que, pese a las altas tasas de paro, mucha agricultura se está manteniendo gracias a que, junto a unos pocos canarios, los cubanos, venezolanos y demás están dispuestos aún a echarse la piña de plátanos al hombro. Y esto no debe ser cuestión de esfuerzo solamente porque surfear una ola, subir al Teide en bicicleta o machacarse en el gimnasio no es cosa suave tampoco.

Y sí, las cajas de fruta son síntomas del pasado, de una sociedad pobre que nos recuerda a Paco Martínez Soria y sus andanzas por el Madrid de la época, pero el viejo campesino terminó reconociendo que la ciudad no era para él porque pretendió revalorizar su mundo rural sin éxito. La cuestión es si podemos seguir con este modelo en el que llamamos modernidad a alimentarnos con manzanas chilenas o kiwis de Nueva Zelanda, donde no queremos ni un cochino, ni vaca o cabra a varios kilómetros de nuestras casas, pero donde no nos molesta el caballo porque se utiliza para pasear. Ahora hay entornos rurales con centenares de caballos y apenas media docena de vacas.

Un agricultor no se improvisa. Necesitamos dignificar su labor y garantizarle unos precios mínimos para asegurar su sostenibilidad económica. Y hay que contar con ellos en lugar de arrinconarlos y perseguirlos. Y esa, quizás, es la lección que deberíamos sacar de los Paco Martínez Soria palmeros y esas cajas de fruta tristemente desaparecidas del aeropuerto de Los Rodeos. Dignifiquemos el campo y el trabajo que realizan los campesinos porque buena parte de nuestro futuro dependerá de ellos.

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