Opinión | Gentes y asuntos

Lo que ahora toca

Fotograma de 'El volcán habitado'.

Fotograma de 'El volcán habitado'. / E. D.

Ante las convocatorias electorales –«que, además de carteles, siempre remueven ideas, intereses y pocas conciencias», según mi viejo amigo Luis Carandell– La Palma y los palmeros entraron ya en otro tipo de prisa después de cumplir sus meritorias carreras delante y detrás del volcán, seguidas con preocupación y solidaridad desde el exterior. En principio, la urgencia la marcó un suceso, común en la región atlántica donde estamos enclavados pero, esta vez, con una gravedad inédita y, también, difundida y magnificada por mass media de todas las latitudes.

En la minuta política y moral manda ahora la reconstrucción, con muchos flancos pendientes y asuntos por negociar entre los administradores y los administrados. Pero, también y por el signo de los tiempos, entre todas las prisas llegan algunas con marchamos de negocio porque estamos, y que nadie lo olvide, en una sociedad de mercado. Así, en este tramo de primavera, mientras se oficializaban las candidaturas locales, insulares y autonómicas, se presentaban proyectos de nuevo cuño o reciclados para su promoción turística: hoteles singulares, dotados de resorts y balnearios, nada menos y con envoltorio de futuro, bien acogidos por un amplio sector de la población pero que no evitaron totalmente la vuelta al antiguo y recurrente debate sobre el turismo que se ha libhrado en nuestra tierra desde hace más de medio siglo (si o no, dónde y cómo), con reflejos de signo contrario en los medios e, incluso, con discretas protestas en la calle; pero hoy, y puede ser una seña de madurez o cansancio, las diferencias, los debates y colisiones están sensiblemente atenuadas.

En aras del urgente e imprescindible impulso económico, los nuevos promotores obviaron añejos excesos e insoportables trágalas – el dinero, mucho o poco, acarrea prepotencia – y buscaron de entrada las preceptivas declaraciones de interés insular «antes de escribir una letra o trazar una raya»; y, por su parte, los ecologistas expusieron sus razones con oportunidad y sensatez, con didáctica moderación: sostenibilidad, cambio climático, seria administración de los recursos naturales y referencias a malos ejemplos externos... Y, tras décadas de debates estériles, ventas demagógicas y oposiciones numantinas, se agradece el deportivo contraste de pareceres y, por encima de todo, la renovación general en los estilos. El cambio climático pasó de amenaza a evidencia; la contaminación industrial y la apuesta decidida por las energías limpias, la protección de la naturaleza y el uso ordenado del suelo son metas generales de los pueblos y partidos razonables y tienen, con ciertos olvidos, desvíos y carencias, rango de derecho. En esa sensibilidad, de la que sólo se excluyen la ultraderecha y el capitalismo salvaje, es necesario y posible el entendimiento entre los distintos sectores.

Quiero pensar que la reconstrucción y, permítase el segundo término, la reinvención del Valle de Aridane y de La Palma, se inscribirá en ese clima y que será posible alcanzar acuerdos de amplio espectro para que, después de las atenciones provisionales, los afectados sean compensados definitivamente de la mejor manera y en la mejor medida, para que las acciones públicas y privadas respondan a una agenda consensuada entre las instituciones y los agentes sociales y tengan alcance global en un territorio de setecientos kilómetros cuadrados y, según dicen porque el censo palmero es una cuestión de fe, ochenta y pico mil habitantes.

Para llegar a esa meta es imprescindible que las nuevas corporaciones y cargos políticos, con responsabilidades después del 28 de mayo, asuman el compromiso de unidad responsable y solidaria, mostrada en la emergencia. Que, por encima de ideologías e intereses parciales, se impulse un pacto entre todas las administraciones que, en primer lugar, atienda los daños materiales y sociales causados por la erupción de Cabeza de Vaca y que, por otra parte, dote a la comarca occidental y a isla de las infraestructuras y servicios que necesitaba y reclamaba antes de la catástrofe; que se atiendan con urgencia y con carácter definitivo a las víctimas del desastre y que, además se saque del limbo de la abulia y la tortuosa burocracia el Plan Insular; que se revise con objetividad, limpieza y diligencia por todos los sectores implicados: ayuntamientos, cabildo, gobierno autónomo, entidades económicas, agentes sociales, particulares afectados...

Ese pacto que sugiero tiene como objetivo central fijar con prontitud los usos del suelo insular en su conjunto y los distintos polos de desarrollo y que, obligatoria y sensatamente, contemple la nueva realidad que se produjo en el último trimestre de 2021; que se concilien con inteligencia y equidad los objetivos públicos y los intereses privados y que no se desestimen sino, por el contrario, se apliquen instrumentos legales de desarrollo como la llamada Ley de las Islas Verdes, que compatibiliza explotaciones agrarias y plazas turísticas y sería un interesante complemento de rentas para recuperar nuestras fértiles y abandonadas medianías. Nuestro futuro económico estará determinado – ya lo está – por la agricultura de exportación, las explotaciones plataneras que no sólo son un sólido renglón económico sino una fuente de empleo e, incluso una cultura; y por el turismo, con unas catorce mil plazas alojativas que, en un horizonte razonable podrían y deberían superar la veintena, entre las hoteleras y las ofertadas en el medio rural.

Estas metas razonables exigen que, de acuerdo con las promesas formuladas por los gobiernos central y autonómico, y con la responsabilidad directa del Cabildo Insular, se ejecuten en la mayor brevedad las infraestructuras básicas, desde las carreteras que unen los núcleos aislados por las coladas, a los proyectos en marcha como las pendientes en la cornisa del noroeste y la interminable LP2, con un retraso de décadas; que las nuevas vías contengan en sus arcenes las conducciones hidráulicas, eléctricas y comunicaciones, para garantizar su seguridad y evitar los impactos en el paisaje.

Si los convocados a esta mesa amplia y sin exclusiones entienden que el futuro de La Palma es un imperativo patriótico del mismo calibre que la salvación de la amenaza del volcán estaremos en el buen camino para encontrar ofertas atractivas para salvar a nuestra tierra de los daños recientes y la denunciada a postración en la que, desde hace décadas, languidece. Eso es lo que toca ahora.

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