Opinión

Juan Jesús González

Espacios protegidos, algo más que mapas de colores

Espacios protegidos, algo más que mapas de colores

Espacios protegidos, algo más que mapas de colores

Estos días los responsables ambientales de Canarias proponen al Parlamento ampliar el espacio protegido de Rasca. Se trata de un espacio de gran valor agrícola con posibilidades de riego procedentes de un deseable correcto tratamiento y depuración de nuestras aguas residuales. Tal es así que hoy día encontramos allí una de las mejores plantaciones de viña de Canarias, especialmente Malvasía Aromática, además de otros cultivos como plátanos y aguacates.

Ante esta situación cabría preguntarse si el interés social y ambiental de esta tierra consiste en ampliar la superficie de cardones y verodes al tiempo que cerramos los ojos e ignoramos que tenemos ya un 50% del territorio de Tenerife supuestamente protegido. Y decimos supuestamente porque carecemos de los recursos y la capacidad para hacer una correcta gestión de los mismos.

¿En serio que a estas alturas tenemos que proteger más territorio frente a los agricultores y los ganaderos? ¿Es que no somos conscientes de que apenas si nos acercamos a los 200 m2 de suelo cultivado por habitante cuando lo recomendable sería multiplicar esa cantidad por diez?

No es razonable, y menos en las condiciones actuales, con una cesta de la compra insoportable para la mayoría de las familias. Cualquier planteamiento que no entienda como estratégica la defensa del suelo productivo no sólo del piche y el cemento –que también–, sino de aquellos planteamientos tendentes a poner bajo vigilancia y sospecha al campesino que, llegado el caso, terminará teniendo que pedir permiso hasta para azufrar la viña.

A poco que observemos la realidad de nuestro entorno, especialmente de los que hemos declarado en protección, caeremos en la cuenta de que nos encontramos con una falta de gestión a la hora de hacer entresacas, de evitar montes llenos de maleza y pinocha en zonas de riesgo, de falta de cuidado en los entornos urbanos y vías de comunicación para que no se encuentren en riesgo después del 40 de mayo, del abandono de torres de vigilancia, cortafuegos insuficientemente mantenidos y falta de vigilancia y control en los espacios protegidos costeros donde van ganando terreno el rabo de gato, las aulagas y otras especies invasoras.

¿Dónde están o de dónde van a salir los recursos para hacer posible una correcta y responsable gestión de ese 50% del territorio, que supuestamente está protegido? ¿No debería tratarse de algo más que una mancha de tinta sobre el mapa de la isla de Tenerife? Hasta la eliminación del pino insigne, que sigue ocupando espacios propios del monte verde y laurisilva, se ha paralizado por completo, y ahora pretenden hacerse cargo desde lo público de más territorio si ni de lejos son capaces de gestionar lo ya protegido.

Ante esta realidad lo cierto es que en la gestión de todo lo que hoy disfrutamos, nos guste más o menos reconocerlo, han tenido mucho que ver los agricultores y ganaderos. Difícilmente se podría localizar ningún espacio accesible donde no haya llegado el pastoreo que, como es sabido, hasta no hace tanto tiempo, ocupaba durante unos meses al año amplias zonas de nuestro actual Parque Nacional del Teide en las partes más altas de la Isla, una actividad que se hace desde cientos de años.

Observamos con tristeza y preocupación esta situación porque todo apunta a la casi desaparición de esta actividad. Estos pastores han sido hoy confinados en algunos acantilados costeros y barrancos mientras Gran Canaria ha dado la vuelta a planteamientos represivos –y han tomado conciencia– hasta el punto de recuperar la trashumancia con el apoyo de lo público y 3.000 cabras y ovejas realizan una labor preventiva de incendios forestales que en las islas occidentales ni se plantea. Es decir, no con el miedo ambiente sino a favor del Medio Ambiente, que implica necesariamente convivencia entre los pueblos, los agricultores y los pastores.

Los tiempos –y el sentido común– nos obligan a más hechos con nombres y apellidos y menos declaraciones con mapas de colores, que la mayoría de las veces no son otra cosa que brindis al sol. No parece sensato arrinconar al campesino al tiempo que ponemos la gestión del territorio en manos de urbanitas que parecen confundir los cultivos de la finca de Los Bebederos, que ahora se pretende incluir en el espacio protegido de Rasca, con aulagas, rabo de gato y cardones. «Cosas veredes, amigo Sancho» en estos tiempos en los que la única salida para nuestros quesos es la de asociarse a cualquier marca blanca para ser comercializados.

Estamos hablando de poner en riesgo, aún más, la actividad agrícola y los puestos de trabajo relacionados con ella en unos tiempos en los que habla de cambio climático, economía circular y huella de carbono. Esos alegatos están alejados de nuestro suelo y de cualquier compromiso con nuestro pueblo y su futuro y las autoridades deben saber que no se puede apostar por un campo sin campesinos, sin pastores y sin sostenibilidad.

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