Opinión | SANGRE DE DRAGO

Atrocidades silenciadas

Un niño de 7 años, enfadado con sus padres.

Un niño de 7 años, enfadado con sus padres. / JOSÉ LUIS ROCA

Del sufrimiento y las lágrimas a la experiencia de la gloria. Así se formula una experiencia de retiro pensando en las víctimas de los abusos. Lo más atroz que puede ocurrirle a una persona es sufrir de parte de quien merece su confianza y le debe protección una experiencia de este tipo. Casi cabría calificar de diabólico este tipo de hechos vengan de donde vengan. No hay sufrimiento mayor. No hay maldad mayor. Es imposible empatizar con este tipo de actores. No merecen siquiera un nombre que les defina. Atrocidades que hieren y dañan de por vida a una persona.

En una cabeza sana no caben explicaciones o descriptores que puedan ayudar a evidenciar algunas acciones que personas realizan sobre la inocencia de otras personas abusando de su poder, fuerza o autoridad. Teme uno que describirlo psicológicamente venga en favor de algún eximente que no quisiera pronunciar. No cabe quitarle importancia a un hecho tan indescriptible. No es posible mayor fealdad y peor decisión humana.

Que se dé, que se haya dado, o que desgraciadamente se siga dando, no lo hace normal. No es normal en modo alguno. Leer las cifras estadísticas de los menores abusados de cualquier forma es un dato tremendo. Se considera que sufren este hecho el 25% de las niñas y el 20% de los niños. O sea, uno de cada cuatro o cinco menores. Veinticinco de cada cien. ¡Qué horror!

Algo hay que mejorar en la dinámica social para prevenir y acompañar estas situaciones. Cuánto dolor se esconde debajo de tantos silencios y tanta vergüenza instalada en la vida de tantas personas. En ese sentido se ha planteado esta nueva experiencia de sanación. Un camino de superación del trauma reedificando la vida marcada por una experiencia que cicatriza con dificultad.

Pero antes de tener que poner la tirita en la herida hay que promover y establecer atenciones previa. No nos podemos quejar de las consecuencias si no ponemos atención en las causas. Como nunca se habla hoy de respeto y de derechos y, por desgracia, siguen cayendo noticias de abusos, hasta de menores sobre menores. Hay que abordar las causas de una experiencia de relación interpersonal basada en la genitalidad, el morbo y la violencia. Se permite el mercado del porno abierto a todas las edades y nos quejamos de estas reacciones traumatizantes. Algo se debe hacer.

Tal vez empezando por una educación integral de la persona en la que la sexualidad se integre en el proceso de desarrollo dejando bien claras las líneas rojas que no se deben atravesar en las relaciones. Los límites no son malos. El freno es uno de los mandos del coche. Hay que poner freno a actitudes. Hay que dejar de avergonzarse de hablar de limitación de imágenes y de pornografía accesible a todo usuario de la red. No es volver a etapas anteriores de censura, sino cuidar a las personas, especialmente cuando están en etapa de desarrollo. La libertad se educa y no es adecuado quemar etapas.

Porque si no, y amparados en una libertad sin límite, pasaremos de la gloria a la tragedia.

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