Opinión

Actualizando el mito de la caverna

Interior de unas aulas

Interior de unas aulas / DK

Escuché no hace mucho que era una tragedia lo que está ocurriendo en España: los jóvenes del siglo XXI son la primera generación menos preparada que sus padres. Quisiera saber qué clase de sistema educativo es ese en el que un joven de quince años no sabe quiénes fueron los Reyes Católicos. O que desconoce que existió un Muro de Berlín, fruto de una gran guerra que dividió el mundo durante décadas y todavía hoy sigue trayendo consecuencias. El mismo joven ignora que hace escasos siglos todo lo que hoy es asfalto y desarrollo incontrolado alguna vez fue un campo verde. Que hubo una primera Revolución industrial a la que siguió una segunda, y que un día dejamos de vivir amarrados a los campos para vivir amarrados a las máquinas, lo mismo que hoy estamos amarrados a la tecnología, pero que fue el germen de una Revolución Francesa que nos hizo ganar las primeras libertades que hoy disfrutamos.

Me sorprende que los gobiernos no estén obsesionados con que ese sistema educativo sea el mejor posible. Cada nuevo gobierno se emperra en manejar la educación pública, pero no para mejorarla, para dotar de herramientas a profesorado y familias, en integrar a quienes han elegido España para vivir. Lo mismo que se edificó un pacto nacional sobre el terrorismo, las pensiones, la igualdad, se nos va la vida en conseguir un gran acuerdo sobre la educación. Con un PowerPoint de catorce pantallas no se enseña a un joven, ni encargando trabajos que una aplicación de móvil puede preparar, ni rebajando la exigencia para llegar a la Universidad. ¿Tal vez se llama selectividad porque conlleva una selección para que sean los mejores quienes tengan formación académica? Pero también creo en la formación profesional y en sus enfoques y aplicaciones, e igualmente veo lícito que la juventud decida si prefiere no estudiar. Pero sería hipócrita si no digo lo que pienso sobre los nocivos modelos que se están implantando en esta sociedad nuestra en la que se ha instalado un «lo que quiero es que mi hijo/a sea feliz». En qué momento la felicidad empezaría a estar reñida con inculcar valores y formación.

Y estoy plenamente seguro de que lo principal que ha de enseñarse a nuestras niñas y niños es la importancia del liderazgo. Tenemos la obligación de enseñarles la importancia de ocupar esos espacios, mujeres y hombres juntos, para que no nos encontremos con la paradoja y la desgracia de seguir perpetuando generaciones que son mucho más incultas y menos emprendedoras que las nuestras. Esa libertad que da el conocimiento y la verdadera capacidad crítica, la que nos hace poner en cuestión presente y pasado para ganar un futuro mejor. Son demasiados años de despreocupación respecto a la formación de quienes ya, de hecho, son nuestros médicos, abogados, políticos… En efecto, eso tan tonto que se dice sobre quienes serán los que paguen nuestras pensiones. Quienes voten y, con seguridad, nos gobiernen.

Alguno me dirá y, de hecho, me lo dicen, que ya basta de memorizar, que es mejor que se enseñen «cosas prácticas», educación en valores y mucha más informática. De qué valores me hablas cuando a la vez que me enseñas a escribir todos y todas, permites y hasta fomentas esas canciones misóginas y repugnantes en las que se habla de bajar las bragas a una mujer y aplaudes que pierda su dignidad perreando desde que es una niña, incorporando modelos horrorosos de sometimiento que creíamos erradicados. Así pensamos, ese es el futuro al que nos dirigimos, un mañana en el que ese liderazgo del que hablo lo ejerzan las máquinas, sean ellas quienes diseñen, operen y hasta, por qué no, ejecuten sus propias decisiones.

Paso horas reflexionando en todo esto y me siento un poco como el cautivo de la caverna de Platón, liberado de unas ataduras que me hacen ver un poco más allá, intentando convencer al mundo que me rodea de que esas imágenes que se proyectan en nuestra caverna son pura fantasía que nos han puesto delante para que no analicemos nada más. Y que algún día seré linchado justo por haber despertado.

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