Opinión | EL RECORTE

Moción para una noche de verano

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el hemiciclo, frente a los escaños de Vox y del PP.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el hemiciclo, frente a los escaños de Vox y del PP. / EP

«Y el resultado de la votación es…. es… ¡Madre mía! Trescientos cuarenta y ocho votos a favor. Y uno en contra. La moción de censura queda aceptada».

El hemiciclo estalla en un escándalo de voces mientras el público aplaude y al portavoz de Vox le atienden en su escaño, porque le ha dado un flato. Pedro Sánchez se sube en su asiento gritando a su propio grupo...

«Traidores… Traidores… ¿Sólo yo he votado por mí mismo?».

La presidenta Batet intenta poner orden dando martillazos sobre la mesa y después sobre la cabeza del vicepresidente primero. Santiago Abascal vocifera también con aspavientos pidiendo la palabra. La presidenta logra poner orden y se la concede.

«Señora presidenta. Esto es un error. Solicito un recuento de votos porque debe haberse producido un efecto Casero».

«Yo también solicito un recuento. Una auditoría. Exijo que venga Tezanos para recontar los votos», le apoya un Sánchez histérico desde la bancada socialista.

«Señorías… Orden… La votación ha quedado registrada y no existe ningún fallo. El señor Ramón Tamames, a propuesta de Vox, ha sido elegido presidente y aquí lo único que queda es… ¿Señor Tamames? ¿Señor Tamames?».

El anciano profesor, que está tomando un té con las taquígrafas, taquígrafos y taquígrefes del Congreso, abajo, en la mesa situada frente a la presidencia, interrumpe su animada charla para mirar hacia Meritxel Batet.

«¿Perdone? ¿Qué ha dicho? Hable usted más alto, muchachita, que no se le escucha nada. Y mándenos unas pastas, por favor».

«Le he dicho que ha sido usted elegido presidente del Gobierno».

«¡Ah¡ Bien. Maravilloso. Pues haga usted el favor de llamar a don Adolfo Suárez y a don Santiago Carrillo porque voy a formar un gobierno de concentración para la transición. Que vayan viniendo mientras yo termino de tomar el té con pastas con estas amables personas».

«Pero tendrá usted que hablar con Vox».

«¿Y con qué quiere usted que hable si no es con mi voz, señorita?».

«Digo que tendrá usted que hablar con el señor Abascal que le está llamando desde su escaño».

«¿Qué escaño? ¿Quién es Abascal? ¿Dónde estoy y por qué esta todo el mundo gritando?».

La presidenta se desploma sobre la mesa y empieza a darse con el mazo a sí misma con cara de desesperación. De un pasillo lateral sale Felipe González con un bigote, gafas y puro, caminando como Groucho Marx, escoltado por José María Aznar vestido de Guardia Civil y suben hasta la tribuna. «Todo el mundo tranquilo. En unos momentos vendrá el Tito Berni que es la autoridad competente y ya les va a explicar lo que vamos a hacer», dice. Todos los diputados, al ver el uniforme del guardia civil, se han lanzado al suelo o yacen desmayados del sofoco. El único que permanece de pie es José Luis Ábalos que se ha puesto a aplaudir como un loco gritando «¡Berni, Berni!».

En el denso silencio que sigue sólo se escucha al presidente Tamames preguntando a las taquígrafas: «¿Alguien sabe dónde hay un cuarto de baño?».

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