Opinión

La carreta va detrás de los bueyes

Romería San Antonio Abad en Arona

Romería San Antonio Abad en Arona / María Pisaca

Siempre hay que unir las razones a un por qué. Sin ese binomio, es muy difícil generar confianza entre las partes, sean individuos o colectivos.

Cuando los empresarios queremos defender los beneficios fiscales sin más, se genera una reacción inmediata en los trabajadores, sobre todo de baja remuneración económica o cualificación, de queja y negación, difícilmente reconducible.

Dedicamos mucho tiempo y esfuerzo a explicar la necesidad de mantener a flote las empresas mediante incentivos, porque no podemos competir, en un mercado liberal, con multinacionales altamente competitivas, por lo alejados que vivimos del continente europeo o por el fraccionamiento del territorio en islas. Así como que los estímulos fiscales no son meramente subvenciones injustificadas.

Dicho así, la reacción inmediata sigue siendo negativa, pues pocas personas entienden, fuera del ámbito económico, que la reacción inmediata es la destrucción de tejido empresarial y, por extensión, de puestos de trabajo.

Sin ambas opciones, empresas y empleo, tampoco habría recaudación pública, vía impuestos y cotizaciones sociales, ni las empresas podrían dotar fondos para la responsabilidad social que le permitiría invertir en ayudas sociales.

Cierto es que nuestro mensaje siempre ha llevado una explicación, pero sigue sin ser creíble, pese a lo cual seguimos invirtiendo en el territorio sin tener el reconocimiento que nos gustaría.

Analizando en profundidad, tenemos que darnos cuenta que el mensaje que lanzamos llega a través de los medios de comunicación y de las redes sociales y existe otro estamento social que opina contra la empresas, de manera sesgada, y son los políticos que prefieren el enfrentamiento y la acusación como forma de desplazar la atención de los propios problemas que genera: Burocracia, leyes desafortunadas, absentismo, falta de ejecución presupuestaria, incremento injustificado de la presión fiscal o la falta de control sobre la economía sumergida.

Madrid, por ejemplo, no crece por ser la capital de España. Crece porque su sociedad es muy dinámica, tanto empresas, como directivos, trabajadores o administración pública.

Tampoco funciona bien el mercado laboral. En este caso, por la falta de coordinación entre las necesidades empresariales y la cualificación, actitud y aptitud de la formación universitaria, si bien nos entendemos mejor con la formación profesional.

Las empresas necesitamos capacidades tecnológicas determinadas que no coinciden con la formación de los jóvenes que llegan al mercado de trabajo.

Las políticas educativas tienen que modernizarse. En caso contrario el capital humano que formamos emigrará y tendremos que importar mano de obra. Un sinsentido al que se une la bolsa de desempleo estructural de personas que tienen serias desventajas para acceder al mercado laboral por su situación social.

Ferrán Adría, el famoso cocinero español, respondía esta semana en una entrevista que tuvo que cerrar el Bulli por la falta de mano de obra cualificada y por el inasumible sobrecoste de los becarios o la falta de conciliación de la vida laboral. Un problema fulminante que nos aparta de la vanguardia por una legislación hecha sin el necesario diálogo, sino con la imposición de una ideología que busca culpables y no soluciones.

No podemos poner los bueyes detrás de la carreta, ni empujar hacia atrás.

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